El 2 de julio de 1989 el sacerdote italiano Bernardo Antonini llegó al Imperio más extenso del mundo, que se estaba tambaleando pero que aún no lo admitía: a la Unión Soviética. En Polonia acababa de caer el comunismo. En Hungría se acababa de legalizar el derecho a la huelga. En China los tanques aplastaban la manifestación democrática de Tiananmen.
Y don Bernardo, con 57 años, llegaba a Moscú como "estudiante internacional", aprovechando los resquicios de la perestroika. En seis meses más se hundirían los regímenes comunistas de Europa Oriental y en dos años la poderosa URSS sería un recuerdo caduco.
El Papa Francisco ha aprobado este martes el decreto de las virtudes heroicas de este misionero, que se puso a evangelizar en la Rusia tardosoviética "con lo puesto" y sin saber casi ni el idioma. Si se le pudiera atribuir un milagro y la Iglesia lo constatase así, podría ser beatificado.
Bernardo Antonini nació en 1932, entró en el seminario en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, y fue ordenado sacerdote en 1955, con 23 años. En 1962 obtuvo una licenciatura en Lenguas y Literaturas Extranjeras Modernas. Fue profesor en el seminario menor, después profesor de Escritura en el Estudio Teológico San Zenón de Verona y un importante formador en la diócesis. En 1977 se afilió a la espiritualidad de los sacerdotes paulinos fundados por Santiago Alberione, con pasión por usar los medios de comunicación para evangelizar.
En Rusia Antonini fundaría en 1994 el que durante muchos años fue el único semanario católico del país, "Svet Evangeliya" (La luz del Evangelio), que se mantuvo hasta 2007, cinco años después de su muerte. En total el semanario lanzó 630 números. También puso en marcha una emisora de radio al estilo de Radio María. Antonini también fue el fundador, rector y formador del seminario mayor “Reina de los Apóstoles”, de Moscú y un conferenciante incansable e itinerante. Murió en marzo de 2002 como vicario episcopal del obispo de Karagandá, en Kazajstán.
Un documental en italiano que recoge la pasión del padre Antonini por la evangelización de Rusia
En un libro de Ediciones Paulinas, mucho más fácil de conseguir en papel en Italia que en Rusia (aunque hay librerías paulinas en Rusia), contó algunas de sus aventuras misioneras en la URSS.
Una palabra le llevó a Rusia: "perestroika"
En junio de 1988 Antonini era un cura italiano más sin especial interés en Rusia. Vio en la televisión cómo el presidente de la URSS, Mijail Gorbachov y su esposa Raisa recibían al cardenal Casaroli en el teatro Bolshoi de Moscú para un acto que celebraba los Mil Años del bautismo de Rusia, por mandato del rey San Vladimir. El locutor televisivo habló de "la perestroika", que significaba "reestructuración" o "transformación".
"Las palabras del presentador me agitaron, o más bien, me sacudieron. Desde entonces, 'perestroika' y Rusia comenzaron a interesarme de una manera nueva, comencé a sentir una simpatía personal inexplicable por este país. No sabía una palabra en ruso, no estaba familiarizado con el alfabeto cirílico".
Pero empezó a tomar clases particulares con una profesora italiana en mayo de 1989. Después, a través de la sociedad de amistad de Italia y la URSS, se apuntó para un curso para extranjeros en la Universidad Estatal de Moscú. Así en julio llegó al corazón de la URSS.
"La primera sorpresa: al llegar a Moscú, no encuentro en mi equipaje el cáliz litúrgico que llevé conmigo, y en la Rusia Comunista es imposible comprar uno nuevo: no había tiendas en Moscú donde se vendieran utensilios religiosos. En el fondo de mi corazón decidí: soy misionero. Me encontraba en una situación difícil. 'Como último recurso durante la misa, usaré un vaso (¡no puedo vivir dos meses enteros sin la Santa Comunión!'), recordó luego en su libro de memorias.
Horario de clases: ¡asignatura de ateísmo científico!
