Este obispo no será noticia. Y es que las buenas noticias, las que te dejan con una lección de vida y con una inquietud para hacer algo por los demás, parecen tener la vida comprada –y las portadas vetadas–. Y si para colmo el protagonista es un obispo católico, más aún.

Monseñor Andrew Francis es obispo de Multan, una diócesis en Pakistán, país en donde a la dificultad de una enorme extensión del territorio se suma el que las cruces son escasas y las medias lunas de las mezquitas la realidad omnipresente de la geografía de aquel país asiático.

Las recientes catástrofes que allá han provocado las lluvias, con millones de desplazados y personas que han quedado sin más que con la vida que llevaban puesta –si bien les fue–, han precisado una movilización urgente de ayuda humanitaria.

Y a la vanguardia de este auxilio ha estado este obispo que no será noticia pero que no por ello deja de regalar caridad en obras sin distinción de religiones: “Salimos al encuentro de todos los necesitados, sin vacilación: muchos son hindúes, que en nuestra diócesis se han visto gravemente afectados por las inundaciones; hay pocas familias cristianas. También hemos prestado ayuda a musulmanes extremistas: por ejemplo, fui con la cruz de Obispo en torno al cuello, a las madres, escuelas coránicas muy generalizadas en la diócesis de Multan. Como Obispo, he llevado ayuda humanitaria a muchos conocidos por sus ideas bastante radicales. He sido bien recibido, valorado y me dieron las gracias”, refirió a la agencia Fides.

Y a esta caridad de obras la acompaña siempre la de la palabra hecha consuelo, cercanía y testimonio de identidad. Actúa no a nombre propio sino de aquella institución a la que pertenece y representa. Monseñor Francis está orgulloso de ser un obispo católico, por eso, dice: “Me muevo con el hábito y la Cruz de Obispo. Yo soy, ante todo, un sacerdote católico y mi presencia, en sí, expresa la cercanía y la solidaridad de toda la Iglesia católica hacia los desplazados víctimas de las inundaciones. En ellos vemos a Jesucristo que, como dice el Evangelio, está desnudo, hambriento, sediento, y que nosotros debemos sanar”. Y es que su identidad es el reflejo de algo más profundo que le mueve a hacer bien.

Con su labor humanitaria llega a más de 25 personas. Para llegar a muchas zonas de su extensa diócesis tiene que recorrer a pie miles de kilómetros. Sumados diariamente, la camina es más que olímpica.

Pero tiene clara la meta: “Hoy nuestra tarea en esta terrible tragedia es mostrar el amor de Dios a todo ser humano independientemente de su religión, comunidad de pertenencia, estado social”. Y a pesar de que Pakistán es totalmente lo opuesto a Disneylandia –al menos para un cristiano–, esa conciencia de saberse amado por Dios y de amar a Dios le lleva a decir: “Estoy feliz de ser cristiano en Pakistán, a pesar de las dificultades, incluso en esta tragedia.

 Este obispo no será noticia. Pero no hace falta serlo para hacer el bien con todo lo mejor de sí mismo y para arrastrar a otros con el testimonio convertido en obras concretas de amor por los demás.