"La condición de pecado tiene como consecuencia el alejamiento de Dios. De hecho, el pecado es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de Él. Pero esto no significa que Él se aleje de nosotros. La condición de debilidad y confusión en la que el pecado nos sitúa, constituye una razón más para que Dios permanezca cerca de nosotros. Esta certeza debe acompañarnos siempre en la vida": éste fue el mensaje central de la homilía del Papa en la celebración penitencial de este viernes en la basílica de San Pedro.
Con ello comenzaron en la diócesis del Papa las 24 horas con el Señor, una iniciativa de la Santa Sede para que a lo largo de ese periodo, hasta este sábado, se multipliquen en todas las parroquias las confesiones y las adoraciones eucaríasticas.
El acto, ya tradicional en mitad de la Cuaresma, constó de una procesión de entrada una la liturgia de la Palabra, tras la cual Francisco se confesó y se sentó él mismo para escuchar las confesiones de algunos de los miles de penitentes presentes en el templo.
En su homilía, el Papa recordó que "el amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos. Es un amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos obstáculos que nosotros, por el contrario, solemos poner a una persona, por temor a que nos quite nuestra libertad".
La certeza de ese amor y de esa cercanía de Dios pese a nuestro empeño en alejarnos de Él forman la base de "la esperanza de que nunca seremos privados de su amor, a pesar de cualquier pecado que hayamos cometido, rechazando su presencia en nuestras vidas".
Francisco concluyó sus palabras instando a la gratitud hacia esa misericordia divina: "¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor".