Uno de los actos más llamativos y emotivos presididos por el Papa Francisco durante su viaje a Eslovaquia ha sido la celebración de la Eucaristía según el rito bizantino de San Juan Crisóstomo en la plaza del campo deportivo de la ciudad de Presov.
Esta es la tercera ocasión en la que Francisco celebra como Papa una Eucaristía en un rito oriental católico. La primera vez fue en 2019 en Rumanía donde celebró la divina liturgia en rito bizantino rumano por la ocasión de la ocasión de la beatificación de siete obispos greco-católicos. La segunda fue recientemente en Irak, en marzo de 2021, donde presidió una misa en rito caldeo.
Este miércoles lo ha hecho por tercera vez, en este caso en el rito greco-católico eslovaco. Eslovaquia cuenta con más de un 60% de católicos de rito latino, pero también cuenta con una importante presencia de católicos de rito bizantino. El 4% de la población, según el censo de 2011, se declara católico de rito bizantino. En total, serían en torno a 200.000 fieles.
Estos fieles están agrupados desde 2008 en una iglesia católica sui iuris, una a de las 24 existentes, en el catolicismo, y en ella están los greco-católicos eslovacos. Aunque esta iglesia abarca a todo el país, la mayoría de estos católicos se encuentran en la parte oriental del país. Están organizados en tres eparquías (diócesis orientales), que incluyen 270 parroquias, y cuyo metropolitano es el archieparca de Presov, precisamente la ciudad donde el Papa ha celebrado la Eucaristía.
En la homilía pronunciada por el Papa en esta celebración pausada, llena de signos y de belleza, Francisco recordó que este martes se celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Por ello, explicó al inició de su sermón que “la cruz era instrumento de muerte, y sin embargo de allí ha venido la vida. Era lo que nadie quería mirar, y aun así nos ha revelado la belleza del amor de Dios. Por eso el santo Pueblo de Dios la venera y la liturgia la celebra en la fiesta de hoy”.
Esto llevo a Francisco a señalar que “a los ojos del mundo la cruz es un fracaso”, e incluso muchos católicos “corremos el riesgo de detenernos ante esta primera mirada, superficial, de no aceptar la lógica de la cruz; de no aceptar que Dios nos salve dejando que se desate sobre mí el mal del mundo”.
Sin embargo, “cuantas veces –agregó el Pontífice- aspiramos a un cristianismo de vencedores, a un cristianismo triunfador que tenga relevancia e importancia, que reciba gloria y honor. Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril”.
El Papa Francisco, en la misa de rito bizantino celebrada en Presov / Fotos: Vatican Media
Destacando el ejemplo de San Juan, que “vio en la cruz la obra de Dios”, Francisco insistió en que “precisamente allí, donde se piensa que Dios no pueda estar, Dios ha llegado. Para salvar a cualquier persona que esté desesperada quiso rozar la desesperación, para hacer suyo nuestro más amargo desaliento gritó en la cruz: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’. Un grito que salva. Salva porque Dios hizo suyo incluso nuestro abandono. Y nosotros, ahora, con Él, ya no estamos solos, nunca”.
Entonces el Papa lanzó una pregunta: “¿cómo podemos aprender a ver la gloria en la cruz?”. Dijo que este símbolo está pintado “en cada rincón de nuestras iglesias. Son incontables los crucifijos: en el cuello, en casa, en el auto, en el bolsillo. Pero no sirve de nada si no nos detenemos a mirar al Crucificado y no le abrimos el corazón, si no nos dejamos sorprender por sus llagas abiertas por nosotros, si el corazón no se llena de conmoción y no lloramos delante del Dios herido de amor por nosotros. Si no hacemos esto, la cruz se queda como un libro no leído, del que se conoce bien el título y el autor, pero que no repercute en la vida. No reduzcamos la cruz a un objeto de devoción, mucho menos a un símbolo político, a un signo de importancia religiosa y social”.
De este modo, de la contemplación de Cristo crucificado se pueda pasar a dar testimonio. Y así lo explicó: “si se ahonda la mirada en Jesús, su rostro comienza a reflejarse en el nuestro, sus rasgos se vuelven los nuestros, el amor de Cristo nos conquista y nos transforma”.
El Papa acompañado del metropolita de Presov, cabeza de los greco-católicos eslovacos / Foto: Vatican Media
Francisco puso el ejemplo de los mártires, “que testimoniaron el amor de Cristo en tiempos muy difíciles de esta nación, cuando todo aconsejaba callar, resguardarse, no profesar la fe. Pero no podían dejar de dar testimonio. ¡Cuántas personas generosas aquí en Eslovaquia sufrieron y murieron a causa del nombre de Jesús! Un testimonio realizado por amor a Aquel que habían contemplado largamente. Tanto, hasta el punto de asemejarse a Él, incluso en la muerte”.
Hoy día tampoco faltan ocasiones de dar testimonio, aunque éste “puede ser socavado por la mundanidad o la mediocridad”, agregó Francisco. Pero la cruz –prosiguió- “en cambio exige un testimonio límpido” porque “la cruz no quiere ser una bandera que enarbolar, sino la fuente pura de un nuevo modo de vivir”.
Por ello, recordó a los presentes que “el testigo que tiene la cruz en el corazón y no solamente en el cuello no ve a nadie como enemigo, sino que ve a todos como hermanos y hermanas por los que Jesús ha dado la vida”.
Por último, el Papa quiso hacer un recordatorio a estos greco-católicos eslovacos que tanta persecución sufrieron en el pasado: “conserven el amado recuerdo de las personas que los han amamantado y criado en la fe. Personas humildes, sencillas, que han dado la vida amando hasta el extremo. Ellos son nuestros héroes, los héroes de la cotidianidad, y sus vidas son las que cambian la historia. Los testigos engendran otros testigos, porque son dadores de vida. Y así se difunde la fe. No con el poder del mundo, sino con la sabiduría de la cruz; no con las estructuras, sino con el testimonio. Y hoy el Señor, desde el silencio vibrante de la cruz, te dice también a ti: ‘¿Quieres ser mi testigo?’”.