El Papa Francisco este miércoles ha continuado con su ciclo de catequesis sobre la vejez, y en este caso comentó el libro de Eclesiastés o Qohélet, famoso por su frase inicial: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad".

El Papa ha señalado lo que puede ser una tentación de muchas personas en la vejez: desde el cinismo y el desencanto, perder toda pasión por la justicia y acomodarse en la pereza y la acedia, que definió como "conocimiento del mundo sin pasión por la justicia y sin la acción consecuente".

Esta situación no se daría solo en personas de edad avanzada, sino en sociedades cansadas, que viven "el vacío de sentido y de fuerzas", que rechazan "toda responsabilidad ética y todo afecto por el bien real", con "una razón enloquecida, que se vuelve cínica por un exceso de ideología". Así, una sociedad puede presumir de progreso y bienestar pero aún así ser una “sociedad del cansancio”.

Ese cinismo y desconfianza en la verdadera sabiduría acaba llevando, avisa el Papa, a "supersticiones colectivas y las verdades pseudo-científicas. Es curioso que en esta cultura del saber, de conocer todas las cosas y también de la precisión del saber, se difundan tantas brujerías".

Por el contrario, cuando se conserva la pasión por la justicia, también la fe y el amor se vivifican y eso da fuerzas para sanar la sociedad, afirmó el Pontífice.

Saludos a Argentina y lamento por Texas

En los saludos finales tras la catequesis, el Papa se refirió en español al Día de la Patria en Argentina, dirigiendo un “cordial saludo” a los fieles argentinos presentes y a “todo el pueblo argentino”. Varios peregrinos llevaban banderas argentinas y un cartel con la frase “Viva la patria”. "“¡Hay un buen grupo de argentinos! Y en este día de la fiesta nacional de nuestra patria, les envío un cordial saludo a ustedes y a todo el pueblo argentino. Que Dios los bendiga”, dijo el Pontífice.

El Papa también se refirió al tiroteo en una escuela en Texas que causó la muerte de al menos 19 niños y 2 maestras. “Tengo el corazón entristecido por el tiroteo en la escuela primaria en Texas”, afirmó el Pontífice. “Rezo por los niños y los adultos asesinados y por sus familias”, agregó. “Es tiempo de decir basta al tráfico indiscriminado de armas. ¡Comprometámonos todos para que tragedias como esta no puedan ocurrir más!”, instó el Pontífice.

Según el Gun Violence Archive, una organización sin fines de lucro que lleva la cuenta de tiroteos, en 2021 hubo en EEUU 693 tiroteos masivos (se definen así si hay al menos 4 heridos) con 702 fallecidos y 2.844 heridos. Los medios de comunicación difundieron algunos (el del supermercado de Boulder, el del spa de Atlanta) pero la mayoría suceden en barrios conflictivos y de minorías raciales y se difunden poco o nada en los medios, asegura la asociación.

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Catequesis completa del Papa: Eclesiastés, 'todo es vanidad'

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestra reflexión sobre la vejez, hoy meditamos con el Libro del Eclesiastés o Cohélet, otra joya que encontramos en la Biblia. En una primera lectura este breve libro impresiona y deja desconcertado por su famoso estribillo: «Todo es vanidad», todo es “niebla”, “humo”, “vacío”.

Sorprende encontrar estas expresiones, que cuestionan el sentido de la existencia, dentro de la Sagrada Escritura. En realidad, la oscilación continua de Cohélet entre el sentido y el sinsentido es la representación irónica de un conocimiento de la vida que se desprende de la pasión por la justicia, de la que el juicio de Dios es garante. Y la conclusión del Libro indica el camino para salir de la prueba: «Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal» (12,13). Este es el consejo para resolver este problema.

Frente a una realidad que, en ciertos momentos, nos parece acoger todos los contrarios, reservándoles el mismo destino, que es el de acabar en la nada, el camino de la indiferencia puede parecernos también a nosotros el único remedio para una dolorosa desilusión. Preguntas como estas surgen en nosotros: ¿Nuestros esfuerzos han cambiado el mundo? ¿Alguien quizá es capaz de hacer valer la diferencia entre lo justo y lo injusto? Parece que todo esto es inutil. ¿Por qué hacer tantos esfuerzos?

