El 28 de octubre de 2008, una bomba estalló en la casa de la misión de las Hermanas de San José de Gerona en Rubare (Congo), y dejó malherida a la hermana Presentación López, que se hallaba en el interior. Se trataba de una zona de combates entre las milicias Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo y el ejército congoleño. Diez años después ha regresado al lugar donde sobrevivió pegada a su teléfono móvil sin que nadie pudiese rescatarla, a consecuencia de los controles. Su amigo nativo, Sansón, intentó por dos veces acercarse para recogerla en su moto, y por dos veces se lo impidieron. También el párroco, el padre George, misionero palotino, quiso ir a por ella y no pudo. Su única compañía en ese tiempo de angustia fue el perro que tenían en la casa: “Me miraba con fijeza, de manera lastimosa. Le hice signos para que se acercara y se acostó pegadito a mí, como para darme vida”, recuerda Presen –como todos la conocen– en un amplio reportaje de Josean Villalabeitia en Mundo Negro.

Al cabo de un tiempo llegaron dos militares, que se disculparon por la situación y le preguntaron cómo ayudarla. Les dijo que buscaran al resto de las hermanas en el jardín. Cuando las encontraron, la trasladaron al centro de salud, donde la esperaba la hermana Urbana Sancho. Luego recuerda poco, porque la pérdida de sangre la dejó casi en coma. La operó de urgencia un médico español en el hospital de Rutshuru, a ocho kilómetros de la misión, pero insistió en que allí su vida corría peligro porque carecían de medios para atenderla. Tuvieron que amputarle las dos piernas.

Ubicación de la misión de las religiosas españolas en el Congo.

“Ante tales expectativas, la hermana Urbana se presentó en el cuartel general de Naciones Unidas ­(MONUC) en la región, que se hallaba en Goma, a unos 70 kilómetros de Rutshuru. Aunque MONUC no evacuaba heridos civiles, la insistencia de la religiosa junto a la intervención de la embajada de España en RDC y la implicación directa de algún alto cargo del Gobierno español consiguieron el milagro: Presen fue trasladada en avión a Sudáfrica donde, tras superar unos críticos primeros momentos, se recuperó con relativa rapidez”, explica Villalabeitia.

Pronto, con unas prótesis, la hermana Presen pudo empezar a llevar una vida razonablemente normal, dado el traumatismo sufrido. “He sentido al Señor siempre muy cerca, protegiéndome contra la amargura”, reconoce: “”En mi oración jamás olvidé a la gente de Rubare; siempre los tuve muy presentes. Pero volver a la misión, regresar allí, me parecía que no sería posible”.

Sin embargo, una década después, lo ha hecho. Fue a mediados de julio: “Para mí es una gracia del cielo”. Allí seguía la hermana Urbana. La casa, destruida en el bombardeo, había sido sustituida por una nueva. También eran nuevas muchas religiosas, la mayoría congoleñas y ruandesas, continuadoras de la obra iniciada en 1992 por sus hermanas españolas iniciaran.

Miles de personas han buscado saludarla desde entonces, tanto en el centro de salud como en cualquier capilla a la que acudiese, donde debía saludar desde el presbiterio a todos los que la recordaban de tiempos pasados y querían mostrarle su afecto y agradecerle el regreso tras el dramático adiós.

En una de esas misas, el párroco de Rutshuru recordó que, durante la guerra, todo el mundo –incluido él mismo, entonces un sacerdote recién ordenado– había escapado para refugiarse: “Pero las hermanas, que eran extranjeras, despreciaron el peligro y se quedaron”. “¡Cómo nos íbamos a ir si en aquel momento, por desgracia, al centro de salud acudían más enfermos que nunca!… A pesar de los riesgos, no lo dudamos en ningún momento”, comenta la hermana Presentación.

Las cosas en 2018 han cambiado mucho: por la carretera se ve circular más motos y menos bicicletas, abundan los teléfonos móviles, “las casas parecen más consistentes”, afirma la religiosa, y “junto a la carretera se ha construido sobre antiguas tierras de cultivo, mientras que, en el interior, poblados enteros están desapareciendo”.

Lo que no ha cambiado es la inseguridad. Doce horas al día, de seis de la tarde a seis de la mañana, está prohibido circular por la carretera general, pero fuera de ella, y a pesar de los controles militares, prolifera el bandidaje y actúan milicias armadas. En los últimos tiempos los criminales recurren al secuestro exprés y se fijan en sacerdotes y religiosos como víctimas preferenciales, porque se aseguran el cobro del rescate. Aunque otros acaban en el asesinato del rehén.

Al poco de llegar, Presen se desplazó al campo de desplazados de Kiwanja, a unos 10 kilómetros de la misión, para repartir ayuda humanitaria a los refugiados. Más de dos mil familias huyeron de los enfrentamientos tribales, pero 127 familias no han encontrado acomodo y malviven en tiendas de campaña improvisadas. La hermana Urbana lamenta que “están peor que los presos” de una cárcel cercana.

En cuanto a la misión, el centro de salud ha evolucionado hasta convertirse en un hospital de referencia en la comarca. “Cuenta con laboratorio clínico, banco de sangre, farmacia y una amplia sección de maternidad; en él se realizan cirugías sencillas, sobre todo cesáreas. Lo dirige la hermana Françoise, congoleña, a la que apoyan las hermanas Urbana y Elena Maeso, esta última experimentada enfermera de quirófano que tras 54 años de trabajo en España no estaba dispuesta a interpretar su jubilación como ocasión para no hacer nada y ha decidido continuar su dedicación profesional en Rubare”, explica Villalabeitia.

La hermana Presentación y la hermana Chantal, con algunos de los niños de la escuela maternal y primaria de su congregación en Rutshuru. Fotografía: Josean Villalabeitia (Mundo Negro).

La hermana Presentación recuerda que, tras la doble amputación de sus piernas, de las muchas llamadas de solidaridad que recibió ofreciendo ayuda una cuajó en una escuela maternal para niños entre 3 y 6 años, orientada sobre todo a evitar su malnutrición: “Siempre quise hacer algo por los niños más pequeños. Cuando los veía entre el barro, dejados de la mano de sus madres, malcomiendo, pasando frío y expuestos a toda clase de enfermedades, se me arrugaba el corazón”. A la escuela maternal ha seguido una escuela primaria que da formación a los pequeños hasta los 12 años, de la mano de tres religiosas congoleñas –­Dativa, Georgette y Clémence– y varias maestras. Para financiar ambas escuelas, crearon un Centro de Desarrollo que elabora pan, jabón y azúcar y una granja que produce leche, carne y huevos. Dirige el centro, a base de “creatividad”, la congoleña Marie Chantal y al mando de toda la comunidad figura la hermana Firmine, ruandesa.

Son, pues, ocho religiosas en la misión de las Hermanas de San José de Gerona en Rubare, una comunidad “entusiasta y convencida” que, concluye Villalabeita, muestra “cómo el Reino de Dios se abre camino en la historia”.

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