La doble explosión en el puerto de Beirut este martes se ha cobrado ya un centenar de víctimas y cuatro mil heridos, además de incalculables destrozos materiales causados por una brutal onda expansiva.
Es la última desgracia abatida sobre un país que a mediados del siglo XX era denominado "la Suiza de Oriente Medio", y cuya acogida generosa a los palestinos desplazados, más la intervención de Siria e Israel, ha acabado costándole su unidad y prosperidad tras quince años de guerra (1975-1990) y la inversión de su mayoría religiosa, de cristiana a musulmana, principalmente chiíta.
Evolución religiosa del Líbano. Fuente: Expansión (datos 2010).
Los treinta años transcurridos desde el final del conflicto parecían apuntar a una recuperación, pero ahora mismo el país se encuentra económicamente hundido y con una agitación política in crescendo y la siempre presente violencia de Hezbolá.
En este duro contexto ha fallecido una mujer extraordinaria que fue partícipe y protagonista de la historia reciente del país de los cedros: Jocelyne Khoueiry.
Con veinte años, cuando estalló la que fue llamada "guerra civil", cogió las armas para defender la libertad del Líbano, socavada por los fedayines palestinos. El conflicto la moldeó e hizo que viviera profundamente la fe. Llena de una gran espiritualidad mariana, fundó movimiento laicos católicos en defensa de la vida y la familia.
Marco Respinti le ha consagrado un artículo en La Nuova Bussola Quotidiana:
Jocelyne, la heroína que defendió la libertad del Líbano
El 31 de julio perdió la última batalla en este mundo, pero ciertamente ganó, en el Cielo, el premio más hermoso. Jocelyne Khoueiry, de 64 años, se ha apagado, tras una larga enfermedad, en el hospital Notre-Dame de Secours de Jbeil, llevándose con ella una parte del Líbano que la mayoría no conoce. No saben qué se pierden.
Había nacido en Beirut en 1955 y, según la leyenda, fue la primera combatiente de esa sanguinaria guerra del Líbano que, con demasiada frecuencia, ha sido definida, con indulgencia superficial y automáticamente cómplice, "civil", cuando en realidad siempre y sólo fue una guerra por poderes, una guerra de invasión, una guerra de aniquilación. No la "guerra de todos contra todos", el habitual zoco oriental donde no se entiende nada y tribus enfrentadas de semisalvajes disparan ráfagas de metralleta a tontas y a locas, sino la guerra de una nación, es decir, de una comunidad de hombres por nacimiento y destino, que se defendió para preservar su identidad y que, preservándola, defendió la libertad de todos.
Líbano, de hecho, ha sido el Líbano cristiano desde la noche de los tiempos y, dentro de él, siempre ha sido el Líbano maronita. Y lo ha sido en el sentido menos confesional y, por tanto, más noble del término: un mundo definido hasta la médula por el cristianismo, también cuando los cristianos no son la mayoría, pero marcan la diferencia: es decir, son su sustancia.
La leyenda, decía más arriba, de Jocelyne no es una hermosa mentira que se cuenta con palabras de plata: es, en cambio, la historia que hay que leer de una Dama del Lago que supo tener la valentía de defender la verdad también con las armas.
Cuando, en abril de 1975, estalla la guerra, Jocelyne coge sus veinte años y su fusil automático porque, en ese momento, es lo único que se puede hacer. Los enemigos están sedientos de sangre, no perdonan a nadie y alguien debe hacer algo. Los fedayines palestinos, acogidos por un Líbano generoso, habían creado un Estado dentro del Estado, subvirtiendo al país desde dentro.
Entonces Jocelyne dio un paso adelante, cual Lady Marian con el aguante de Robin Hood. Las primeras fases de la guerra adoptaron el nombre, famoso, de Front des Hotels, "la Batalla de los Hoteles", combatida con derroche de misiles y morteros en el distrito Minet-el-Hosn de Beirut para conseguir el control de una zona estratégica.
El 7 de mayo de 1976, Jocelyne y seis compañeras defienden un edificio en la Plaza de los Mártires contra 300 palestinos que, tras matar Jocelyne a su jefe, huyen en desbandada y se retiran. Las Termópilas del Líbano. ¿Y alguien puede después pensar que "leyenda" sigue siendo una expresión exagerada?
Entre 1977 y 1979, la guerra se reduce a lo mínimo y Jocelyne cree que ha llegado el momento de deponer las armas. Esta es la virtud de los fuertes, que no tiene parangón respecto a la violencia de los brutos. Pero los enemigos no piensan igual y el conflicto se reaviva.
