El Papa publicó este 18 de mayo, por la fiesta de Pentecostés, un Motu proprio titulado Fide Incensus en el que concedía a las órdenes, congregaciones y comunidades inspiradas en el carisma del Santo Spirito in Sassia, el culto litúrgico con el título de Beato del religioso francés Guido de Montpellier, fundador de los Hospitalarios del Espíritu Santo y de la Cofradía del Espíritu Santo para el cuidado de los niños pobres y enfermos.
Una decisión tomada fruto de los "loables juicios" expresados por sus predecesores sobre "la santidad de vida" de Guido de Montpellier, y también de las "numerosas peticiones constantemente enviadas por cardenales, obispos, religiosos y, sobre todo, por órdenes, congregaciones e institutos inspirados en la Regla y la vida de Guido, así como por laicos, que se han dirigido a la Santa Sede para que confiera honores litúrgicos a Guido de Montpellier".
Protector de los niños no deseados
"El ejemplo de Guido de Montpellier, un hombre absolutamente único por su humilde vida espiritual, su obediencia y su servicio a los pobres siempre nos ha atraído e inspirado. Creemos, por tanto, que ha llegado el momento de presentarlo de modo especial a la Iglesia de Dios, a la que sigue hablando con su fe y sus obras de misericordia", dice Francisco.
Considerando los "excelentes méritos" del religioso, el Papa decidió "por el bien de las almas" conceder este "especial signo de gracia". Guido de Montpellier, se lee el documento, queda así inscrito en el catálogo de los Beatos: su memoria, con la Liturgia de las Horas y la Celebración Eucarística, se colocará el 7 de febrero; será obligatoria para las órdenes, congregaciones e institutos del Santo Espíritu en Sassia, así como para los institutos inspirados en el carisma del hermano Guido.
En Fide incensus, el Papa recorre la vida y la obra de este hombre que, como escribió Peter Saunier, era "inflamado de fe, ardiente de caridad, tan piadoso y amante de los pobres que los honraba como maestros, los veneraba como patronos, los amaba como hermanos, los cuidaba como hijos y, finalmente, los veneraba como imagen de Cristo".
Nacido en la segunda mitad del siglo XII, en Montpellier (Francia), en el seno de una familia acomodada, Guido comenzó de joven a servir a los más necesitados, fundando para ellos una casa-hospital en las afueras de la ciudad francesa. Una obra de misericordia que desde el principio confió al Espíritu Santo. Pronto encontró muchos seguidores, inspirados por su ejemplo: había nacido una comunidad de hombres y mujeres, laicos y clérigos.
El Papa Inocencio III conoció las obras de Guido durante sus estudios en Francia y, una vez elegido Pontífice, le dio su apoyo con la bula Hiis precipue (1198), con la que pedía a todos los obispos que apoyaran sus iniciativas.
Ese mismo año, el hospital de Montpellier pasó a estar bajo la jurisdicción directa de la Santa Sede y el Papa confirmó la regla monástica preparada por Guido para su comunidad, que, además del hospital de Montpellier, contaba ya con otros diez lugares similares en el sur de Francia y dos en Roma.
Guido -escribe el Papa Francisco en el Motu proprio- pretendía con su obra "abrazar al hombre en su totalidad, en alma y cuerpo, y se extendía desde el más pequeño hasta el más anciano... El ideal de ayudar a todos se concretaba particularmente en el cuidado de los recién nacidos abandonados y de los niños no deseados. Además de la asistencia material y espiritual a las madres solas y a las prostitutas, una de las primeras ruedas de los expuestos se construyó en el Hospital de Santo Espíritu en Sassia, donde los niños podían ser dejados anónimamente bajo el cuidado de la comunidad".
Salir en busca de los necesitados Guido, además, "no se limitaba a ayudar a los que acudían a él, sino que animaba a sus hermanas y hermanos a salir a la calle en busca de los necesitados". Un servicio incondicional a los pobres al que los religiosos unían la contemplación religiosa del amor de Dios.
El hermano Guido murió en Roma a principios de 1208. Su memoria de "humilde y modesto servidor de los pobres" se conservó "silenciosamente" durante los cuatro siglos siguientes en monasterios y hospitales que vivieron según la regla que él redactó. Y sucesivas generaciones de hermanas y hermanos "le recordaron en la oración diaria y en el fiel cumplimiento del carisma de su orden". Su obra sigue dando hoy "numerosos y buenos frutos", gracias a las comunidades religiosas que ayudan incansablemente a los pobres.