En el Ángelus del IV Domingo de Adviento, el Papa Francisco pidió que, “la Virgen María nos obtenga la gracia de vivir una Navidad extrovertida: que en el centro no esté nuestro ‘yo’, sino el Tú de Jesús y el tú de nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que necesitan una mano”, señala la agencia de noticias de la Santa Sede.
“María, es bienaventurada porque ha creído: el encuentro con Dios es fruto de la fe. Zacarías, en cambio, que no creyó, se quedó sordo y mudo, para crecer en la fe durante el largo silencio: sin fe nos quedamos inevitablemente sordos ante la voz consoladora de Dios; y nos quedamos incapaces de pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos y hermanas”, dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus del IV Domingo de Adviento, en vísperas de Navidad.
María, modelo de fe y de caridad
Comentando la liturgia de este Domingo, el Pontífice dijo que, en este Domingo de Adviento se pone en primer plano la figura de María, la Virgen Madre, a la espera de dar a luz a Jesús, el Salvador del mundo, como modelo de fe y de caridad. En este sentido, el Papa se pregunta: ¿qué es lo que pensaba María en estos meses de espera? “La respuesta viene precisamente del pasaje evangélico de hoy, el relato de la visita de María a su pariente anciana Isabel. El ángel Gabriel le había revelado que Isabel estaba esperando un hijo y que ya estaba en el sexto mes. Y así la Virgen, que acababa de concebir a Jesús por obra de Dios, había dejado Nazaret, en Galilea, con prisa para llegar a las montañas de Judea”.
Bendita tú eres entre todas las mujeres
Además, el Papa Francisco precisó que en el Evangelio de Lucas el encuentro entre María e Isabel fue un encuentro de gozo, una que saluda la maternidad de la otra y enseguida la respuesta de alabanza en la fe. “Inmediatamente alabó su fe: Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le dijo. Hay un claro contraste – afirmó el Pontífice – entre María, que tenía fe, y Zacarías, el marido de Isabel, que no había creído en la promesa del ángel y por eso permaneció mudo hasta el nacimiento de Juan”.
El misterio del encuentro del hombre con Dios
Este episodio, subrayó el Papa Francisco, nos ayuda a leer con una luz muy especial el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está marcado por maravillas asombrosas, sino por la fe y la caridad. “María, en efecto, es bienaventurada porque ha creído: el encuentro con Dios es fruto de la fe. Zacarías, en cambio – puntualizó el Pontífice – que no creyó, se quedó sordo y mudo, para crecer en la fe durante el largo silencio: sin fe nos quedamos inevitablemente sordos ante la voz consoladora de Dios; y nos quedamos incapaces de pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos y hermanas. La fe, a su vez, se nutre de la caridad”.
El evangelista, señaló el Santo Padre, dice que María se levantó y fue rápidamente a ver a Isabel. “Se levantó”: un gesto lleno de cuidado. Podría haberse quedado en casa para preparar el nacimiento de su hijo, pero se preocupa primero por los otros que por sí misma, demostrando que ya es discípula del Señor que lleva en su vientre. “El acontecimiento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; además, la auténtica caridad es siempre fruto del amor de Dios”.
El dinamismo de la fe y de la caridad
Este Evangelio de la visita de María a Isabel, precisó el Papa Francisco, nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y de la caridad. “Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de Amor que fecundó el vientre virginal de María y la llevó a correr al servicio de su anciana pariente. Un dinamismo lleno de alegría, como se ve en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de regocijo gozoso en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que confían en él”.
Antes de concluir su alocución, el Santo Padre pidió que, la Virgen María nos obtenga la gracia de vivir una Navidad extrovertida: que en el centro no esté nuestro “yo”, sino el Tú de Jesús y el Tú de nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que necesitan una mano. Entonces dejaremos espacio para el Amor que, aún hoy, quiere hacerse carne y venir a vivir entre nosotros.