Durante el Ángelus del segundo domingo de junio, el Santo Padre expuso el Evangelio del día, en el que Jesús tuvo que enfrentar dos tipos de malentendidos - el de los Escribas y el de sus propios familiares - para advertir de la malicia con la que, de forma premeditada, uno quiere destruir la buena reputación del otro.
Comentando el Evangelio del día, en el que se narra que algunos Escribas fueron enviados desde Jerusalén a Galilea, donde la fama de Jesús comenzó a extenderse, para desacreditarlo a los ojos de la gente. Escribas que llegan con una acusación precisa y terrible: “Este hombre está poseído por Belcebú, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera” - narra el Papa Francisco y continúa – de hecho, Jesús sanó a muchas personas enfermas, y quieren hacer creer que él no lo hace con el Espíritu de Dios, sino con el del Maligno.
“Jesús reacciona con palabras fuertes y claras”, asegura el Papa, porque esos escribas, quizás sin darse cuenta, “están cayendo en el pecado más grave: negar y blasfemar el Amor de Dios que está presente y obra en Jesús”. “Es pecado contra el Espíritu Santo - puntualiza - el único pecado imperdonable, porque comienza desde el cierre del corazón a la misericordia de Dios que actúa en Jesús”.
Se trata de un episodio – afirmó el Santo Padre – que contiene una advertencia que nos sirve a todos: “puede suceder que una envidia fuerte por la bondad y por las buenas obras de una persona pueda llevar a acusarlo falsamente” y aquí hay un “veneno mortal”: “la malicia con la que, de forma premeditada, uno quiere destruir la buena reputación del otro” aseguró Francisco, pidiendo entre exclamaciones que Dios nos libre de esta terrible tentación y que nos confesemos inmediatamente en el sacramento de la Penitencia “si al examinar nuestra conciencia, nos damos cuenta de que esta hierba maligna está brotando dentro de nosotros”, antes de que se desarrolle y produzca sus efectos malvados.
Aunque el Evangelio de hoy también habla de otro malentendido - dijo el Papa - el de los propios miembros de su familia, quienes estaban preocupados porque su nueva vida itinerante les parecía una locura.
El amor de Dios nos une como hermanos.
Jesús se mostró tan disponible para las personas, especialmente para los enfermos y pecadores, hasta el punto de que ya ni siquiera tuvo tiempo para comer. Tras ver esto, su familia decide traerlo de regreso a Nazaret. Llegan al lugar donde Jesús está predicando y lo envían a llamar. Le dicen: "Mira, tu madre, tus hermanos y hermanas están afuera y te buscan" y él responde: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?", y mirando a las personas que le rodeaban para escucharlo, agrega: "¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque el que hace la voluntad de Dios, él es hermano, hermana y madre para mí.
Jesús – agrega el Papa – “ha formado una nueva familia, que ya no se basa en vínculos naturales, sino en la fe en él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo” y la respuesta de Jesús “no es una falta de respeto por su madre y su familia” dice Francisco, de hecho, “para María es el mayor reconocimiento, porque ella es la discípula perfecta que ha obedecido la voluntad de Dios en todo”.
Por último, el Papa Francisco pidió “que la Virgen Madre nos ayude a vivir en comunión con Jesús, reconociendo la obra del Espíritu Santo actuando en Él y en la Iglesia y regenerando el mundo a una nueva vida” y recordó la beatificación de Adela de Batz de Trenquelléon - fundadora de las Hijas de María Inmaculada, llamadas marianistas - que ha tenido lugar hoy en Agen, Francia.
Publicado originariamente en Vatican News