Este lunes el Papa Francisco recibió a los participantes del IV Seminario de Ética de gestión de la Salud, a los que dirigió un discurso sobre la importancia de acompañar de manera serena, humana y participativa al enfermo.
Francisco dijo que el mundo de la salud “vive una época marcada por la crisis económica; y puede hacernos caer en el desaliento las dificultades en el desarrollo de la ciencia médica y en el acceso a las terapias y medicinas más adecuadas. Pero el cuidado de los hermanos abre nuestro corazón para acoger un don maravilloso. En este contexto les propongo tres palabras les propongo tres palabras para la reflexión: milagro, cuidado y confianza”.
El verdadero significado de hacer un milagro
Según recoge Vatican News, el Pontífice reflexionó sobre cómo hacer posible un milagro en el ámbito de la salud cuando en verdad de debe asumir el balance del costo-beneficio sobre la distribución de recursos que necesariamente están vinculadas más a cuestiones médicas, legales, económicas, sociales y políticas, además de éticas.
“Los responsables de las instituciones asistenciales me dirán, con razón, que no se pueden hacer milagros”, dice el Santo Padre. “Un milagro no es hacer lo imposible; el milagro es encontrar en el enfermo, en el desamparado que tenemos delante, a un hermano. Estamos llamados a reconocer en el receptor de las prestaciones el inmenso valor de su dignidad como ser humano, como hijo de Dios. Esta conciencia —si está profundamente arraigada en el substrato social— permitirá que se creen las estructuras legislativas, económicas, médicas necesarias para afrontar los problemas que vayan surgiendo”.
Velar por el cuidado de los enfermos
La segunda palabra propuesta por Francisco fue el cuidado para con el enfermo, donde no solamente es cuestión de que el enfermo consuma sus alimentos, sino de motivarlos a seguir en la lucha de su restablecimiento y haciéndolo sentir amados.
“La segunda palabra es cuidado. Curar a los enfermos no es simplemente la aséptica aplicación de medicamentos o terapias apropiadas. Ni siquiera su sentido primigenio se limita a buscar el restablecimiento de la salud. El verbo latino “curare” quiere decir: atender, preocuparse, cuidar, hacerse responsable del otro, del hermano. De eso tendríamos que aprender mucho los “curas”, pues para eso nos llama Dios. Los curas estamos para cuidar. Curar”, menciona el Pontífice, quien se refirió al uso incorrecto de la eutanasia para frenar el sufrimiento del enfermo: “Estamos viviendo casi a nivel universal una fuerte tendencia a la legalización de la eutanasia. Sabemos que cuando se hace un acompañamiento humano sereno y participativo, el paciente crónico grave o el enfermo en fase terminal percibe esta solicitud”.
Generar confianza en los pacientes
En la tercera y última palabra que el Santo Padre recomienda es la confianza, pues de ahí depende el éxito para que el paciente logre curarse.
“La tercera palabra es confianza, que podemos distinguir en varios ámbitos. Ante todo, como ustedes saben, es la confianza del propio enfermo en sí mismo, en la posibilidad de curarse, pues ahí estriba gran parte del éxito de la terapia. No menos importante es para el trabajador poder realizar su función en un entorno de serenidad, y ello no puede separarse de saber que está haciendo lo correcto, lo humanamente posible, en función de los recursos a disposición”, indica el Papa.
Ser portadores de esperanza de vida
Por último, el Santo Padre Francisco invita a seguir su trabajo incansable de humanidad asistencial, la cual requiere que los trabajadores de salud porten la esperanza tanto para el paciente como a sus familiares.
“Ponerse en las manos de una persona, sobre todo cuando está en juego la vida, es muy difícil; sin embargo, la relación con el médico o enfermero se ha fundamentado siempre desde la responsabilidad y la lealtad”- dice el Papa- “Debemos seguir luchando por mantener íntegro este vínculo de profunda humanidad, pues ninguna institución asistencial puede por sí sola sustituir el corazón humano ni la compasión humana (cf. S. JUAN PABLO II, M.P. Dolentium hominum, 11 febrero 1985; NCAS, 3). Por tanto, la relación con el enfermo exige respeto a su autonomía y una fuerte carga de disponibilidad, atención, comprensión, complicidad y diálogo, para ser expresión de un compromiso asumido como servicio (cf. NCAS, 4), finalizó.