El pasado 2 de agosto falleció en accidente de tráfico el padre Mark Beard, de 62 años, párroco de la iglesia de Santa Elena en Amite (Luisiana). Cerca de la frontera con Mississippi, su vehículo se salió de la carretera y chocó contra una alcantarilla de cemento, volcando de forma fatal.
Era un sacerdote muy querido y conocido, entre otras cosas porque uno de sus parroquianos era el gobernador demócrata del estado, John Bel Edwards, cuyas inauguraciones solía bendecir: "Teníamos una estrecha relación con él, le visitábamos frecuentemente en su casa y también él solía venir a pasar tiempo con nosotros en la mansión del gobernador en Baton Rouge", declaró el político, considerado un conservador en su radicalizado partido por sus posiciones provida. "Hemos visto cómo revitalizaba nuestra iglesia", añadió Edwards.
Mark Beard, con una familia de su parroquia que ha compartido la imagen tras su fallecimiento. 'Era distinto a cualquier otro sacerdote de los que conocíamos entonces', afirma en su perfil de Twitter una de sus feligresas, Katie Corkern.
Beard era licenciado en administración de empresas y durante años trabajó en el negocio familiar, una empresa de tratamiento de aguas residuales, para la cual llegó a patentar un sistema de control de turbulencias. Salió con muchas mujeres, pero nunca se casó. Durante un viaje a Medjugorje en el año 2000 empezó a meditar su vocación sacerdotal ("no puedes tener dos mujeres en tu vida", decía sobre la exclusividad de su amor a la Virgen María), y tras un periodo de discernimiento entró en el seminario en 2004.
Se ordenó en 2009, a los 48 años de edad. En sus años como párroco se esforzó por promover la vida espiritual de sus fieles, para lo cual adquirió un antiguo colegio donde construyó un complejo destinado a albergar retiros y ejercicios.
La predicación del juicio individual
Una de sus amigas de toda la vida, Geri Guarino, recordó tras su muerte que una de las cosas en las que insistía Beard es que "venimos a este mundo un día y nos vamos otro día". Y sobre ese último día versó precisamente su última homilía, el domingo 30 de julio, con tintes premonitorios, pero donde lo realmente importante no es la fugaz referencia a su propia muerte, sino el valor de la meditación que dejó a quienes le escuchaban sobre los novísimos.
Tras exhortarles a no "nadar entre dos aguas" en lo que se refiere a Jesucristo, proclamó con vehemencia: "¡Lo único que importa es vuestra alma! ¿No lo comprendéis? ¡No habrá excepciones cuando estés delante de Él! No habrá arbitraje, no habrá mediación. ¡Por favor, por el amor de Dios, recordad esto! En el nanosegundo después de tu muerte o de la mía, antes de que la gente se haya alejado de tu cama, antes de que tomen su coche y se vayan, tú ya habrás sido juzgado y estarás en el cielo, en el infierno o en el purgatorio. No hay más".
Y añadió, con una oratoria que para algunos recordaba a la del obispo Fulton J. Sheen: "Un día estarás solo y desnudo ante Él, y te prometo que solo escucharás una de estas dos palabras en el Día del Juicio:
»o bien '¡Apártate de mí!'. 'Pero, Señor, yo te proclamé el Mesías, yo custodié tu dinero' 'También lo hizo Judas'.
»o bien '¡Acércate a mi mesa! ¡Cuánto te he esperado! He presumido de ti, le he hablado a todos estos santos sobre ti, les he dicho, «mirad como se santigua, aunque le van a despreciar o condenar por ello»'".
Algunos momentos de la última homilía del padre Beard.
Y les insistía, apelando a la obligación de su sacerdocio de predicar la verdad: "No puedes elegir. O Él es, o Él no es. Tienes que conocer la verdad. Cuando yo esté ante Él, no voy a alegar 'Verás, Señor, podía habérselo dicho, pero ya sabes, habría habido quejas...' Mis hermanos en Cristo, mi trabajo es deciros la verdad. Si queréis aceptarla o no, es cosa vuestra. Mi trabajo es asegurarme de que conocéis toda la verdad y nada más que la verdad. Que Dios me ayude a ello".