En la tarde del martes 20 de octubre el Papa Francisco ha participado en Roma en el 34º Encuentro por la Paz "en el Espíritu de Asís" promovido por la Comunidad de San Egidio, unas jornadas que han contado con distintos actos en diversas partes de la ciudad.
En la ceremonia final, en la Plaza del Capitolio en Roma, el Papa exhortó a seguir trabajando por la paz en el mundo y señaló que es deber de los políticos, ante Dios, acabar con las guerras. "¡Necesitamos la paz! ¡Más paz! No podemos permanecer indiferentes", proclamó.
De fondo, muchos pensaban en la nueva guerra entre la Armenia cristiana y el Azarbaiyán musulmán, con Turquía maniobrando entre bambalinas, sin que se haya acabado aún la violencia en Siria.
“Poner fin a la guerra es el deber impostergable de todos los líderes políticos ante Dios. La paz es la prioridad de cualquier política. Dios le pedirá cuentas a quienes no han buscado la paz o han fomentado las tensiones y los conflictos durante tantos días, meses y años de guerra que han pasado y que han golpeado a los pueblos”, advirtió el Pontífice.
El encuentro, heredero del que presidió San Juan Pablo II en 1986, ha tenido como lema el título "Nadie se salva solo - Paz y fraternidad".
La mayor parte de los actos han contado con un aforo muy restringido, a unos pocos invitados, a causa del coronavirus. Algunos invitados importantes no pudieron asistir, como es el caso del Gran Imán de al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb, que en años recientes colabora con el Papa Francisco en gestos que hagan de puente entre musulmanes y cristianos y tratan de debilitar a los que buscan la violencia entre ambos credos.
En el acto interreligioso hablaron el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé I; el rabino jefe de Francia, Haim Korsia; el secretario general del Comité Superior de la Fraternidad Humana (por el islam), Mohamed Abdelsalam Abdellatif; el budista Shoten Minegishi y, para terminar, el papa Francisco.
Siguió un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas de la pandemia y de todas las guerras y la lectura del Llamamiento de Paz 2020, que fue entregado por un grupo de niños a los embajadores y a los representantes de la política italiana e internacional Al final, el papa Francisco, junto a todos los líderes religiosos, encendió un candelabro, símbolo del deseo de paz.
Antes, en la primera parte de la tarde, el Papa Francisco participó con cristianos de diversas denominaciones en una oración en la Basílica de Santa María en Aracoeli.
Después fue al encuentro con autoridades y representantes de las grandes religiones del mundo en la Plaza romana del Capitolio. Allí, ante el presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, y el Patriarca Ecuménico Bartolomé ("mi hermano", “a pesar de las dificultades del viaje", lo alabó el Papa) recordó que el trabajo conjunto de todos es necesario para construir la paz.
Ha habido pasos en el dialogo entre religiones
"Mirando hacia atrás, aunque lamentablemente nos encontramos en los últimos años con acontecimientos dolorosos, como conflictos, terrorismo o radicalismo, a veces en nombre de la religión, debemos reconocer los pasos fructuosos en el diálogo entre las religiones. Es un signo de esperanza que nos anima a trabajar juntos como hermanos. Así hemos llegado al importante Documento sobre la Fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, que firmé con el Gran Imán de al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb, en el año 2019”, resumió el Pontífice, recordando su viaje a Emiratos Árabes.
«El mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas», aseguró el Papa Francisco. Y citando su última encíclica añadió: “Los creyentes han entendido que la diversidad de religiones no justifica la indiferencia o la enemistad. En efecto, partiendo de la fe religiosa, uno puede convertirse en artesano de la paz y no en espectador inerte del mal de la guerra y del odio. Las religiones están al servicio de la paz y la fraternidad".
Peligro de acostumbrarse a las guerras
Advirtió frente a las "guerras olvidadas" y previno contra un peligro: ‘acostumbrarse al mal de la guerra’, como compañero natural en la historia de los pueblos".
Pidió que “no nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados. Prestemos atención a los prófugos, a los que sufrieron la radiación atómica o los ataques químicos, a las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia”.
Mencionó también que "los dolores de la guerra hoy se ven agravados por la pandemia del coronavirus y la imposibilidad, en muchos países, de acceder a los tratamientos necesarios”.
