Allen Ehsani es joven pero ha vivido prácticamente de todo. Su familia era católica en la musulmana Afganistán, donde la presencia de cristianos es prácticamente nula. Con apenas 8 años él y su hermano quedaron huérfanos tras encontrar su casa hecha pedazos. Huyeron pasando por distintos países, siendo encerrados y maltratados. Su hermano acabó siendo una víctima más del Mediterráneo y tras cinco años al fin logró llegar a Italia.
La fuerza de la fe en Jesús que su padre le enseñaba en casa fue lo que le acabó salvando la vida durante aquel peligroso viaje. Ya en Roma fue bautizado, pues nunca supo si en realidad lo había sido, y ahora es un joven profesor que se graduó en Derecho. Esta historia de fe probada y de superación la cuenta Ángeles Conde en este reportaje en la revista Misión:
El niño que murió en Kabul y volvió a nacer en Roma
Allen tiene cinco o seis vidas, tantas como países ha recorrido desde que huyó de Afganistán, tras el ataque que mató a sus padres. Pese a que tenía 8 años cuando sucedió la tragedia, mantiene vivo el recuerdo de las pequeñas pero valiosas lecciones que aprendió de ellos. Unas perlas que atesora y repite para no olvidar que hubo un tiempo en el que fue un niño normal y, sobre todo, una persona feliz.
“Cuando era pequeño, me preguntaban por qué mi padre no iba a la mezquita. Yo llegaba a casa y le repetía la pregunta. Él siempre respondía que éramos cristianos, pero que no podíamos decírselo a nadie”, relata para Misión, sentado en un parque de Roma, la ciudad a la que llama “hogar”.
Su tragedia comenzó en 1997, en un Kabul aún no en manos de los talibanes, pero ya escenario de la violencia sectaria entre facciones religiosas y políticas. Allen regresaba del colegio cuando, en lugar de su casa, encontró una montaña de escombros. Él, apenas un niño, no comprendió lo que sucedía. Pensó que se había confundido de calle y, aturdido, se sentó en el suelo. Su hermano Mohammed, de 17 años, le encontró horas después y le explicó que un mortero había alcanzado su hogar, matando a sus padres.
“Ahora somos como los pájaros, que vuelan lejos”, le dijo Mohammed, antes de huir de Afganistán.
Dos niños hechos adultos
Nada volvería a ser igual. El niño que Allen había sido había muerto para siempre. Atrás quedaban las noches al fresco con su padre, cuando juntos contaban estrellas. “Yo le preguntaba por qué éramos cristianos y dónde se reunían los cristianos si no iban a la mezquita. Él me respondía que los cristianos van a la iglesia, pero que en Afganistán no las había por ser un país musulmán”, cuenta, antes de recordar que sus padres siempre ponían un lugar más en la mesa por si aparecía un invitado inesperado. “Mi padre me decía que Jesús compartía lo que tenía. Y añadía: ‘No tenemos que hacer enemigos, porque Jesús perdonaba siempre’”. Sin embargo, Allen nunca halló respuesta a por qué su familia era cristiana y no musulmana, así que, con la pérdida de sus padres y los difíciles años que llegaron después, aquella fe sencilla desapareció.
El periplo de Mohammed y Allen duró cinco años por Pakistán, Irán, Turquía, Grecia y, finalmente, Italia. Él lo ha narrado en un libro: Stanotte guardiamo le stelle (en español Esta noche miramos las estrellas), en el que cuenta cómo cada noche, junto a su hermano, trataban de recordar pequeñas cosas de sus padres. Eran las conversaciones de dos niños que tuvieron que hacerse adultos demasiado pronto; dos pequeños inmigrantes clandestinos que comían cada tres días.
Sin documentación, sufrieron todo tipo de vejaciones en países como Irán, donde Allen recuerda que a menudo la policía los detenía y los enviaba a “auténticos campos de concentración”. “Por eso decidí estudiar Derecho cuando llegué a Italia, para que mis derechos fueran respetados y poder ayudar a los más vulnerables”.