Era un italiano de 57 años y entre las clases que se le ofrecían para elegir como visitante extranjero vio en primer lugar el curso de Ateísmo Científico. Igual que tantos otros estudiantes universitarios de la URSS: asignatura obligatoria en carreras de letras. Pocos sospechaban que en un par de años esta asignatura desaparecería y sería motivo de burlas.
"¿Yo, un sacerdote ordenado hace treinta años, tendré que escuchar conferencias sobre ateísmo, más aún, sobre ateísmo científico? Unos años más tarde, mis futuros seminaristas y amigos me dirán que tuvieron que estudiar el materialismo dialéctico y repetir sin fin: Dios no existe", escribió. No hizo falta Bernardo cursara la asignatura porque para él era optativa.
Misa diaria semiclandestina en la Universidad de Moscú
"El momento más emocionante de ese verano para mí era la misa vespertina. Alrededor de las nueve de la noche, mis amigos y yo (tres o cuatro italianos) celebrábamos la liturgia en mi habitación. No había capilla en el edificio principal de la Universidad de Moscú, la creación favorita de Stalin. La misa es el centro de cada día para un sacerdote. Esos dos meses fue para mí una gran alegría. Por las noches, el alféizar de la habitación del dormitorio para estudiantes se convirtió en un "altar". En el alféizar de la ventana, instalé el cáliz y el Misal, y cuando ofrecí patena y el cáliz, no estaban frente a mí mis queridas monjas de la comunidad de Verona (treinta hermanas en total), sino una gran metrópolis iluminada y diez millones de personas. Esto fortaleció mi oración de glorificación: la misa vespertina que se realiza por Rusia, la Copa que se eleva por la salvación de todo el mundo".
Al cabo de unos días, el sacerdote italiano fue a hablar con el rector de la Universidad:
— Aquí en la Universidad estudiamos muchos extranjeros, somos unas trescientas personas, y soy un "ministro de culto". ¿Puedo hacer una liturgia el domingo?
- No tengo inconveniente. Hay perestroika, puede hacer cualquier cosa, incluso en la Universidad. Pero no tenemos capillas.
- Lo sé. Stalin no construyó templos, sino que los destruyó.
- Creo que puedo prestarle la sala de conferencias.
La primera misa pública en la Universidad de Moscú
"Después de darle las gracias, decoré la sala con flores y colgué un anuncio en todas las facultades: el domingo 20 de julio, a las 10, se celebraría un servicio de culto cristiano. Todo estaba listo, pero mi corazón latía rápido: ¿qué pasaría? Así que camino por los pasillos, vestido con túnicas litúrgicas. La gente me mira como un marciano. Especialmente sorprendido estaba el oficial de guardia en mi piso. Empiezo la misa. "Estoy muy contento. Una de las alegrías más significativas de mi vida es servir a la liturgia aquí en la Universidad", les digo. En la sala había flores, un cáliz, todo como debería. Pero desde la pared nos miraban, desde enormes retratos, Marx y Lenin. Enfaticé: "Estos dos se han opuesto tanto a la religión, la han llamado opio para el pueblo. Es bueno que ahora se callen, y pronto, tal vez, abandonen los muros de la Universidad, porque ahora Jesucristo, la Sabiduría del Padre, vino aquí".
Hizo la misa en ruso, que casi no hablaba pero había preparado con cuidado, leyéndola. Católicos, ortodoxos y musulmanes acudieron a la liturgia. ¡Un musulmán leyó la primera lectura!, señaló el sacerdote.
El taxista que quería saber de Dios
En julio de 1990, Antonini estaba en su segundo curso avanzado de ruso, ya tenía bastantes amigos y tomó con algunos un taxi para ir a celebrar una misa. El taxista, un señor mayor, con más de 40 años al volante, empezó a preguntarles: "entonces, ¿están ustedes bautizados?, ¿van a la iglesia a leer el Evangelio?" El sacerdote le fue respondiendo pero cuando llegaron al destino, el taxista apagó el motor y le dijo: "nunca en mi vida me han hablado de Dios, cuénteme más". Siguieron hablando otros 15 minutos. Fue un signo de la curiosidad que ahora, en la nueva época, muchos podían expresar.
