Este año –exactamente el próximo 12 de diciembre– se cumplirán cien años de la muerte del jesuita Francisco de Paula Tarín Arnau, nacido en Godelleta (Valencia) en 1847 y fallecido en Sevilla en 1910.
El centenario de la muerte del Padre Tarín supone un gran recordatorio para todos los jesuitas y para el pueblo sevillano.
El Padre Tarín fue considerando santo por el pueblo sevillano incluso antes de su muerte. Su historia, todavía viva del querido jesuita, se basa en una vida dedicada a ser un misionero incansable. Todos sus años de vida los pasó recorriendo kilómetros y kilómetros al servicio de los más necesitados. Cada misión era un continuo trajín que se repartia entre enfermos, pobres y afectados por epidemias. Tal era el ritmo frenético de servidumbre al pueblo, que los jesuitas que alguna vez le acompañaban, no podían seguir su camino incansable, Nunca cedió en su propósito de decir «no puedo» y de no tener consideraciones con su cuerpo. Así llevó, como dice la lápida de su sepulcro, «por toda Andalucía y más allá de ella» la voz del ejemplo de su devoción a la Eucaristía, de su amor al Sagrado Corazón, y de su deseo de acercar a todos a Jesucristo.
Una vida dedicada a los pobres Tarín dedicó toda su vida a los más necesitados del barrio de San Roque, en Sevilla. Cuidó de la asistencia de enfermos y moribundos valiéndose de la colaboración de las Conferencias de San Vicente. Cuando Tarín murió, llevaba ya contabilizados 1.325 enfermos a los que había acompañado. Se recuerda su humildad y su delicadeza con los jesuitas y el continuo flujo de lismonas que recibía y que luego repartía con los más pobres.
Cuenta su biógrafo, José María Javierre, que nada más conocerse la noticia de su muerte, las gentes comenzaron a ir a la Iglesia del Sagrado Corazón, donde estaba expuesto su cuerpo. Más que un entierro, parecía una procesión, ya que llevaron su cuerpo descubierto hasta el cementerio entre gritos que lo procalmaban santo, padre de los pobres...
El Padre Tarín fue declarado Venerable por Juan Pablo II en enero de 1987, aunque ya había sido declarado santo por el pueblo sevillano antes de morir.