Trece capítulos, distribuidos en más de 500 páginas para hablar del hombre y del pontífice: es "La Biografía" de Juan Pablo II (ediciones San Pablo), obra monumental de Andrea Riccardi, historiador y fundador de la Comunidad de San Egidio, vendida en 18 países en el mundo, mientras que en otros 32 están en negociaciones.
Un repertorio de sucesos, algunos de los cuales inéditos, que describen al, quizás más grande, seguramente más amado, hombre de la Iglesia, Wojtyla, que será proclamado beato en menos de veinte días, el primer domingo de mayo. Riccardi se basa en documentos de primera mano, testimonios directos y hechos que han servido en su proceso de canonización, para poner sobre el papel el “misterio” de un Papa polaco que llegó al trono de Pedro después de 455 años de pontífices italianos.
“Juan Pablo II es una gran figura del siglo XX, es de la que habla plenamente la historia. Aún más, explica el autor, “es también un personaje del siglo XXI: se impulsó hacia un nuevo siglo ya empezado y su herencia religiosa sigue siendo una referencia”. Su pontificado no ha sido fácil de ningún modo: una vez elegido, en 1978, “se enfrentó con la crisis del catolicismo, con un Occidente secularizado y con un marxismo de muchas caras”.
“Creyó en la fuerza de las energías religiosas y espirituales de su Iglesia y de la humanidad, también del enfrentamiento con los sistemas políticos que tenían a su disposición “armas” de un tipo más bien distinto y mucho más potentes”. Como en Polonia, ocupada primero por los nazis, y gobernada después por el comunismo.
“Vino de un pueblo sufriente, el polaco -explica Benedicto XVI durante un encuentro con Riccardi- sometido a muchas pruebas en su historia. De este pueblo sufriente, después de muchas persecuciones, se desarrolla la fuerza de la esperanza”. Esto es lo que ha supuesto Karol para los cristianos: la fuerza de la esperanza”, que contrasta en el tiempo con escenarios cada vez más grandes y complicados.
No resignándose al declive de la religión en la vida del hombre, intuyó, incluso “contrariamente a todo -añade el fundador de la Comunidad de San Egidio- que las religiones de todo el mundo conocerían un renacimiento”. Hasta el fin de sus días creyó en la capacidad de cada uno para cambiar la historia.
En 2003, ya enfermo y anciano, Karol Wojtyla se dirigió al Cuerpo Diplomático reunido en el Vaticano y les explicó por qué “era posible cambiar el curso de los acontecimientos”. “Depende de cada uno de nosotros”, y esta es la sencilla verdad, el gran secreto. “Esta -resume Riccardi- fue su confianza”.
Una fuerza que ha provocado distintos resultados “más que individuales -precisa el cardenal Ruini- no obstante la todavía escasa ´distancia histórica´”. El primero, sin duda, fue “el empuje del catolicismo, revirtiendo su tendencia a retirarse” que al principio de su reinado parecía caracterizar a los creyentes, combatiendo “su resignación ante un mundo secular en el que se prescinde de Dios”.
En segundo lugar el que fue “quizás el efecto más evidente”, es decir el de que se dio sobre Polonia y sobre la Europa centro-oriental, con la caída del muro de Berlín y de los regímenes comunistas, respecto a los que -destaca el ex-presidente de los obispos italianos- “tuvo un papel imprescindible”.
La biografía del americano George Weigel publicada en 1999 insistió en la alianza entre Reagan y Wojtyla contra "el Imperio del mal" identificado con los regímenes comunistas. Sin embargo a Gorbachov – en la reconstrucción de su encuentro con el Papa de 1989 que es uno de los relatos inéditos de este libro- el Papa dijo que no se debían aplicar al mundo oriental los modelos occidentales.
Cómo no considerar a Juan Pablo II, “hombre y Papa gigantesco”, que luchó para cambiar Occidente desde el interior, y darle así un futuro”. Cierto, observa Ruini, “alguno podría preguntarse si en esto falló. Sin embargo yo creo que es pronto para decirlo, en cuanto a que en la conciencia de Occidente algo ha cambiado en profundidad. El juego todavía no ha terminado”.
