Tras una completa agenda en Nagasaki, el Papa ha culminado su segunda jornada en Japón viajando a Hiroshima, la primera ciudad de la Historia que sufrió el horror de una bomba atómica, el 6 de agosto de 1945. Allí, en el Memorial de la Paz, ha tenido lugar un encuentro con 20 líderes religiosos y otras 20 víctimas de aquella tragedia, acudiendo también un millar de fieles. La ceremonia la han marcado el silencio, un conmovedor toque de campanas y los testimonios desgarradores de dos supervivientes de la bomba, que han impactado a todos, tal y como explica el periodista de la revista Vida Nueva, Miguel Ángel Malavia.
Fiel a su estilo, aunque con un tono abatido, el Papa ha comenzado su discurso con un aldabonazo: “Aquí, de tantos hombres y mujeres, de sus sueños y esperanzas, en medio de un resplandor de relámpago y fuego, no ha quedado más que sombra y silencio. En apenas un instante, todo fue devorado por un agujero negro de destrucción y muerte. Desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están”.
Unidos por el horror
“Venían -ha seguido- de diferentes lugares, tenían nombres distintos, algunos de ellos hablaban lenguas diversas. Todos quedaron unidos por un mismo destino, en una hora tremenda que marcó para siempre, no solo la Historia de este país, sino el rostro de la humanidad”.
El Papa también ha recordado a los supervivientes y a las muchas víctimas que lo fueron incluso décadas después, fruto de la radiación: “Hago memoria aquí de todas las víctimas y me inclino ante la fuerza y la dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital”.
Desde el corazón
Bergoglio en estado puro, la suya ha sido una invocación desde el corazón: “He sentido el deber de venir a este lugar como peregrino de paz, para permanecer en oración, recordando a las víctimas inocentes de tanta violencia y llevando también en el corazón las súplicas y anhelos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los jóvenes, que desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz. He venido a este lugar lleno de memoria y de futuro trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos”.
“Quisiera humildemente -ha añadido- ser la voz de aquellos cuya voz no es escuchada, y que miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el recurso continuo y espasmódico de las armas, como si estas pudieran garantizar un futuro de paz”.
Más que nunca un crimen
Desde este dolor, el Papa ha reiterado que “el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no solo contra el hombre y su dignidad, sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral, como lo es la posesión de las armas atómicas. Seremos juzgados por esto”.
Emocionado, Bergoglio ha sido rotundo en su clamor: “Las nuevas generaciones se levantarán como jueces de nuestra derrota si hemos hablado de la paz, pero no la hemos realizado con nuestras acciones entre los pueblos de la tierra. ¿Cómo podemos hablar de paz mientras construimos nuevas y formidables armas de guerra? ¿Cómo podemos hablar de paz mientras justificamos determinadas acciones espurias con discursos de discriminación y de odio?”.
Juan XIII y Pablo VI
Como hiciera hace unas horas en Nagasaki, Francisco ha vuelto a recordar la ‘Pacem in terris’ de Juan XXIII, dando esta cita: “Estoy convencido de que la paz no es más que un ‘sonido de palabras’ si no se funda en la verdad, si no se construye de acuerdo con la justicia, si no está vivificada y completada por la caridad, y si no se realiza en la libertad’”.
E, igualmente, ha acudido otra vez a Pablo VI; concretamente, a su discurso en la ONU el 4 de octubre de 1965: “No es posible amar con armas ofensivas en las manos”. Y es que, “cuando nos entregamos a la lógica de las armas y nos alejamos del ejercicio del diálogo, nos olvidamos trágicamente de que las armas, antes incluso de causar víctimas y ruinas, tienen la capacidad de provocar pesadillas”.
Abismo de dolor
“¿Cómo podemos proponer la paz -ha vuelto a preguntarse- si frecuentamos la intimidación bélica nuclear como recurso legítimo para la resolución de los conflictos? Que este abismo de dolor evoque los límites que jamás se pueden atravesar. La verdadera paz solo puede ser una paz desarmada”.
¿La senda a seguir, pues? “Recordar, caminar juntos, proteger. Estos son tres imperativos morales que, precisamente aquí, en Hiroshima, adquieren un significado aún más fuerte y universal, y tienen la capacidad de abrir un auténtico camino de paz. Por lo tanto, no podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno; recuerdo expansivo capaz de despertar las conciencias de todos los hombres y mujeres, especialmente de aquellos que hoy desempeñan un papel especial en el destino de las naciones; memoria viva que nos ayude a decir de generación en generación: ¡nunca más!”.
Abiertos a la esperanza
“Abrámonos a la esperanza -ha reiterado-, convirtiéndonos en instrumentos de reconciliación y de paz. Esto será siempre posible si somos capaces de protegernos y sabernos hermanados en un destino común. Nuestro mundo, interconectado no solo por la globalización, sino desde siempre por una tierra común, reclama más que en otras épocas la postergación de intereses exclusivos de determinados grupos o sectores, para alcanzar la grandeza de aquellos que luchan corresponsablemente para garantizar un futuro común”.
“¡Nunca más la guerra -ha concluido, vibrante-, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento! Que venga la paz en nuestros días, en este mundo nuestro. Oh Dios, tú nos lo has prometido: ‘La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo’. Ven, Señor, que es tarde y, donde sobreabundó la destrucción, que también pueda hoy sobreabundar la esperanza de que es posible escribir y realizar una historia diferente. ¡Ven, Señor, Príncipe de la paz, haznos instrumentos y ecos de tu paz!”.