"Sangre de mártires, semilla de cristianos", dice el antiguo adagio. Que tiene una trasposición moderna: "Sangre de soldados, semilla de sacerdotes". Al menos si tenemos en cuenta que el 10% de las vocaciones sacerdotales en Estados Unidos proceden de personas que han sido militares, y un porcentaje aún mayor de hijos de militares.
Y la experiencia es muy positiva. Lo cuenta el National Catholic Register en un reciente reportaje titulado "From battlefield to altar [Del campo de batalla al altar]", donde recoge diversos testimonios sobre el discernimiento de vocaciones en los Ejércitos. Si Dios anda entre pucheros, como decía Santa Teresa de Jesús, ¿por qué no entre fusiles?
O entre fragatas y destructores. Allí fue donde Stuart Swetland, que en 1981 se había graduado con honores como oficial de la US Navy, descubrió que tras servir a su patria quería servir a Dios. Hoy es sacerdote y profesor de Ética Cristiana en la Universidad Mount St Mary de Emmitsburg, Maryland. Pero no es ni será un caso aislado, porque en la Academia Naval norteamericana hasta un 50% del alumnado es de religión católica.
La magnitud del proceso que vincula uniformes y sotanas es tan importante, que desde hace tres años el arzobispado castrense de Estados Unidos desarrolla un programa específico para promover vocaciones entre soldados y oficiales.
Actualmente y hasta junio lo dirige John McLaughlin, que no ha sido militar pero cuyo padre era marine. El padre McLaughlin es una vocación tardía, que dejó el seminario tras muchos años dedicado a practicar la lucha libre primero, y entrenar a competidores después, con un buen número de campeonatos en su haber.
Según explica, los últimos años de continuos combates en Afganistán e Irak han llevado a muchos jóvenes a plantearse preguntas como: ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es mi misión en el mundo? ¿Por qué me he salvado mientras que otros compañeros han caído?
Uno de ellos, por ejemplo, era piloto de helicópteros hasta que un día, durante una misión en Irak, un misil se incrustó en la nave sin llegar a explotar, lo que habría supuesto la muerte segura de toda la tripulación. El hecho le hizo terminar de discernir una vocación que ya era latente.
"Estos chicos me sorprenden con sus historias y con su deseo de conocer y amar a Dios. Y para mi sorpresa, muchos de ellos no proceden de familias católicas. Buscaban a Dios y tuvieron su propio programa de conversión", explica McLaughlin.
En ese programa interviene a veces el enemigo. El padre Brett Brannen, que forma parte del programa de captación, cuenta otra historia que le contó un seminarista: "Estaba en una trinchera junto con dos amigos. Los dos murieron, él se salvó. Durante mucho tiempo se estuvo preguntando por qué".
¿Cuál es la razón de la sintonía entre la vida militar y el despertar de la vocación? El padre Brennan apunta varias. Por ejemplo: "Una familia de militar tiene que recoger todo y mudarse a donde son destinados porque se les necesita. Así es el sacerdocio, que tambiéne exige una disponibilidad a entregar tu vida".
Pero hay más: "La vida militar es una vida ordenada. Muchos sacerdotes no obedecen a sus obispos, y se preocupan por su realización personal. Las familias militares, sin embargo, comprenden que el todo es más importante que las partes, y eso es el sacerdocio. Cuando dices «Tengo planes», llega Jesús y dice «Yo también tengo planes»... y tienes que cambiar los tuyos".
De ahí que monseñor Swetland lamente las reticencias de muchos obispos a que sus sacerdotes sirvan como capellanes militares: "Como decía Santo Tomás de Aquino, la gracia se construye sobre la naturaleza. Muchos militares tienen las virtudes naturales necesarias para servir luego en la vida religiosa o en el sacerdocio, donde deben ser disciplinados, valientes y dispuestos a trabajar como miembros de una unidad. Quienes sirven en las Fuerzas Armadas están dispuestos a dar su vida por los demás. Justo eso es lo que necesitas para el sacerdocio".