Una víctima de la persecución
Conoció a una señora mayor llamada Irina. Cuando tenía 23 años, esta mujer se diplomó en Filología y quería ser maestra. Pero le dijo a alguien que creía en Dios y que intentaba ir a misa a diario, en San Luis, el templo católico moscovita ligado a la embajada francesa, el único abierto para católicos. Unos días más tarde, a las puertas del templo de San Luis, un oficial de la KGB la esposó y fue enviada 7 años a un campo de trabajo. Sus manos sangraban y le dolían y no le dejaban dormir, así que de noche aprovechaba para rezar por la conversión de Rusia y Stalin. Se mantuvo siempre firme en la fe y perdonó a todos los que la maltrataron, pero nunca se le permitió ser maestra y vivió hasta los 80 años en pobreza.
Reestableciendo la jerarquía y las comunidades
En abril de 1991 se anunció en primera página de L'Osservatore Romano: "las Estructuras de la Iglesia Católica en la Unión Soviética restauradas". El obispo de Verona envía a Antonini a ayudar al nuevo arzobispo católico de Moscú, el bielorruso Tadeusz Kondrusewicz (el mismo que en 2020 es arzobispo de Minsk pero no puede entrar en Bielorrusia porque lo impide el régimen de Lukashenko).
En 1991, lo enviaron a una ciudad rusa llamada Marx, cerca de otra llamada Engels, con mucha población de origen alemán, lo que incluía católicos de etnia alemana. Allí colaboró con el entonces vicario Oliver Clemens Pickel, joven sacerdote de Alemania Oriental, que hoy es obispo de Saratov, lo que cubre 1,4 millones de kilómetros cuadrados de la Federación Rusa. En la región de Marx había unos 30 grupos de católicos, cada uno de 10 o 15 personas, muy dispersos. Los visitaban en coche, pasando gran parte del día de viaje. Así empezaba a renacer la comunidad católica tras décadas sin clero.
Contra la burocracia, abrir un centro de estudios católico
Aún hoy apenas hay centros de estudios católicos en Rusia, y de hecho las órdenes que tradicionalmente han llenado el mundo de escuelas (jesuitas, salesianos, claretianos, maristas) ni siquiera lo intentan. Pero en los años 90 el padre Antonini sí logró abrir un centro en Moscú, aunque para estudios teológicos de adultos, y a base de insistir.
Encontró un espacio para alquilar, pero el día de firmar el contrato su responsable, comunista, dijo:
- Don Bernardo, no puedo firmar el contrato.
- ¿Por qué?
- Porque la ministra de educación pública del Gobierno de Moscú y su personal, personas muy influyentes, dijeron que el acuerdo estaba mal redactado.
- ¿Pero por qué razón?
- No lo explicaron.
- Lo siento, le respeto mucho, pero soy italiano y no estoy de acuerdo con las decisiones de superiores sin una explicación. Tiene que explicarme por qué no quiere firmar el contrato.
Evidentemente, la causa era que el centro se llamaba "Colegio de Teología Católica Santo Tomás de Aquino". "Después de al menos veinte llamadas telefónicas al gobierno de la ciudad, logré concretar una cita con la Ministra de Educación para el lunes, a las 11.30 horas. Yo me presentaba como director del Colegio de teología de Santo Tomás de Aquino. Vine a la reunión con un enorme ramo de las rosas más hermosas que pude comprar. La secretaria me recibió.
- La ministra está ausente.
- ¿Cómo no está? Tengo una cita para las 11:30. ¿Cuándo volverá?
- Lo desconozco.
- No voy a salir de la sala de espera hasta que cierren.
Después de 3 horas de esperar apareció la ministra. Antonini insistió y le recibieron "la ministra y los jefes de varios departamentos del gobierno de Moscú: administrativo, cultural, para la elaboración del plan de estudios, algunos más. En general, una compañía gloriosa.
Me siento y, cuando me dan la palabra, comienzo mi discurso".
