En las últimas horas se ha conocido el texto que Francisco entregó a los obispos chilenos este martes, al término de su primera sesión con ellos para examinar los casos de abusos. El encuentro, de dos días y con cuatro reuniones, ha tenido como consecuencia este viernes la renuncia de los 34 prelados a sus sedes, cuya confirmación queda ahora en manos de la Santa Sede.
De diversas formas, el documento denuncia que los problemas son globales y por tanto no se solucionan concentrándolos en algunas personas, sino cambiando colectivamente las formas de actuación.
“Los problemas que hoy se viven dentro de la comunidad eclesial no se solucionan solamente abordando los casos concretos y reduciéndolos a remoción de personas; esto –y lo digo claramente– hay que hacerlo", dice el Papa en el documento de diez páginas, a modo de anticipo de lo que iba a suceder, "pero no es suficiente, hay que ir más allá. Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen”.
Las palabras del Papa se fundamentan, según recoge Aciprensa, en el informe Misión especial elaborado por el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, enviado especial del Papa para auditar la situación de la Iglesia chilena respecto al encubrimiento de casos de abusos. Del informe se desprenden "tres situaciones" que denuncia Francisco.
-“La investigación demuestra que existen graves defectos” en el modo de actuar ante las denuncias de abusos. No pocos fueron "calificados muy superficialmente como inverosímiles” y otros fueron “investigados solo a destiempo o incluso nunca investigados”, ocasionando escándalo en los denunciantes y en quienes conocían los hechos.
-Se detectaron “graves problemas” en la etapa de formación de muchos que después serían abusadores, con graves acusaciones “contra algunos obispos o superiores que habrían confiado dichas instituciones educativas (seminarios y noviciados) a sacerdotes sospechosos de homosexualidad activa”.
-Hubo “presiones” contra quienes “debían llevar adelante la instrucción de los procesos penales o incluso la destrucción de documentos comprometedores por parte de encargados de archivos eclesiásticos”. Esto evidencia “una absoluta falta de respeto por el procedimiento canónico y, más aún, unas prácticas reprobables que deberán ser evitadas en el futuro”. “En el informe de la Misión especial", añade el Papa, "mis enviados han podido confirmar que algunos religiosos expulsados de su orden a causa de la inmoralidad de su conducta y tras haberse minimizado la absoluta gravedad de sus hechos delictivos atribuyéndolos a simple debilidad o falta moral, habrían sido acogidos en otras diócesis e incluso, en modo más que imprudente, se les habrían confiado cargos diocesanos o parroquiales que implican un contacto cotidiano y directo con menores de edad”, criticó el Papa.
A Francisco le "duele constatar" que la Iglesia chilena haya pedido la fuerza de “inspiración profética” que pone a Cristo como centro, para dar lugar “a lo que podríamos denominar una transformación en su centro”: "Dejó de mirar y señalar al Señor para mirarse y ocuparse de sí misma. Concentró en sí la atención y perdió la memoria de su origen y misión. Se ensimismó de tal forma que las consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se volvió el centro de atención”.
En efecto, "la dolorosa y vergonzosa constatación de abusos sexuales a menores, de abusos de poder y de conciencia por parte de ministros de la Iglesia, así como la forma en que estas situaciones han sido abordadas, deja en evidencia este ‘cambio de centro eclesial’”. Como remedio, los obispos deben evitar caer en "la tentación" de salvar su reputación y, al contrario, confesar comunitariamente la debilidad para así “encontrar juntos respuesta humildes, concretas y en comunión con todo el Pueblo de Dios”.
A modo de explicación de lo que luego ha sido la renuncia conjunta de todos los obispos, el Papa afirma que "la gravedad de los sucesos no nos permite volvernos expertos cazadores de ‘chivos expiatorios’. Todo esto nos exige seriedad y co-responsabilidad para asumir los problemas como síntomas de un todo eclesial que somos invitados a analizar y también nos pide buscar todas las mediaciones necesarias para que nunca más vuelvan a perpetuarse... Sólo podemos lograrlo si lo asumimos como un problema de todos y no como el problema que viven algunos”.
Se trata de pasar de “ser una Iglesia centrada en sí, abatida y desolada por sus pecados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado”, capaz de poner en el centro “el servicio a su Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, enfermo, en el abusado”.