Fue entonces cuando el mundo vio surgir en el horizonte la figura de Bashir Gemayel (1947-1982), Thorin II Escudo de Roble [personaje ficticio del mundo legendario de Tolkien, ndt], que le indica el camino al pueblo disperso. Bashir le pide a Jocelyne que retome las armas y guíe a quinientas combatientes, el ala femenina de las milicias del Kataeb, la "Falange libanesa", fundada en 1936 por el padre de Bashir, el jeque Pierre Gemayel (1905-1984).
La sección comandada por la Dama llegará a tener mil unidades. Pero cuando Bashir es asesinado y las condiciones cambian, Jocelyne comprende realmente que ha llegado el momento de proseguir la batalla con otras armas. La guerra la ha forjado, cambiado, moldeado y la ha hecho vivir la fe hasta el fondo.
En 1985 funda un movimiento laical femenino católico, de formación y apostolado, La Libanaise-Femme du 31 May, en el que entran también varias de sus compañeras de armas y en el que muchas se consagran. Imbuida de espiritualidad mariana, funda también Oui à la vie [Sí a la vida] en 1995 y el Centre Jean Paul II en el año 2000, trabajando en el corazón de la identidad nacional, humana y cristiana en ayuda y defensa de la vida y la familia.
En 1988, esta gran hija del Líbano se convierte en objeto de un documental, La Tueuse, dirigido por Jocelyne Saab, compatriota suya, para el canal francés Canal+.
En 2005, Nathalie Duplan y Valérie Raulin relatan su vida en Le Cèdre et la Croix: Jocelyne Khoueiry, une femme de combats (Presse de la Renaissance, París), traducido en italiano como Il cedro e la croce. Jocelyne Khoueiry, una donna in prima linea (Marietti, Milano 2008), y que vuelve a ser publicado en francés en 2015 en una edición ampliada que lleva el título: Jocelyne Khoueiry l'indomptable [la indomable] (Le Passeur, París).
Amada y reverenciada, ministros y eclesiásticos acudían a ella en busca de consejo. En 2014, Jocelyne participó en la Tercera Asamblea general extraordinaria del sínodo de los obispos. Era miembro del Pontificio Consejo para los laicos.
Una mujer extraordinaria, que cuando la conocías te dejaba asombrado por la fuerza de su común heroicidad. Quien escribe esto visitó, con otras personas, el Líbano de Jocelyne junto a Jocelyne en el verano de 1990, justo antes de que la guerra del Líbano concluyera de manera sangrienta con el asalto final del ejército sirio, el 13 de octubre, al palacio presidencial de Baabda, reducido a una pequeña fracción, en el que otra gran personalidad, el general cristiano Michel Aoun, presidente de la República ad interim, defendía la última franja de soberanía del Líbano, un pedazo de tierra.
En Italia se había creado, ese mayo, el Comité para la Libertad y la Independencia del Líbano que, entre otras cosas, organizaba envíos de ayuda a la población bajo la égida de Cáritas. Llevamos géneros de primera necesidad, pisoteando, en la explanada delante del edificio de las religiosas franciscanas toscanas que nos hospedaban en Jounieh, los blísters de anticonceptivos que habían sido introducido en las dosis de medicamentos entregados por varios donantes.
Jocelyne Khoueiry muestra los cedros del Líbano a la traductora de este artículo, en octubre de 2000.
Con Jocelyne y sus hermanas pudimos ver el Líbano cristiano, alma de un país que es una encrucijada de culturas, etnias y religiones: no una mezcla irenista, sino un humanismo auténtico puesto que cristiano, también para quien no lo era, a pesar de los desastres de la guerra y el sufrimiento. Hablamos de ello a todos los que vinieron a nuestras conferencias públicas en Italia. Son cosas que una persona recuerda, en su vida, como una epopeya, como esa enorme cruz de hierro -¡quién sabe si aún seguirá allí!- que pintamos de rojo y que, después de llevarla en procesión, izamos sobre el lateral de una montaña, bandera realista de la única y verdadera paz posible. Tanto es así que, sin ella, todos pueden ver los resultados, en Líbano y en cualquier otro lugar.
La gigantesca estatua de Nuestra Señora de Harissa, en la costa, es lo último que ves cuando abandonas el Líbano en ferry: ciertamente, lo primero que ha hecho Jocelyne es abrazarla cuando ha llegado al otro lado. Ahora sigue combatiendo delante de nosotros que, más tarde, la seguiremos.
Traducido por Elena Faccia Serrano.