Francisco llegó este jueves al aeropuerto de Luxemburgo-Findel, donde fue recibido por el Gran Duque Enrique de Luxemburgo, a quien luego visitó en Palacio para su primer encuentro oficial en el país, que luego hizo extensivo al primer ministro Luc Frieden.

A continuación tuvo lugar el acto central de la mañana, con las autoridades, sociedad civil y cuerpo diplomático en el Círculo Ciudad de Luxemburgo. 

La experiencia de la guerra

Allí recordó las dos veces que el país fue invadido en las dos guerras mundiales, lección que sirvió a Luxemburgo para distinguirse, en la segunda mitad del siglo XX por su "empeño en la construcción de una Europa unida y solidaria" que dejase atrás "las oposiciones y las guerras causadas por nacionalismos exasperados e ideologías perniciosas".

Francisco expresó su deseo de que "se instauren unas relaciones solidarias entre los pueblos, de modo que todos puedan ser partícipes y protagonistas de un proyecto ordenado de desarrollo integral": "La doctrina social de la Iglesia señala las características de ese progreso y las vías para alcanzarlo", declaró el Papa, añadiendo que él sigue ese camino "profundizando en dos grandes temas, el cuidado de lo creado y la fraternidad". En ese sentido, "el desarrollo no debe saquear y degradar nuestra casa común y no debe dejar al margen a pueblos ni grupos sociales: todos, todos hermanos", recalcó.

El fantasma de la guerra, de nuevo en Europa

Pero, "desgraciadamente, debe constatarse que resurgen, incluso en el continente europeo, fracturas y enemistades que, en vez de resolverse en base a la buena voluntad recíproca, los acuerdos y la labor diplomática, desembocan en hostilidades abiertas, con su séquito de destrucción y de muerte", como si no se guardase memoria de lo que supone recorrer "los trágicos caminos de la guerra".

Francisco firma en el Libro de Honor del Palacio del Gran Duque de Luxemburgo, Enrique, quien conversa en el centro de la imagen. Foto: Vatican Media.

Para curar este "peligrosa esclerosis que hace enfermar gravemente a las naciones y aumenta los conflictos y amenaza con lanzarlos a aventuras de costes humanos inmensos e inútiles matanzas, hay que elevar la mirada a lo alto: la vida cotidiana de los pueblos y de sus gobernantes debe estar animada por valores espirituales elevados y profundos".

Esos valores son los que impedirán "el enloquecimiento de la razón y el regreso irresponsable a cometer los mismos errores de tiempos pasados, agravados con la mayor potencia técnica de la que dispone ahora el ser humano".

El Evangelio que él viene a anunciar, dijo, es la "fuerza siempre nueva de renovación personal y social" que puede "transformar en profundizar el espíritu humano, haciéndolo capaz de obrar el bien incluso en las situaciones más difíciles, capaz de apagar los odios y reconciliar a las partes en conflicto".