Entre los 12 y los 14 años, Diego fue víctima de abusos sexuales, algo que le perseguiría de por vida haciéndole creer que era homosexual. Tras frecuentar círculos LGTB, no tardó en convencerse de que la transición de género era la solución a sus problemas, pero estos solo se agravaron. Hoy, arrepentido, afronta y alerta de las graves consecuencias tras meses sumido en las drogas y el proceso de cambio de género, incluida la violencia LGTB.

En una de sus últimas entrevistas, este joven de Uruguay relató como creció en una infancia idílica: siempre tuvo de todo, su padre tenía un buen cargo en el gobierno, su madre era una empresaria y él, un "gran estudioso".

Pero con 12 años, la vida de Diego se vería ensombrecida de forma irremediable al sufrir en silencio los abusos sexuales de un conocido durante dos años.

"Determinó mi vida. En mi mente, asocié que jamás podría casarme con una mujer y tener hijos, pensé que había perdido la dignidad como hombre. Hizo que crease un estereotipo, pensando que todas mis relaciones serían siempre así", recuerda.

Resignado, comenzó a tener relaciones homosexuales desde los 14 años y no tardó en empezar a frecuentar discotecas gays y colectivos LGTB mientras estudiaba teatro.

"Tenía 18 años cuando me propusieron vestirme como mujer por primera vez… y accedí", recuerda. Todo empezó con probarse un día una peluca… otro día unos tacones… pero pensaba que "no era nada más que teatro", a lo que se dedicaba.

De hecho, admite que nunca se le pasó por la cabeza someterse a una cirugía de "reasignación de género": "No tenía disforia, siempre entendí que en algún momento de mi vida tendría que hacerme un examen de próstata, sabía que el sexo no se podía cambiar, pero quería exagerar e imitar al sexo femenino para pensar que con eso podría llenar mis vacíos y soledad".

Buscando la muerte entre sexo, drogas y sida

La juventud de Diego estuvo sumida en la angustia. Nunca había sido homosexual, de hecho quería casarse y tener hijos, pero los abusos le hicieron asumir que eso le estaba vetado. Encontraba en el travestismo una forma de desahogar su vacío, pero estoo "no llevaba a ningún sitio" y decidió dar el siguiente paso.

"Empecé a hormonarme con anticonceptivos que compraba en la farmacia, me los inyectaba sin prescripción de forma clandestina y paralelamente empecé con drogas", menciona.

En cuanto a su adicción, explica sin atreverse a generalizar por completo que "una mayoría notoria" de los integrantes del movimiento trans consumen múltiples sustancias. El empezó con marihuana, siguió con un gramo de cocaína cada fin de semana y acabó consumiendo cinco gramos al día, lo que puede equivaler a 75 rayas.

El vacío y la adicción comenzaron a ganar terreno, hasta que cogió sus ahorros y se fue a Buenos Aires. En teoría, aquel dinero le permitiría vivir tres años en la capital argentina, pero lo gastó todo en pocas semanas, buscando la muerte a través de excesos, colocones y relaciones intencionadas con enfermos de VIH.

"¿Quién soy yo?"

En muchas ocasiones, Diego estuvo cerca de no contarlo. Al  tocar fondo, acudió voluntariamente a un proceso de rehabilitación en Uruguay y se preguntó: `¿Quién soy yo?´".

"Gran parte de mi vida se ha basado en esa pregunta, ¿quién es Diego?´ No me sentía pleno, estuve cerca de cambiarme el nombre… empecé a plantearme qué es lo que pasó conmigo, quien era y por qué era así", recuerda.

De pronto, lo comprendió todo: "Comprendí que ser lo que creía que era no era mi función. Yo tenía un diseño original y  tenía que luchar por ello".

De hecho, menciona como su fe recién adquirida tuvo un importante papel en su recuperación y no se avergonzaba de decirlo. Recuerda que tuvo que visitar el palacio legislativo de su país natal, cuando los senadores del Frente Amplio -una formación progresista- comenzaron a preguntarle si era cristiano.

"Se piensan que hay un lavado de cerebro o una imposición… pero si dije que era cristiano, no iba a negar mi fe [porque] me ayudó a encontrar quién era", afirma.

Amenazado de muerte

A día de hoy, Diego está amenazado de muerte por el movimiento LGTB, con no pocos integrantes que piensan que ha "defraudado al colectivo, que no creen en el cambio o porque están preocupados por que cuente cosas que sé", confiesa.

Junto con su vida, los activistas LGTB han llegado a amenazar mortalmente a sus familiares.  

La amenaza y  la inseguridad no son las únicas consecuencias de su militancia, y alerta a quienes conocen su historia de cómo las terapias de hormonación pueden tener secuelas irreversibles: según contó en su última entrevista le estaban haciendo estudios de una posible infertilidad crónica y cáncer de testículos.