William Andrés Esparza será pronto sacerdote de la Comunidad de los Siervos del Hogar de la Madre, una nueva realidad nacida en España y que se ha ido extendiendo por todo el mundo con gran rapidez.
Este seminarista colombiano se encuentra en estos momentos estudiando en Roma gracias a una beca de CARF (Centro Académico Romano Fundación), donde se prepara para la misión que le espera. Pero además ya estado con su comunidad en numerosos lugares de misión llevando el amor de Dios y el Evangelio. Pero William no siempre ha querido anunciar a Cristo, sino que durante mucho tiempo le rechazó y vivió completamente alejado.
En su testimonio, este colombiano cuenta que creció en una familia católica pero poco practicante. Esto se tradujo en que al poco de recibir los sacramentos de la confesión y confirmación “comenzaron mis luchas” y afirma que comenzó “a vivir una vida fácil y placentera, sin tantos compromisos. Estaba completamente seducido por las cosas del mundo”.
En su vida ya “no necesitaba de Dios, ni siquiera a mi familia” y comenzó a adorar a sus propios dioses: “lo que está de moda, el placer, un mundo de vicios, el alcohol, y para poder satisfacer todos mis vicios y caprichos necesitaba dinero, así que éste empezó a ser otro de mis grandes dioses: el deseo de poseer y poseer”.
Una tarde de domingo después de varios días de fiesta, William entró en la habitación de su madre y la vio llorar de dolor. Entonces, con la voz rota, le dijo: “’William, ¿hasta cuándo me vas hacer sufrir…?’”. Eran las lágrimas y la voz de una madre que pedían a gritos la salvación de su hijo”.
Sin embargo, este seminarista señala que su “corazón permanecía endurecido, no era capaz de comprender, continuaba por el mismo camino, un camino de placer insulso y sin sentido”.
Pero entonces empezaron a suceder dolorosos acontecimientos en su vida, sobre todo de muerte en su familia, primero de su padre, al que diagnosticaron un aneurisma abdominal y falleció tras 30 días de lucha. Pero lo más duro fue que a los seis meses también murió su madre.
“Sin palabras, el Señor me lo estaba pidiendo todo, aunque yo, evidentemente, en aquel momento no lo entendía. De modo que, si ya antes me había separado de Dios, ahora quería saber menos de Él. Mi vida iba deslizándose velozmente por una pendiente cada vez más abrupta hacia la perdición… Pero Dios sigue obrando y a la espera”, afirma este hermano de los Siervos del Hogar de la Madre
En esas circunstancias, sus primeros pensamientos al despertar cada mañana seguían siendo cómo satisfacer sus placeres desordenados –a qué chica llamar o con qué amigo emborracharme... “Pero un 18 de diciembre –recuerda- nada más abrir los ojos, lo primero que pasó por mi cabeza fueron las palabras que me dijera mi abuela antes de morir: ‘¡William, no dejes nunca de ir a misa, de rezar el rosario y de confesarte!’”. Y para su sorpresa, esas palabras le estaban tocando.
Tras muchos años alejado decidió acudir a la iglesia y hablar con su párroco. “Después de escucharme, me dijo: ‘Dios te ama mucho y está a la espera, así que ve a casa y prepárate una buena confesión, y luego vienes’”.
Así lo hizo y tras una hora confesión regada de lágrimas recibió el perdón de sus muchos pecados. William cuenta que el sacerdote le dijo que “hoy en el cielo hay una gran fiesta, porque un gran pecador se ha convertido…”. Tras salir del confesionario era el hombre más feliz del mundo pues “esa felicidad que había anhelado durante tanto tiempo y que no había encontrado en ninguna cosa, se hizo de repente presente en aquel confesionario”.
Sin embargo, el diablo no quería dejar escapar una de sus presas sin luchar y tras cuatro meses viviendo en unión con Dios. Se encontró con un viejo amigo que le afeó el que estuviera todo el día en la iglesia y le invitó a una cerveza. “Era el comienzo de una recaída que duró un mes más o menos. La misma vida de antes, vicios y sin sentido… Una tarde de domingo, al despertar después de una fiesta, comencé en mi cama a pensar y a pensar: no es posible esta vida, nuevamente lo mismo… Fue tanta la angustia, que mi cuerpo se fue paralizando por momentos, no podía moverme, sólo alcancé con gran dificultad a llamar a mi hermana por el móvil balbuceando: ‘¡Ven, ven… que me muero!’”, cuenta el futuro sacerdote.
Además, recuerda que en aquellos momentos de angustia “Dios me lo estaba pidiendo todo, hasta mis pecados. Yo sólo le rogaba perdón a Dios. Sabía que, si moría en ese momento, mi fin no sería el cielo…”. Pero la misericordia de Dios fue más potente y de nuevo acudió a la confesión. Desde ese momento se vinculó más profundamente a la parroquia.
Después de unamisa, el sacerdote llamó a William para decirle que sería el encargado de hacer peregrinar a la Virgen de Fátima. “¡Vaya regalo y manifestación de amor del Señor dándome a su Madre! El tiempo de estas visitas se reducía al mes de mayo, pero llegué a estar con la imagen casi un año, y ya se pueden imaginar las miradas de la gente…: el que antes andaba por las calles con una botella en la mano ahora lleva en su lugar a la Virgen de Fátima”, cuenta orgulloso.
Pero cuando vivía muy feliz en el seno de la Iglesia su corazón volvía a estar inquieto. “Resulta –agrega William- que Dios me empezó a llamar a un amor más extremo, a seguir dándolo todo por él: mi trabajo, mi familia, mis cosas, mi novia y el proyecto de tener una familia. Me lo pedía todo”.
El Señor le llamaba al sacerdocio, pero le costó aceptar esta llamada. “Después de un tiempo de lucha tratando de escuchar al Señor que me decía: ‘¿No te basto Yo?’, le di mi repuesta definitiva: sí, sólo para Él. Ahora pertenezco a los Siervos del Hogar de la Madre”.
Entre las misiones de esta comunidad está la defensa de la Eucaristía y de la Virgen, así como la conquista de los jóvenes para Jesucristo. “En esta comunidad de los Siervos del Hogar de la Madre ya llevo 12 años, y tengo votos perpetuos. Uno de tantos regalos que me ha dado el Señor ha sido el poder estar de misiones en Ecuador durante 4 años –allí tenemos algunas comunidades–, dedicándome totalmente a la evangelización”, afirma orgulloso.