Muerte y vida en una lancha
En Turquía, un nuevo mazazo rompió más aun la vida de Allen: Mohammed se embarcó en una lancha neumática para alcanzar la costa griega, pero nunca llegó. “Con 11 años, me quedé solo. Mi hermano fue un ángel para mí. Fue mi madre, mi padre y mi mejor amigo. Cuando lo perdí, fue como si se terminase el mundo”, rememora.
Pero entonces se abrió una pequeña ventana a la esperanza, gracias a una familia musulmana que lo acogió seis meses, y le dio los 800 dólares que los traficantes de refugiados reclamaban para llevarle hasta Europa. Sin pasaporte, no tenía otra forma de viajar para alcanzar su objetivo: estudiar y progresar para que el sacrificio de su hermano no hubiera sido en balde.
En Turquía se subió a un bote con 14 personas. Cuando la lancha comenzó a llenarse de agua, tuvieron que lanzarse al agua. “Me sujeté a un bidón de gasolina. Estaba desesperado. Intentaba nadar con un brazo, pero la corriente era muy fuerte. En ese momento recordé a mi padre hablándome de Jesús y pensé: ‘Si Jesús existe, me salvará de morir ahogado’. Estaba tan cansado que no sé si perdí el conocimiento o me dormí. Soñé que Cristo me abrazaba y me decía: ‘Yo te protejo’. Cuando abrí los ojos estaba en la orilla. Entonces pensé: ‘Jesús existe’. Desde entonces no me he rendido. He ido siempre hacia adelante con el deseo de conocer más a Jesús y comprender por qué le habían crucificado y por qué nos sigue amando”.
Finalmente consiguió llegar a Italia escondido en un ferri. Con 13 años ya estaba en Roma, viviendo en un centro de acogida. Su experiencia a punto de morir y aquella visión de Jesús le habían suscitado una profunda inquietud: quería saber más de Cristo. Gracias a una profesora, comenzó a reunirse con un grupo parroquial y a cantar en un coro. Notaba que esas amistades eran distintas a las que había hecho en el centro de acogida, donde su vida tampoco estuvo exenta de sufrimiento. “Allí me pegaron muchas veces. Pero un día me di cuenta de que quienes lo hacían también sufrían mucho, y empecé a rezar por ellos”.
Los zapatos de los demás
La relación con el grupo parroquial se hizo más estrecha, hasta que un día pidió el bautismo. Aunque era cristiano, no podía saber si había sido bautizado. Tras dos años de catequesis, el 8 de abril de 2007, recibió el sacramento en la basílica de San Juan de Letrán. Una nueva vida en Cristo.
Allen es ahora profesor en Italia, tras haber sido un estudiante modelo / Daniel Ibáñez
“Quizá mi destino era llegar a Roma para conocer a Jesús”, explica a Misión. En 2015, Allen se graduó en Derecho por la Universidad de La Sapienza, y actualmente es profesor de instituto, mientras prepara su doctorado. Es un estudiante modelo, que ha completado sus estudios gracias a becas por sus buenas notas.
“Hay que meterse en los zapatos de los demás: nadie quiere irse de su hogar. Cuando veo las muertes en el mar me pregunto cómo puede seguir sucediendo esto. La comunidad internacional tiene que comprometerse a no llevar armas, sino cultura”, afirma.
Volver a Afganistán no está en sus planes, aunque confiesa que piensa en su país. “Me siento muy agradecido a mi hermano por sacarnos de allí. Si me hubiera quedado, no conocería a Cristo. Doy gracias a Dios por la vida de mi hermano y el regalo que me hizo: ayudarme a llegar aquí. Mohammed siempre me decía que no me rindiera y que tenía que ser feliz. Y hoy puedo decir que soy feliz”, concluye.