Hace unas semanas, publiqué en ReL la historia de Lothar Kreyssig, el juez alemán protestante que desafió el programa del Tercer Reich para librar a Alemania de lo que se decía eran “vidas no merecedoras de la vida”.
A la vez que Kreyssig era excepcional, él no estaba solo.
Clemens August Graf von Galen fue el Obispo de Muenster. Fue nombrado obispo en 1933, el mismo año que Hitler ascendió al poder. Desde el principio, él les hizo la vida difícil a los oficiales nazis.
Él se opuso a las políticas públicas de la Reich en el área de la educación y en sus ataques a la libertad de religión. Cuando otros se afanaban para evitar provocar a los nazis, von Galen se tiró de frente en su retórica: él escarnecía la ideología nazi y defendía la autoridad del Antiguo Testamento en contra de los ataques de los nazis.
Pero la confrontación más importante de von Galen con el régimen fue en torno al programa Acción T4 (Action T4) – el esfuerzo nazi para eliminar las personas con discapacidades físicas o mentales. Ya para 1941, la persecución nazi en contra de los católicos, lo que incluyó enviar miles de sacerdotes a los campos de concentración, había logrado que los principales prelados alemanes “mantuviesen sus cabezas agachadas”, tal como lo narra el historiador Richard Evans.
Mientras más y más pacientes discapacitados estaban siendo asesinados, lo de mantener la cabeza agachada equivalía ser cómplice con el mal. Más aún, de lo que se dio cuenta von Galen, ello era inútil – porque los nazis iban a perseguir la Iglesia, de todos modos.
Por lo tanto, en julio y en agosto de 1941, él dictó una serie de sermones en que denunció al régimen nazi. Él le dijo al pueblo alemán que, si los discapacitados podían ser matados con impunidad, “entonces el camino está abierto para el asesinato de todos nosotros, cuando estemos viejos y débiles, y por tanto, improductivos.” Si un régimen puede ignorar el mandamiento en contra del asesinato, entonces puede echar a un lado los otros nueve mandamientos de igual modo.”
Los sermones suscitaron un fenómeno a nivel internacional. Se enviaron copias de los sermones a los soldados alemanes estacionados en las primeras líneas de batallas. Por la radio de la BBC (British Broadcasting Corporation/Corporación de Difusión Mediática Británica), se leyeron extractos de los sermones. El líder local nazi exigió que von Galen fuese ejecutado. La hermana del obispo, una monja, fue arrestada y encerrada en el sótano del convento, de la cual escapó al salir por una ventana.
El propio von Galen anticipaba que sería martirizado. Pero algo extraordinario sucedió: los nazis dieron marcha atrás. Los sermones del obispo había galvanizado al público: las enfermeras y los camilleros comenzaron a obstaculizar el programa. Con esto, Hitler emitió una orden suspendiendo la muerte de los adultos discapacitados por intoxicación de gas.
Mientras que los nazis sí continuaron con la matanza de los discapacitados, especialmente de los niños, ellos mataron a menos personas, y se esforzaron por ocultarla. Como narra Evans, de no ser por las acciones de von Galen, los nazis hubiesen continuado en su ansia, sin límite, de librar la sociedad alemana “de aquellos que continuaban siendo una carga para la misma.”
Von Galen le sobrevivió al Tercer Reich, pero no por mucho tiempo. Poco después de que fue nombrado Cardenal en 1946, él murió debido a una infección de un apéndice. Pero no fue olvidado. En 2005, él fue beatificado por la Iglesia Católica. En términos católicos, eso lo convierte en “Beato Clemens von Galen.” Pero somos nosotros quienes hemos sido bendecidos por los ejemplos dados por él y por Lothar Kreyssig. Ellos defendieron la vida bajo circunstancias que se nos hace imposible imaginar, y obligaron a una dictadura demoniaca a que retrocediera.
Imagínense lo que nosotros podríamos lograr hoy día, con esa clase de compromiso y valentía.