No fue persecución lo del Papa Juan XXIII contra el padre Pío de Pietrelcina. La tesis es de Stefano Campanella, que ha tratado de documentarla en el libro "Obedientia et pax. La verdadera historia de una persecución falsa". Director de Tele Radio Padre Pio, el autor ha explicado su trabajo en Roma el pasado 22 de marzo en la sede de Radio Vaticano.
Presentes también el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y Gian Maria Vian, director de L´Osservatore Romano y los coeditores Giuseppe Costa de la Libreria Editrice Vaticana y el fraile Mariano Di Vito de las Ediciones Padre Pio de Pietrelcina. Moderando el encuentro estaba el periodista Luigi Accattoli, famoso periodista del Corriere della Sera.
El volumen reconstruye un periodo de la vida del Padre Pío en el que nadie ha entrado, hasta ahora, en las biografías oficiales y que derrumba las hipótesis capciosas lanzadas por algunas recientes publicaciones. Objeto de las investigaciones de Campanella son las que, en el prefacio, el cardenal Tarcisio Bertone, secretario del Estado Vaticano, define como “asuntos que han sido objeto de subrepticias interpretaciones históricas”, es decir el mito de un santo “perseguidor”, el Papa bueno, y de un santo “perseguido”, el padre Pío.
Es historia que el Capuchino fue objeto de calumnias tan graves que llegaron al Santo Oficio y a través de él, referidas a Roncalli. Sin embargo, las medidas adoptadas por el Pontífice – esto demuestran los documentos – revel an su benévola predisposición hacia el fraile, como también una cierta confianza en los testimonios de su defensa.
Al principio de la llamada “segunda persecución” del padre Pío, sucedida entre 1960 y el 1961, estaba Umberto Terenzi, párroco romano del Divino Amor, que quería proteger al fraile y a su Casa de Alivio del Sufrimiento, de las injerencias de los que mostraban demasiado interés por el dinero.
Terenzi obtuvo del Santo Oficio el encargo verbal de investigar, pero presentándose a San Giovanni Rotondo como representante papal, ciertamente exageró: dejó que se creyese (pero no era así) que se tenían que referir los hechos al Pontífice. Se pusieron micrófonos y una grabadora en el lugar donde el padre Pío – fuera del confesionario – se reunía con los fieles, y en una charla con una tal Cleonice Morcaldi, los que escuchaba n creyeron oír “un beso”.
Las grabaciones fueron enviadas al Santo Oficio. La iniciativa enfadó al Papa que, por esto, ordenó quitar los micrófonos. No sólo esto, sino que desde ese momento evitó todo encuentro con Terenzi. Fue nombrado por tanto, Carlo Maccari como visitador apostólico. También él – que sin embargo tenía el simple cometido de recoger información para referirla a su superior – se sintió tan apoyado por el Papa que se atrevió a hablar en su nombre. Y acabó acreditando las acusaciones falsas contra el padre Pío, el fraile que puede decirse hermanado con Roncalli “no sólo por la coincidencia de las misma fecha de ordenación sacerdotal -explicó Campanella- sino sobre todo por la concepción idéntica de la misión y papel del sacerdote y del mismo modo de posicionarse en el interior de l a Iglesia”, es decir encontrar la paz interior en la obediencia”.
Lo verdaderamente inédito, relatado por Campanella, es, sin embargo, la visita apostólica de un solo día, hecha en febrero de 1961 por el padre dominico Paolo Philippe. Llegado a la localidad de Garganica, el futuro cardenal y consultor del Santo Oficio, interrogó al padre Pío. El informe de este suceso no deja espacio a otras interpretaciones.
“El padre Pío me pareció un hombre de inteligencia limitada -escribió el padre Paolo Philippe,- pero muy astuto y obstinado, un agricultor astuto que camina por sus caminos sin enfrentar a sus Superiores de frente, pero sin ninguna voluntad de cambiar”, “él no es ni puede ser un santo (…) y ni siquiera un sacerdote digno”.
“El padre Pío ha pasado insensiblemente de manifestaciones menores de afecto a actos cada vez más graves, h asta el acto carnal. Y ahora, después de tantos años de vida sacrílega, quizás no se da cuenta de la gravedad del mal. Esta es la historia de todos los místicos falsos que han caído en el erotismo”.
“El padre Pío no es sólo un falso místico, que es consciente de que sus estigmas no son de Dios, y a pesar de esto, deja que se construya toda su fama sanctitatis sobre sí, sino que peor todavía, es un desgraciado sacerdote, que se aprovecha de su reputación de santo para engañar a sus víctimas”. En fin, el padre Pío era para el dominico “el mayor fraude que se pueda encontrar en la historia de la Iglesia”.
Y pensar que le bastó un solo día de investigación, construida exclusivamente en rumores, para poner en papel tanta animosidad. El Papa, titubeante, llamó a consultas al arzobispo de Manfredonia. De la charla, que Campanella cuenta en su libro, se evidencia que Juan XXIII entendió que las acusaciones dirigidas al padre Pío se habían construido artificialmente y por esto ordenó al Santo Oficio que no aumentara las sanciones al fraile estigmatizado. Por tanto, aunque la persecución existió, no fue Roncalli el que la dirigía.