Lourdes es un lugar donde muchos han encontrado la sanación del cuerpo, y son hasta 70 los milagros acreditados oficialmente por la Iglesia en este santuario, pero son varios millones más los que han logrado encontrar cura en su alma en este lugar donde la Virgen tuvo a bien aparecerse.
Es lo que le ocurrió a la familia Lenaburg y la grave enfermedad de su hija Courtney que empezó a manifestarse en su mismo bautismo. En Lourdes no lograron que la niña se curase físicamente, pero la familia sí que encontró el consuelo y sanación interior para aceptar esta dura prueba. Esta chica murió, pero su madre ahora está volcada en la ayuda a familias que pasaron por el mismo trance así como en luchar contra la eutanasia y el suicidio asistido.
Mary Lenaburg tenía un hijo, Jonathan, cuando nació Courtney. Eran una familia feliz y a las cinco semanas de vida de la pequeña decidieron bautizarla. Y fue en el mismo instante en que recibía el sacramento cuando se manifestó la enfermedad en la pequeña.
Tal y como relata la madre a Live Action News, al recibir el agua la niña respondió de manera extraña. “Arqueó la espalda y se sacudió violentamente” en sus brazos, tanto que “casi pierdo el control sobre ella”, explica.
Aunque primero pensó que Courtney simplemente estaba reaccionando al frío, Lenaburg pronto se dio cuenta de que algo andaba muy mal. Aunque la bebé se relajó segundos después, los violentos tirones y temblores se repitieron nuevamente. Mientras Lenaburg amamantaba a Courtney en un intento de calmarla la pequeña comenzó a ponerse azul, manifestándose en un gran ataque de epilepsia. Desde allí, la llevaron urgentemente al hospital.
Durante su permanencia en cuidados intensivos, “Courtney fue diagnosticada en el transcurso de la semana siguiente con un trastorno convulsivo, de origen desconocido”.
Su madre recuerda que en ese momento solo tenía convulsiones pero que aunque de manera más lenta se iba desarrollando como los demás niños. Aún así el panorama era terrible pues fueron enviados a casa para vivir “normalmente” a pesar de las entre “12 y 35 ataques de epilepsia que sufría al día”.
Pero todavía quedaban más sufrimientos por llegar. “Cuando tenía siete meses, encontramos un medicamento que pensamos que detendría las convulsiones. Desafortunadamente para nosotros, Courtney tuvo una reacción alérgica del tronco encefálico al medicamento”, cuenta Lenaburg.
A causa de esto, “su tronco cerebral se hinchó, perdió la vista y así como todas las etapas de desarrollo que había ganado hasta ese momento. Y durante el resto de su vida nunca superó el desarrollo de nueve meses”.
La pequeña fue trasladada al John Hopkins, pero todas las pruebas resultaron inútiles. Su madre explica que “todas las anomalías que se pudieran tener, ella las tuvo. Si decían que había un 1,5% de posibilidades de que algo sucediera se podía garantizar que le pasaría [a Courtney]. Ella era como un Ferrari. Si una bujía estaba rota, todo estaba averiado hasta que pudieras averiguar qué pasaba”.
La familia abandonó este hospital con tres afirmaciones que les habían hecho: “Primero nos dijeron que el 80% de todos los matrimonios que tienen un hijo con discapacidades de este tipo terminan en divorcio, por lo que era bueno que fuéramos a un consejero matrimonial… Dijeron también que había una mayor tasa de suicidios de hermanos de niños con necesidades especiales, así que nuestro hijo, que tenía cuatro años en ese momento, debería ser llevado ya a una terapia. Y luego, la tercera cosa con la que nos fuimos fue un diagnóstico de que [Courtney] probablemente no viviría más allá de su primer cumpleaños, porque no podían controlar las convulsiones…”. Fallaron las tres advertencias.
Los padres traumatizados se enfrentaron no solo a la perspectiva de las complejas necesidades médicas de Courtney sino que además se sentían responsables. Además, incurrieron en numerosos gastos debido a las facturas médicas y los especialistas.
Fueron años muy complicados. “Éramos un completo desastre, un desastre andante…”, afirma la madre, que además ve ahora lo equivocados que estaban intentando cargar con este peso ellos solos.
Pero todo cambió cuando fueron en el año 2000 todos juntos de peregrinación a Lourdes. Tuvimos una hermosa y profunda experiencia con nuestra hija, una que sanó nuestros corazones pero no a nuestra hija”, afirma emocionada Lenaburg.
De este modo, al fin llegaron a comprender y asumir en aquella peregrinación “que Courtney no iba a ser curada aquí. Sabíamos que Dios es un sanador, que hace milagros y abre caminos, pero supimos que en su plan ella no sería curada en esta vida. Y así lo aceptamos”.
La madre de Courtney asegura que “esa peregrinación realmente cambió todo para nosotros” pues “nos reveló –agrega- que nuestra hija tenía un propósito y una misión. Este es el regalo de un niño discapacitado”.
Mientras que las personas ‘sanas’ intentan ocultar lo que sucede en su momento, Courtney no tenía esa opción, todo el mundo veía lo que le ocurría y por ello era libre de ser ella misma. “Tenía un trabajo en esta tierra: recibir amor de la gente y dar amor a la gente. Y eso es lo que hizo tan maravillosamente bien… Su único propósito era mostrarle a la gente el rostro de Cristo, que no había nada que tuvieran que hacer para ganarse Su amor. Nada. Solo necesitaban recibirlo”.
Lenaburg continua: “Nadie que haya tenido contacto con ella se fue sin sentir alegría, sin sentir esperanza, porque una sonrisa de esta niña iluminaba la habitación. Ella simplificó nuestra vida y nos mostró el regalo de lo que es una sonrisa, el regalo de la risa, el regalo de un abrazo”.
“Dios no se equivoca, la hizo para transformar mi vida, la de mi esposo y la de mi hijo. Transformó la comunidad en la que nació, para mostrarles la dignidad de la persona humana”, agrega orgullosa su madre.
Después de 22 años bendiciendo a su familia y a muchos otros, Courtney se enfrentó a varios meses de declive gradual y progresivo hasta que falleció en los brazos de su madre el 27 de diciembre de 2014. Ahora, Lenaburg comparte al mundo lo que su hija le enseñó durante el tiempo que pasaron juntas y para mostrar a un mundo enfermo que toda vida merece ser vivida.