Es una especie de intuición negativa que puede presentarse en cada etapa de la vida, pero no hay duda de que la vejez hace casi inevitable el encuentro con el desencanto. El desencanto en la vejez llega. Y por tanto la resistencia de la vejez a los efectos desmoralizantes de este desencanto es decisiva: si los ancianos, que ya han visto de todo, conservan intacta su pasión por la justicia, entonces hay esperanza para el amor, y también para la fe. Y para el mundo contemporáneo se ha vuelto crucial el paso a través de esta crisis, crisis saludable, porque una cultura que presume de medir todo y manipular todo termina por producir también una desmoralización colectiva del sentido, del amor, del bien.

Esta desmoralización quita el deseo de hacer una presunta “verdad”, que se limita a registrar el mundo, registra también su indiferencia hacia los opuestos y los entrega, sin redención, al fluir del tiempo y al destino de la nada. De esta forma -revestida de cientificidad, pero también muy insensible y muy amoral- la búsqueda moderna de la verdad se ha visto tentada a despedirse totalmente de la pasión por la justicia. Ya no cree en su destino, en su promesa, en su redención.

Para nuestra cultura moderna, que al conocimiento exacto de las cosas quisiera entregar prácticamente todo, la aparición de esta nueva razón cínica – que suma conocimiento e irresponsabilidad – es un contragolpe muy duro. De hecho, el conocimiento que nos exime de la moralidad, al principio parece una fuente de libertad, de energía, pero pronto se convierte en una parálisis del alma.

Cohélet, con su ironía, ya desenmascara esta tentación fatal de una omnipotencia del saber -un “delirio de omnisciencia” - que genera una impotencia de la voluntad. Los monjes de la más antigua tradición cristiana habían identificado con precisión esta enfermedad del alma, que de pronto descubre la vanidad del conocimiento sin fe y sin moral, la ilusión de la verdad sin justicia. La llamaban “acedia”. Y esta es una de las tentaciones de todos pero también de los ancianos, pero es de todos.

No es simplemente pereza. Es más. No es simplemente depresión. Más bien, es la rendición al conocimiento del mundo sin más pasión por la justicia y la acción consecuente.

El vacío de sentido y de fuerzas abierto por este saber, que rechaza toda responsabilidad ética y todo afecto por el bien real, no es inofensivo. No solamente le quita las fuerzas a la voluntad del bien: por contragolpe, abre la puerta a la agresividad de las fuerzas del mal. Son las fuerzas de una razón enloquecida, que se vuelve cínica por un exceso de ideología. De hecho, con todo nuestro progreso y bienestar, nos hemos convertido verdaderamente en una “sociedad del cansancio”. Piensen un poco esto. Somos una sociedad del cansancio.

Teníamos que producir bienestar generalizado y toleramos un mercado sanitario científicamente selectivo. Teníamos que poner un límite infranqueable a la paz, y vemos sucesión de guerras cada vez más despiadadas contra personas indefensas. La ciencia progresa, naturalmente, y es un bien. Pero la sabiduría de la vida es otra cosa, y parece estancada.

Finalmente, esta razón an-afectiva e ir-responsable también quita sentido y energías al conocimiento de la verdad. No es casualidad que la nuestra sea la época de las fake news, de las supersticiones colectivas y las verdades pseudo-científicas. Es curioso que en esta cultura del saber, de conocer todas las cosas y también de la precisión del saber, se difundan tantas brujerías. Pero conjuros cultos, con cierta cultura pero que llevan a una vida de superstición.

Por una parte, el caminar hacia adelante en el saber de las cosas hasta la raíz, pero por la otra parte, el alma que tiene necesidad de otra cosa y coge el camino de las supersticiones y termina en las brujerías.

La vejez puede aprender de la sabiduría irónica de Cohélet el arte de sacar a la luz el engaño oculto en el delirio de una verdad de la mente desprovista de afectos por la justicia.

¡Los ancianos llenos de sabiduría y humor hacen mucho bien a los jóvenes! Los salvan de la tentación de un conocimiento del mundo triste y sin sabiduría. Y los devuelven a la promesa de Jesús: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mt 5, 6).

Son ellos los que examinarán el hambre y sed de justicia de los jóvenes. Ánimo a todos nosotros los ancianos. Ánimo y adelante. Nosotros tenemos una misión muy grande en el mundo. Pero por favor, no busquen refugio en este idealismo no concreto, irreal y sin raíces. Digámoslo claramente, en las brujerías de la vida. Gracias.