Por último, Wojtyla dirigió gran atención al Sur del mundo, señalando a la Iglesia una misión de solidaridad hacia esos países, católicos y martirizados por el hambre, la pobreza y las luchas internas de los poderes gobernantes.
Todo esto, concluye el purpurado, puede interpretarse como el resultado de “su modo de conjugar fe e historia”, donde teocentrismo y antropocentrismo “no se contraponen, si no que se integran”. En el fondo, esta es la misión de la Iglesia, y en esto Juan Pablo II es considerado “un perfecto intérprete del Concilio”.
Así contado parecería un personaje descifrable. Pero no ha sido así. Ciertamente son destacables su humanismo y la cordialidad de su trato. Sin embargo, como explica Riccardi, tenía una visión propia de la historia y trazó una nueva geografía espiritual del mundo, desde Polonia a Italia, de América Latina a África.
“Reconstruir la vida de Karol Wojtyla no exige sólo ciencia”, también muchos documentos que no han sido abiertos todavía. “No sólo la capacidad de interpretación y de narración -continúa el autor que tantas veces se reunió con Juan Pablo II durante sus 27 años de pontificado- sino una penetración en la cultura y en las vibraciones internas del personaje, además del conocimiento de las energías espirituales puestas por él en movimiento”.
Muy interesante y además porque se sitúa en el origen del “misterio” Wojtyla, es el fragmento sobre Stefan Wyszyński, primado de la Iglesia en Polonia. Su deber, en base a los poderes especiales concedidos por Pío XII -y después confirmados por sus sucesores- de elegir candidatos al episcopado.
Se cuenta que cuando en los ´60, el primado tenía que negociar los nombres de los ordinarios diocesanos con el poder político polaco, surge de los ambientes intelectuales de Cracovia el nombre del vicario capitular Wojtyla, pero este no estaba entre los preferidos de Wyszyński.
De cualquier modo, introdujo el nombre de Karol en la lista aunque al final, en último lugar. En 1963 el Comité central del Poup rechaza la selección de candidatos, incluido Wojtyla considerado “un adversario teológico muy peligroso”. La pregunta es obligada: después de todas estas opiniones negativas ¿cómo se llega al ascenso de Wojtyla? Parece, según la reconstrucción de Tad Szulc, que el diputado católico Stanislaw Stomma se dirigió a Zenon Kliszko que, en el Politbjuro se ocupaba de cuestiones espirituales e ideológicas.
Fue Stomma el que le sugirió el nombre de Wojtyla como guía de la archidiócesis de Cracovia. El 19 de diciembre de 1963, al final el premier Cyrankiewicz comunica al primado que el gobierno no se opondría al nombramiento de Wojtyla. “Probablemente – explica Riccardi – la idea de Kliszko es la de usar la personalidad particular de Wojtyla como alternativa a Wyszyński. Así un dirigente comunista como Kliszko estuvo, después del arzobispo que lo quiso como auxiliar, en el origen de la carrera que permitió a Wojtyla ser elegido Papa”.
“No es verdad -aclara también Riccardi- que Wojtyla fuese impuesto a Wyszyński, pero sí que este no era su candidato preferido como arzobispo de Cracovia”. Dos hombres muy distintos, entre los que, sin embargo había afecto. Sobre todo, ambos “creen en la necesidad de un compromiso social fuerte y no son adeptos al capitalismo, pero en ambos no hay signos de estima o interés por el marxismo. En la base de sus convicciones está la idea de que el cristianismo es una fuerza de liberación para la sociedad y para el hombre”.
inquebrantable, e incluso reforzada con la última prueba de su enfermedad. A propósito de esto, Benedicto XVI confió a Andrea Riccardi: “En ese momento se podía cuestionar razonablemente: ¿es posible gobernar la Iglesia en esas condiciones de salud?
Hoy, desde un visión retrospectiva, comprendemos mejor lo que supusieron aquellos años (...). Vemos que sí se puede gobernar (…). Es algo extraordinario. Pero después de un largo pontificado y después de tanta vida activa del Papa, era significativo y elocuente un tiempo de sufrimiento”.