¿Cuántas veces, sobre todo en momentos de necesidad, rezamos al Señor con ardor pidiéndole una gracia y haciendo un voto? “Señor, si me concedes esta gracia, te prometo que de hoy en adelante me comprometo a …”, “Señor, si me concedes lo que te pido, te prometo que renuncio a …” ¿Y cuántas veces después el voto ha quedado incumplido y de nuestras promesas no han quedado más que palabras vacías?
Hoy os contamos la historia de un hombre que, por tener fe y hacer un voto a Dios en un momento trágico, ha salvado la vida de 70 niños y cambiado para siempre la vida de sus madres.
Tong Phuoc Phuc es un vietnamita de 44 años. En 2001 vivía en la ciudad costera de Nha Trang con la mujer que esperaba a su primogénito. El embarazo, sin embargo, presentaba complicaciones tales que ponían en serio peligro la vida de la madre y del niño. He aquí que entonces Phuc empieza a rezar, e incesantemente pide al Señor que el hijo nazca sano y que su mujer sobreviva al parto: “Si me concedes esta gracia, Señor, - suplicaba – te prometo que me comprometo a ayudar a los demás”.
No sabía entonces cuánto cambiaría aquella promesa su vida y muchas otras vidas. El parto se desarrolló sin problemas y el niño nació sanísimo, mientras que para recuperarse la mujer de Phuc tuvo necesidad de una larga estancia en el hospital por las complicaciones de su embarazo. Fue en aquella etapa cuando Phuc notó algo extraño: “Veía a muchas mujeres entrar en el hospital con su barriga y salir sin su niño. Cuando comprobé que todas aquellas mujeres habían abortado, quedé conmovido y decidí que definitivamente debía hacer algo.
Desde aquel día Phuc, que trabajaba como albañil, empieza a ahorrar para conseguir comprar un pequeño trozo de terreno fuera de la ciudad. Después comienza a recuperar los fetos abortados en los hospitales y en las clínicas para darles sepultura en el terreno y poder rezar por ellos. Al principio los médicos y enfermeros pensaban que estaría loco; también la esposa estaba perpleja, sobre todo por la idea de construir un cementerio para fetos. Pero Phuc estaba seriamente convencido y con constancia y determinación llamaba a las puertas de los hospitales y se llevaba los pequeños cuerpos abortados, hasta el punto que hoy son 9.000 los niños no nacidos sepultados en su cementerio. “Estos niños tienen un alma, - dice – y no quiero que su alma vague en la nada sin que nadie rece por ellos”.
Pero la parte más extraordinaria del voto de Phuc estaba todavía por llegar. En Vietnam el aborto está muy difundido. El país asiático en 2010 ha entrado en la clasificación de los diez estados con la más alta difusión de la interrupción de embarazos, fenómeno que interesa, sobre todo, a las jóvenes de menos de 19 años. En 2006, solamente en el hospital Ho Chi Minh City, han sido practicados 114.000 abortos, número muy superior al de nacimientos. Desgraciadamente muchas mujeres vietnamitas ven el aborto como una elección obligada desde el momento que viven una situación de extrema pobreza; las menores de edad además temen no lograr el desarrollo del niño, dado que a las relaciones prematrimoniales siempre sigue un alejamiento de la joven por parte de la familia. No solamente eso, sino que también influye el número de abortos de las hijas, práctica a la cual los maridos obligan a las mujeres que no llevan en su seno un heredero masculino.
He aquí que entonces Puch decide abrir la puerta de su casa a las madres en dificultad, acogiéndolas al mismo tiempo que a sus pequeños. El albañil les garantiza un techo y la comida hasta el nacimiento del niño y se compromete a acoger y educar al niño hasta el momento en el cual la madre pueda cuidar del mismo. Del 2001 hasta hoy son 70 niños a los cuales ha salvado la vida, 70 las mujeres a las cuales ha conseguido evitarles el drama del aborto, solamente hablando con ellas cuando se acercaban al hospital con la intención de interrumpir su embarazo. Al menos la mitad de estas mujeres han pasado su embarazo y los primeros meses del niño en uno de los dos apartamentos que Puch ha preparado en el transcurso de los años, gracias también a los numerosos ofrecimientos recibidos de quienes han llegado a tener conocimiento de su historia.
“A veces llego a tener entre 10 y 13 mamás que viven aquí con sus niños naturalmente. Cuando las camas de que dispongo están ocupadas, duermen sobre el pavimento. Es difícil también para ellas, pero en cuanto se dan cuenta de la alegría de la que se verían privadas renunciando a un hijo y del drama que les tocaría vivir, afrontan todo con un espíritu optimista. Busco solamente dar a los otros la misma alegría que el Señor me ha dado a mi”.
Le resta importancia Tong Phuoc Puch, recita nanas a un niño mientras acaricia a otro, tranquiliza a sus madres y las hace sentirse parte de una única y gran familia. Todas las mañanas cuida losa detalles del cementerio que acoge los fetos como si fuese un maravilloso jardín, se para delante de la estatua de la Virgen María y reza, después trabaja, vuelve a casa y cuida de todas las vidas que ha salvado o cambiado. Una historia extraordinaria, todavía más extraordinaria si se piensa cómo ha comenzado, con una súplica al Señor, con una gracia obtenida, con una promesa mantenida.
[Traducción José Martín]
[Traducción José Martín]