Fraternidad en una sola humanidad
“La fraternidad, que nace de la conciencia de ser una sola humanidad, debe penetrar en la vida de los pueblos, en las comunidades, entre los gobernantes, en los foros internacionales” afirmó a continuación el Santo Padre, asegurando que "de esta manera, aumentará la conciencia de que sólo podemos salvarnos juntos encontrándonos, tratándonos, evitando las peleas, reconciliándonos, moderando el lenguaje de la política y de la propaganda, desarrollando caminos concretos para la paz”, insistió el Pontífice.
Los distintos líderes religiosos participantes firmaron conjuntamente el siguiente manifiesto que recogemos por entero.
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Llamamiento común por la paz (Roma 2020)
Congregados en Roma en el «espíritu de Asís», espiritualmente unidos a los creyentes de todo el mundo y a las mujeres y a los hombres de buena voluntad, hemos rezado todos juntos para implorar el don de la paz en nuestra tierra. Hemos recordado las heridas de la humanidad, tenemos en el corazón la oración silenciosa de tantas personas que sufren, frecuentemente sin nombre y sin voz. Por esto nos comprometemos a vivir y a proponer solemnemente a los responsables de los Estados y a los ciudadanos del mundo este llamamiento a la paz.
En esta plaza del Campidoglio, poco después del mayor conflicto bélico que la historia recuerde, las naciones que se habían enfrentado estipularon un pacto, fundado sobre un sueño de unidad, que posteriormente se llevó a cabo: la Europa unida. Hoy, en este tiempo de desorientación, golpeados por las consecuencias de la pandemia de Covid-19, que amenaza la paz aumentando las desigualdades y los miedos, decimos con fuerza: nadie puede salvarse solo, ningún pueblo, nadie.
Las guerras y la paz, las pandemias y el cuidado de la salud, el hambre y el acceso al alimento, el calentamiento global y la sostenibilidad del desarrollo, los desplazamientos de las poblaciones, la eliminación del peligro nuclear y la reducción de las desigualdades no afectan únicamente a cada nación. Lo entendemos mejor hoy, en un mundo lleno de conexiones, pero que frecuentemente pierde el sentido de la fraternidad. Somos hermanas y hermanos, ¡todos! Recemos al Altísimo que, después de este tiempo de prueba, no haya más un “los otros”, sino un gran “nosotros” rico de diversidad. Es tiempo de soñar de nuevo, con valentía, que la paz es posible, que la paz es necesaria, que un mundo sin guerras no es una utopía. Por eso queremos decir una vez más: «¡Nunca más la guerra!».
Desgraciadamente, la guerra ha vuelto a parecerle a muchos un camino posible para la solución de las controversias internacionales. No es así.
Antes de que sea demasiado tarde, queremos recordar a todos que la guerra deja siempre el mundo peor de como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad.
Requerimos a los gobernantes que rechacen el lenguaje de la división, que está sostenida frecuentemente por sentimientos de miedo y de desconfianza, y para que no se emprendan caminos de vuelta atrás. Miremos juntos a las víctimas. Hay muchos, demasiados conflictos todavía abiertos.
A los responsables de los Estados les decimos: trabajemos juntos por una nueva arquitectura de la paz. Unamos las fuerzas por la vida, la salud, la educación y la paz. Ha llegado el momento de utilizar los recursos empleados en producir armas cada vez más destructivas, promotoras de muerte, para elegir la vida, curar la humanidad y nuestra casa común. ¡No perdamos el tiempo!
Comencemos por objetivos alcanzables: unamos desde hoy los esfuerzos para contener la difusión del virus hasta que tengamos una vacuna que sea idónea e accesible a todos. Esta pandemia nos está recordando que somos hermanas y hermanos de sangre.
A todos los creyentes, a las mujeres y a los hombres de buena voluntad, les decimos: seamos con creatividad artesanos de la paz, construyamos amistad social, hagamos nuestra la cultura del diálogo. El diálogo leal, perseverante y valiente es el antídoto contra la desconfianza, la división y la violencia. El diálogo disuelve desde la raíz las razones de las guerras, que destruyen el proyecto de fraternidad inscrito en la vocación de la familia humana.
Nadie puede sentirse que debe lavarse las manos. Somos todos corresponsables. Todos necesitamos perdonar y ser perdonados. Las injusticias del mundo y de la historia se sanan no con el odio y la venganza, sino con el diálogo y el perdón.
Que Dios inspire estos ideales en todos nosotros y este camino que hacemos juntos, plasmando los corazones de cada uno y haciéndonos mensajeros de paz.