Francisco recibió este lunes a los miembros del capítulo general de los Oblatos de San José, encabezados por su recién reelegido superior, el padre Jan Pelczarski. Esta congregación fue fundada por el italiano San José Marello (1844-1895), obispo de Acqui, beatificado en 1993 y canonizado en 2001.
El Papa ensalzó ante ellos dos de las virtudes de San José, el esposo de la Santísima Virgen, modelo de su fundador: "Gratitud y responsabilidad" por los dones recibidos, para ponerlos "al servicio de los hermanos".
A imitación del padre putativo de Jesús, San José Marello se caracterizaba por la labor escondida, siendo su lema "cartujos en casa y apóstoles fuera de casa", lema que el Papa desconocía y que -confesó- le gustó e impactó al conocerlo como "una buena síntesis".
Francisco recordó a los oblatos de San José que la consagración religiosa consiste ante todo "estar" con Jesús, porque "sin Él no podríamos mantenernos en pie", vencidos por las "fragilidades de cada uno".
"Por eso os animo a una intensa, una buena vida de oración", a "no dejarla", mediante la participación en los sacramentos, la escucha y meditación de la Palabra de Dios y la Adoración eucarística, tanto personal como comunitaria": "Y sobre esto quiero subrayar que a veces descuidamos la oración de adoración, el silencio ante el Señor... Todos debemos hacerla, pero especialmente los religiosos", y en particular los hijos de San José Marello, que pasaba ante Él largas horas.
El Papa invitó a los presentes a pensar en sus pecados: "Veréis que cuando habéis caído en el pecado es porque no estabais cerca del Señor. Siempre es así. Quien está próximo al Señor, se aferra enseguida a Él y no cae".
Dado que el apostolado de la congregación es, sobre todo, con los jóvenes, esta proximidad a Jesucristo es doblemente importante, porque "los jóvenes no nos necesitan a nosotros, ¡necesitan a Dios! Cuanto más vivamos en Su presencia, más capaces seremos de ayudarles a encontrarlo, sin protagonismos inútiles y pensando solo en su salvación y su felicidad plena".
Siguiendo las enseñanzas de Marello, a quien citó, Francisco insistió también en tener un corazón de padre ante esa juventud "abandonada y olvidada", como lamentaba el santo, con la cual hay que hacer, pidió el Papa, "un trabajo fatigoso pero irrenunciable".
Como también con "los últimos", a imitación de San José, que reconoció en la Sagrada Familia "la presencia real de Dios en su pobreza y la hizo suya". La labor con los pobres no consiste "en inclinarse de forma paternalista sobre su supuesta 'inferioridad', sino compartir con ellos nuestra propia pobreza". Como hizo San José Marello entregándose particularmente a los chicos más problemáticos, concluyó.