El Papa Francisco ha dedicado su mensaje navideño a la Curia romana a prevenir -y en parte a regañar- ante algunos pecados específicos que tientan a los responsables de alto rango en la organización vaticana y eclesial:
- la mundanidad espiritual (soberbia y vanidad revestida de lenguaje religioso)
- "ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando"
- soñar con “planes apostólicos expansionistas" pero vistos desde lejos de la gente
- el pecado del “habriaqueísmo”: decir desde fuera “lo que habría que hacer” sin estar en contacto "con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel"
El Papa animó a todos a abrirse a la mejora y renunciar a esos vicios. "Somos leprosos, necesitados de curación", dijo. “Estamos aquí, yo el primero, para aprender a ponernos de rodillas y adorar al Señor en su humildad, y no a otros señores en su vacía opulencia”, añadió.
A las diez y media de la mañana de este jueves 23 de diciembre el Santo Padre Francisco dirigió su Discurso a la Curia Romana con ocasión de las felicitaciones navideñas.
Una predicación de la humildad: el ejemplo de Naamán
Predicó sobre todo a favor de la humildad. Tomó el ejemplo bíblico de Naamán el sirio, un valiente general del ejército arameo, con fama y gloria pero enfermo de lepra.
“Naamán comprende una verdad fundamental: uno no puede pasar la vida escondiéndose detrás de una armadura, de un rol, de un reconocimiento social”, señaló el Papa. A partir del consejo de una esclava y otros servidores, el poderoso general acepta despojarse de armaduras y ropajes para bañarse en el Jordán, que es lo que le pide el profeta Eliseo. «Enseguida la carne de su cuerpo se renovó y quedó limpia como la carne de un niño pequeño» (2 Re 5,14). Con la humildad, llegó su sanación.
Los miembros de la Curia escucharon al Papa predicar contra la “peligrosa tentación” de la "mundanidad espiritual", que se disfraza en “nuestro cargo, la liturgia, la doctrina, la religiosidad”.
Criticó la “vanagloria” de quienes “se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando”.
El papa previno contra soñar “planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados”, negando con ellos “nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida desgastada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es ‘sudor de nuestra frente’”.
Habló de los vanidosos que hablan de “lo que habría que hacer” —el pecado del “habriaqueísmo”, que son expertos pastorales "desde fuera". "Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel», advirtió.
El soberbio pierde raíces y ramas
“Quien vive apoyándose en la soberbia se encuentra privado de las cosas más importantes que tenemos: las raíces y las ramas”, añadió el Pontífice.
El humilde, en cambio, dijo Francisco, vive guiado constantemente por dos verbos: recordar y generar, fruto de las raíces y de las ramas, y de este modo vive la alegre apertura de la fecundidad.
Francisco especificó: recordar no es repetir, sino atesorar, reavivar y, con gratitud, dejar que la fuerza del Espíritu Santo haga arder nuestro corazón, como a los primeros discípulos (cf. Lc 24,32). Pero “para que recordar no se convierta en una prisión del pasado”, es necesario “generar”. Y así subraya que “el humilde genera, invita y empuja hacia aquello que no se conoce”, mientras que el soberbio, “repite, se endurece y se encierra en su repetición, se siente seguro de lo que conoce y teme a lo nuevo porque no puede controlarlo, lo hace sentir desestabilizado, porque ha perdido la memoria”.
El humilde – dice aún - acepta ser cuestionado, se abre a la novedad y lo hace porque se siente fuerte gracias a lo que lo precede, a sus raíces, a su pertenencia. “A diferencia del soberbio, sabe que ni sus méritos ni sus ‘buenas costumbres’ son principio y fundamento de su existencia; por eso es capaz de tener confianza”.
Humildad para el camino sinodal y para escuchar
Explicó además que el "camino sinodal que hemos iniciado" requiere humildad para encontrar a Dios y al prójimo.
“Si cada uno se queda encerrado en sus propias convicciones, en sus propias experiencias, en la coraza de sus propios sentimientos y pensamientos, es difícil dar cabida a esa experiencia del Espíritu”, advirtió.
El Papa también dijo que la tentación del “clericalismo” incluye el pensar que Dios "le habla sólo a algunos, mientras que los demás sólo deben escuchar y ejecutar”.
La sinodalidad, subrayó el Papa, “es un estilo al que debemos convertirnos”, sobre todo “nosotros que estamos aquí y que vivimos la experiencia del servicio a la Iglesia universal a través de nuestro trabajo en la Curia romana”. Y añadió que la Curia no es sólo un instrumento logístico y burocrático, sino que debería dar testimonio a toda la Iglesia.
"Nosotros, miembros de la Curia, debemos ser los primeros en comprometernos a una conversión a la sobriedad", añadió. Lo mismo respecto a la "transparencia, sin favoritismos ni grupos de influencia". Y, respecto a la sinodalidad, "nosotros debemos ser los primeros en convertirnos a un estilo diferente de trabajo, de colaboración, de comunión".
El Papa también habló de la comunión, que implica “reconocer la diversidad que habita en nosotros como un don del Espíritu Santo”, que “no se expresa por mayorías o minorías, sino que nace esencialmente de la relación con Cristo”.
El Papa pidió no ser "sólo extraños que trabajan juntos, rivales que intentan posicionarse mejor" o que colaboran por intereses personales. Pidió recordar al pueblo al que se debe servir.
Centrarse en la misión evita muchos males
Animó a centrarse en "la misión", que ayuda a evitar "replegarse sobre nosotros mismos" y sirve para no obsesionarse por las apariencias. La misión, dijo, siempre conlleva una pasión por los pobres, en términos espirituales, emocionales y morales. "La misión nos hace vulnerables, nos ayuda a recordar nuestra condición de discípulos y nos permite descubrir la alegría del Evangelio una y otra vez".
La Iglesia, dijo el Papa, “no es una academia de sabios, ni un cenáculo de intelectuales sublimes, ni una asamblea de superhombres", sino “precisamente todo lo contrario”, afirma Francisco: los cojos, los contrahechos y los miserables de toda clase se dan cita en la Iglesia. Exhortó a que “nos dejemos evangelizar por la humildad de la Navidad, del pesebre, de la pobreza y la esencialidad con la que el Hijo de Dios entró en el mundo”.
Postrarse como los Reyes Magos, y como Jesús
Incluso los magos de oriente, dice, que “evidentemente podemos pensar que provenían de una condición más acomodada que María y José o que los pastores de Belén, se postran cuando se encuentran en presencia del niño (cf. Mt 2,11). No es sólo un gesto de adoración, es un gesto de humildad”, añadió. También Jesús lo imitará al lavar los pies a los discípulos.
Dejémonos evangelizar por la humildad del Niño Jesús, exhortó el Papa. “Sólo sirviendo y pensando en nuestro trabajo como servicio podemos ser verdaderamente útiles a todos”:
"Seamos como los pastores, seamos como los magos de Oriente, seamos como Jesús. He aquí la lección de la Navidad: la humildad es la gran condición de la fe, de la vida espiritual, de la santidad. Quiera el Señor concedernos ese don a partir de la manifestación primordial del Espíritu dentro de nosotros: el deseo. Lo que no tenemos, podemos al menos empezar a desearlo. Y el deseo es ya el Espíritu actuando en cada uno de nosotros. ¡Feliz Navidad para todos! Y les pido que recen por mí”, finalizó.