Gilbert Keith Chesterton tenía claro que lo único que debería prohibirse en literatura es aburrir. Releyendo sus obras, apunta Alberto Manguel, constataremos que aquel católico socarrón que antes fue agnóstico y luego anglicano, «escribía y leía con la pasión que pone un glotón en comer y beber, aunque posiblemente con mayor deleite, y no parece haber conocido jamás los sufrimientos del escribidor inclinado sobre la página en blanco de Mallarmé, ni la angustia del erudito rodeado de tomos polvorientos».

De vivir hoy, Chesterton no pararía de darle collejas a los políticos desde el Twitter poniendo de relieve eso que llamaba «la paradoja andante», aplicable también a nuestros falansterios de indignados. Es el escritor que elogia las ventajas de quedarse en la cama porque «los avaros se levantan muy temprano; y los ladrones, según tengo entendido, se levantan la noche antes». Entre lo fútil y lo peliagudo, Chesterton no descartó la posibilidad del humor. El estilo elevado pseudo-intelectual que disimula la incapacidad de explicarse le fastidiaba tanto como el dogmatismo religioso y científico, la prepotencia ricachona y los dictadores de buenas y malas lecturas.

Entre el capitalismo manchesteriano y el socialismo que obnubilaba a Shaw o Wells, Chesterton postulaba el «distribucionismo» de la doctrina social de la iglesia. En sus biografías, lo que le interesaba de Napoleón o Dickens era su catadura moral. Josep Pla admiraba la heterodoxa visión del británico sobre la Edad Media frente a quienes la tachaban de oscurantista. Chesterton entusiasmaba al ampurdanés porque, como Montaigne o Cervantes, no sólo se lee sino que acompaña: «Siento que es una buena persona, y un intelectual de sus dimensiones, cuando es buena persona, es lo más parecido a un ángel...».


De vivir hoy, insistimos, Chesterton firmaría bestsellers: «La gente necesita historias de detectives, necesita las farsas y los melodramas y las canciones cómicas. Y ante cualquiera que tenga la honradez de volcar su inspiración en esas otras formas de arte se abre un camino hacia campos muy fértiles y variopintos todavía por descubrir», escribió en el Daily News, año 1907. No en vano, es más que posible celebrar hoy un «Chestertonday» con los 85 títulos suyos que se han publicado en los últimos años.

Borges validó a Chesterton en el mundo de habla española: «Lo devoró y digirió, y lo homenajeó volviéndolo a contar en español, modelando sus propias historias de padre Brown y aplicando a sus ensayos el estilo del discurso chestertoniano», subraya Manguel. Un discurso vigente para tiempos de desmanes financieros. Lo escribió Chesterton y parece de anteayer: «El peor enigma para nosotros no son los ricos, sino los muy ricos… El problema hoy es que ciertos poderes y privilegios se han extendido por el mundo de un modo tan incontrolable que escapan tanto al poder de los moderadamente ricos como al de los moderadamente pobres…» ¿A qué nos suena?