Camilla Unwin era una niña, hija del editor de J.R.R. Tolkien, a la que habían encargado un trabajo sobre el tema «¿Cuál es el propósito de la vida?». Ella escribió al autor de «El Señor de los Anillos», amigo de la familia, pidiéndole una respuesta. Tolkien, que ya era un escritor anciano y reconocido (moriría 4 años después, con 81 años) le respondió una carta larga que acababa así: «El principal propósito de la vida es incrementar, de acuerdo con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios y ser movidos por él a la alabanza y la acción de gracias. Hacer como decimos en el Gloria in Excelsis: te alabamos, te bendecimos, te adoramos, proclamamos tu gloria, te damos gracias por la grandeza de tu esplendor.
Y en los momentos de exaltación podemos invocar a todos los seres creados para que se nos unan en el coro hablando en su nombre, como se hace en el salmo 148, y en el Canto de los Tres Niños en Daniel: alabad al Señor... todas las montañas y las colinas, Todos los huertos y los bosques, todas las criaturas que reptan y los pájaros que vuelan». En una línea parecida habló Benedicto XVI esta Nochebuena. Aunque les cantaran. Pero la Iglesia, Tolkien y Benedicto XVI lo dan por supuesto. «Este canto de los ángeles ha sido percibido desde el principio como música que viene de Dios, más aún, como invitación a unirse al canto, a la alegría del corazón por ser amados por Dios. «Cantare amantis est», dice san Agustín: «Cantar es propio de quien ama. Nos asociamos llenos de gratitud a este cantar que une cielo y tierra, ángeles y hombres. Sí, te damos gracias por tu gloria y por tu amor». En YouTube hay un vídeo, con más de 150.000 visitas, en el que cantan y hablan las jóvenes, numerosas y alegres monjas de Lerma. Es una forma visible de encarnar lo que dicen el Papa, el novelista, la Iglesia y la Biblia. ¡Y aún hay quien se escandaliza de que las monjas canten!