“Soy adoptada. Tanto mi madre como mi padre biológicos tenían 17 años de edad. Ella tenía siete meses y medio de gestación cuando decidió acudir a la Federación Internacional de Paternidad Planificada (IPPF), que es la proveedora de abortos más grande del mundo, y allí le aconsejaron someterse a un aborto de término tardío de solución salina. Esta solución se inyecta en el vientre de la madre. El bebe traga la solución que le quema por dentro y por fuera. Entonces la madre da a luz a un bebé muerto en el plazo de 24 horas”.
 
“Pero para la sorpresa y el shock de todos, no nací muerta sino viva el 6 de abril de 1977, en una clínica abortista en el condado de Los Ángeles”.
 
“Lo fantástico de todo esto, del momento perfectamente oportuno de mi nacimiento, es que el abortista todavía no empezaba su tarea, así que ni siquiera tuvo la oportunidad de continuar con sus planes respecto a mi vida, es decir, la muerte.”

Son las palabras de Gianna Jessen, una joven norteamericana que sobrevivió a un aborto, en una conferencia testimonial que ofreció en Australia en el año 2008.

 
 
 
Su testimonio no tiene la más mínima nota de resentimiento, amargura o prejuicio contra nadie. Se trata, más bien, de un alegato a favor del perdón, la reconciliación, la perseverancia y la alegría de vivir.