El Papa Francisco ha iniciado este lunes en Islas Mauricio la parte final del viaje a África tras su paso por Mozambique y Madagascar. El Santo Padre se encuentra en Port Louis, la capital de un pequeño país de apenas 1,3 millones de personas de las que unas 368.000 son católicas, lo que representa el 28,1% de la población.
Junto al primer ministro Pravid Jugnauth le esperaba el obispo de Port Louis, el cardenal Piat, en representación de los fieles de las dos diócesis del país y de los 95 sacerdotes y 186 religiosas que sirven en Mauricio. Posteriormente, Francisco se trasladó al Monumento de María Reina de la Paz en las afueras de la capital y donde le esperaba una multitud de más de 100.000 personas para celebrar la Eucaristía.
Recuerdo especial al beato Laval, "apóstol de Mauricio"
La misa se ha celebrado en uno de los lugares más representativos para los católicos de Mauricio. Está dedicado a la Virgen en agradecimiento por haber preservado al país de la I Guerra Mundial. Desde entonces, en este monumento se han celebrado todos los grandes acontecimientos de la Iglesia, incluida la anterior visita que realizó San Juan Pablo II en 1989.
En su homilía, Francisco tuvo un recuerdo especial por el conocido como “apóstol de Mauricio”, el beato Jacques-Desiré Laval (1803-1864), destacando de él que “el amor a Cristo y a los pobres marcó su vida de tal manera que lo protegió de la ilusión de realizar una evangelización ‘lejana y aséptica’”.
“Sabía que evangelizar suponía hacerse todo para todos: aprendió el idioma de los esclavos recientemente liberados y les anunció de manera simple la Buena Nueva de la salvación. Supo convocar a los fieles y los formó para emprender la misión y crear pequeñas comunidades cristianas en barrios, ciudades y aldeas vecinas, muchas de estas pequeñas comunidades han sido el inicio de las actuales parroquias. Fue solícito en brindar confianza a los más pobres y descartados para que fuesen ellos los primeros en organizarse y encontrar respuestas a sus sufrimientos”, recordó el Papa.
De este modo, Francisco insistió en que “este impulso misionero hay que cuidarlo porque puede darse que, como Iglesia de Cristo, caigamos en la tentación de perder el entusiasmo evangelizador refugiándonos en seguridades mundanas que, poco a poco, no sólo condicionan la misión, sino que la vuelven pesada e incapaz de convocar”.
La importancia de los jóvenes
Del mismo modo, agregó que “el impulso misionero tiene rostro joven y rejuvenecedor. Son precisamente los jóvenes quienes , con su vitalidad y entrega, pueden aportarle la belleza y frescura propia de la juventud cuando desafían a la comunidad cristiana a renovarnos y nos invitan a partir hacia nuevos horizontes”.
“’¡Ellos, nuestros jóvenes, son nuestra primera misión!. A ellos debemos invitar a encontrar su felicidad en Jesús; pero no de forma aséptica o lejana, sino aprendiendo a darles un lugar, conociendo ‘su lenguaje’, escuchando sus historias, viviendo a su lado, haciéndoles sentir que son bienaventurados de Dios. ¡No nos dejemos robar el rostro joven de la Iglesia y de la sociedad; no dejemos que sean los mercaderes de la muerte quienes roben las primicias de esta tierra”, exhortó el Papa.
Esperanza pese a que las cosas no sean favorables
Por ello, Francisco añadió que “aun cuando lo que nos rodee pueda parecer que no tiene solución, la esperanza en Jesús nos pide recuperar la certeza del triunfo de Dios no sólo más allá de la historia, sino también en la trama oculta de las pequeñas historias que se van entrelazando y que nos tienen como protagonistas de la victoria de Aquel que nos ha regalado el Reino”.
El Pontífice insistió en que “para vivir el Evangelio, no se puede esperar que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra”.
Los cristianos alegres son los que evangelizan
Pero no hay que dejar que venza el “desaliento”, agregó Francisco, añadiendo que “al pie de este monte, que hoy quisiera que fuera el monte de las Bienaventuranzas, también nosotros tenemos que recuperar esta invitación a ser felices”.
En este sentido, señaló que “sólo los cristianos alegres despiertan el deseo de seguir ese camino; la ‘palabra feliz’ o ‘bienaventurado’ pasa a ser sinónimo de ‘santo’, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha”.
A tenor de esto, el Santo Padre afirmó que “cuando escuchamos el amenazante pronóstico ‘cada vez somos menos’, en primer lugar, deberíamos preocuparnos no por la disminución de tal o cual modo de consagración en la Iglesia, sino por las carencias de hombres y mujeres que quieren vivir la felicidad haciendo caminos de santidad, hombres y mujeres que dejen arder su corazón con el anuncio más hermoso y liberador”.
Puede leer AQUÍ la homilía íntegra del Papa