"Lo siento, hablo mal ruso, pero la Universidad que represento es para rusos. Les pido que nos den permiso para alquilar un local para la Universidad para el próximo año en una escuela pública. No podemos trabajar en la calle. No pedimos dinero, solo permiso", les dijo.
Vio que deliberaban entre ellos y que enseguida le iban a denegar el permiso.
"Entonces, apretando el rosario (me aseguro de tenerlo en mis manos cuando voy a los funcionarios), declaro en voz alta: "lo siento, señora ministra, dígame directamente, ¿qué tiene personalmente contra la Iglesia Católica, ya que no quiere dar permiso?" Y golpeo mi puño contra la mesa. Groseramente, por supuesto. Sin embargo, después de mis palabras, la actitud cambia de inmediato: "Bueno, no quería... veremos qué se puede hacer". Vuelve a preguntar a los concejales, finalmente decide: "Está bien", y firma el decreto. Estoy feliz, y mientras voy en el metro a casa, canto en la ducha "Magnificat". Tenemos permiso, así que la Universidad va a existir". Fue un primer centro académico.
Radio y Biblias
En noviembre de 1992 llegó a Moscú un equipo de radio enviado desde Italia para que pudieran poner en marcha una radio católica. Una funcionaria del Ministerio de Prensa empezó a preguntarle datos para rellenar formularios:
- ¿Cómo se llama la emisora?
- «María».
- ¿Por qué?
- Porque amo a la Santísima Virgen María.
- ¿Patrocinador? ¿Quién pagará el trabajo de la estación de Radio?
- ¡Oh, tengo una gran y famosa compañía!
- ¿Cómo se llama?
- Providencia Paternal De Dios…
- ¿Cómo? ¿Qué es eso? ¿Dónde opera esta empresa?
- En todo el mundo.
- ¿Puede darme su teléfono? -dijo ella, convencida de que hablaba de una entidad terrenal
- No, no puedo darle su teléfono, porque solo trabaja con creyentes y usted admitió que no sabía quién era la Virgen María.
También llegaron biblias en ruso, y ejemplares del Nuevo Evangelio, impresos en Italia. Los repartía por la calle vestido de sacerdote en vísperas de Pascua: "Felicidades por las próximas vacaciones. Puedo darte un pequeño regalo. ¿Quieres un evangelio en ruso?».
Las piedras escondidas por los fieles durante décadas
Una escena que le emocionó fue cuando él y el arzobispo acudieron a consagrar un terreno en Sovetsk (región de Kaliningrado) para construir una capilla. Los fieles acudieron llevando unas piedras. Dijeron que eran piedras de un templo anterior que los comunistas habían destruido, pero ellos las habían guardado durante décadas en sus casas, y que los domingos se reunían alrededor de esas piedras y rezaban juntos para mantener su fe.
"Cuando comenzó la liturgia, cuatro feligreses ancianos llevaron estas piedras al arzobispo para que las consagraran y las colocaran en los cimientos de la nueva Capilla. El Señor aceptó y los consagró como la piedra angular del futuro santuario. Los creyentes estaban felices y muchos lloraron".
Seminaristas caídos del cielo con argumentos insólitos
Antes de inscribir a un candidato en el seminario recién creado, se aseguraba de hablar con él cara a cara. A veces las entrevistas eran de lo más extraño.
- ¿Por qué elegiste el seminario? ¿Qué sacerdote te animó a ir al seminario? -preguntó a un joven
- Nunca en mi vida he hablado con un sacerdote católico - respondió el muchacho
- Entonces, ¿cómo llegaste aquí?
- Vi a un Papa en las noticias, era un viejo que se apoya en un bastón, pero viaja por todo el mundo para predicar el evangelio. Entonces me dije a mí mismo: "Yo soy joven, lleno de fuerza, puedo ayudarlo".
Aquel joven ni siquiera era católico, nunca había conocido a un solo sacerdote católico, pero estaba lleno de fuerza y quería ayudar. Para don Bernardo fue un milagro de Dios.
Otro joven oyó rumores de que en algún sitio de Rusia había un seminario católico, pero no sabía donde. Así que, ni corto ni perezoso, ¡escribió una carta al Papa en ruso! La carta llegó al Servicio Ruso de Radio Vaticana, desde donde fue redirigida a la Nunciatura, y el nuncio se la pasó a don Bernardo que localizó al joven.
Un día llamaron a la puerta del seminario. Era un joven con aspecto agotado y una bolsa de plástico en la mano, donde llevaba algo de pan y queso.
- Hola, ¿a quién buscas?
- Quiero entrar en al seminario.
- ¿Vienes de lejos? Te ves cansado, ¿cuántos días has pasado en el tren?
- Diez días
- ¿Diez días? ¿Vienes de la Luna?
- Vivo en Sajalín. Tomé el tren transiberiano y llegué aquí.
Los seminaristas okupas con rosarios y la policía con rifles
El enorme edificio neogótico de la parroquia de la Inmaculada Concepción llevaba 40 años confiscado y reconvertido en fábrica. Una norma del Gobierno de Moscú dictaminó que había que devolver las iglesias católicas confiscadas, pero el dueño de la fábrica no lo hacía. El salesiano Joseph Zanevsky organizó dos días de oración, el 8 y 9 de marzo. Antonini y los seminaristas se ofrecieron a participar.
Bernardo Antonini con sus seminaristas, en un rezo callejero con el rosario
Tras los rezos callejeros de día, el 8 por la noche entraron en el edificio, rosario en mano, ocupándolo. El director de la fábrica llamó a la policía, y los agentes llegaron con el rifle en la mano. Los seminaristas se mantuvieron firmes rezando con el rosario dentro del edificio y la policía decidió retirarse, por el momento.
- Vamos a rezar otra vez esta noche -dijo don Bernardo a sus seminaristas. - Pero no sé si seguiremos en libertad como ayer, después de un nuevo intento de entrar en el templo.
Esta vez los "okupas" católicos llevaban una estatua de la Virgen María de Fátima, alguien tenía una escultura del Sagrado Corazón de Jesús en sus manos y alguien más caminaba con una Cruz. Los seminaristas, codo con codo, rezaban el rosario.
Llegaron 20 coches de policía. "Nos rodearon, se retiraron unos metros y luego, contra todos los que rezaban, indiscriminadamente, les cayeron golpes y patadas. Una monja fue llevada al hospital; me empujaron de lado a lado y me rompieron los brazos. El seminarista y un profesor, un sacerdote, fueron detenidos y enviados a la unidad. Por la noche, los golpeados volvimos al templo. Nos rodearon de nuevo los agentes de policía".
Don Bernardo, dolorido y magullado, se dirigió a los agentes:
- Os perdonamos y esta noche oramos por vosotros, por vuestras familias, porque en Cristo amamos a todos, sí, incluso a vosotros que empezáis a pegarnos.
"Recuerdo —me da vergüenza admitirlo— que las ancianas empezaron a besarme las manos como si fuéramos mártires antes de entrar en la arena del Coliseo. La verdad es que no tuvimos que verter nuestra sangre".
Al día siguiente, el sacerdote pudo protestar con firmeza al jefe de Policía:
- No puede usted andar encerrando a la gente por rezar el rosario. Mire cuantos drogadictos hay por las calles...
- Haga usted una protesta por escrito - se mofó el jefe.
- No, libérenos a todos, los seminaristas deben volver a casa...
Y el jefe de Policía los dejó libres. El 31 de diciembre de 1995, por fin el edificio fue devuelto a la comunidad parroquial y allí está hoy, hermosa y viva, la catedral católica de Moscú.
En la Federación Rusa en 2020 viven 144 millones de personas, pero los bautizados católicos no llegan a ser ni a 800.000. En el enorme país hay hoy unos 270 sacerdotes católicos, la mayoría aún extranjeros (incluyendo misioneros españoles y argentinos) y unas 300 parroquias católicas, muchas compuestas de feligreses de etnia polaca, lituana, alemana y ucraniana.
Funerales del padre Antonini en Karagandá, Kazajstán, donde murió