Este martes se celebró la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, advocación muy querida en todo el mundo especialmente en América. Y por ello el Papa Francisco le dio una relevancia especial celebrando misa en la basílica de San Pedro, repleta de fieles provenientes de todo el continente americano, especialmente de México, donde María se apareció al niño Juan Diego.
En su homilía, según informa Cari Filii News, el Papa pidió a la Virgen María “defender a nuestros pueblos de una colonización ideológica que cancela lo más rico de ellos”. El Papa insistió mucho en este punto al conocer perfectamente los desafíos a los que se enfrentan los países latinoamericanos y las presiones que reciben para imponer ideologías como la de género. Por ello, pidió “especialmente en nuestro tiempo, defender valientemente todo intento homogeneizador”.
El Papa advirtió que ese intento de homogeneizar “termina imponiendo, bajo slogans atrayentes, una única manera de pensar, de ser, de sentir, de vivir, que termina haciendo inválido o estéril todo lo heredado de nuestros mayores; que termina haciendo sentir, especialmente a nuestros jóvenes, poca cosa por pertenecer a tal o cual cultura”.
El Pontífice reflexionó en su homilía sobre el “Benedictus” de Zacarías, esposo de Santa Isabel, que se recordó en el Evangelio del día. “A mí me gusta llamarlo ‘el cántico de Isabel o de la fecundidad’”, señaló y destacó que Isabel fue “la mujer bajo el signo de la esterilidad y bajo el signo de la fecundidad”.
En la época de Jesús, “la esterilidad estaba considerada como un castigo divino fruto del propio pecado o el del esposo”, explicó el Papa, tal y como recoge Aciprensa, para resaltar la trascendencia que supuso el embarazo de la prima de María.
De este modo, el Pontífice añadió que era “un signo de vergüenza llevado en la propia carne o por considerarse culpable de un pecado que no cometió o por sentirse poca cosa al no estar a la altura de lo que se esperaba de ella. Imaginemos, por un instante, las miradas de sus familiares, de sus vecinos, de sí misma… Esterilidad que cala hondo y termina paralizando toda la vida”.
Pero esta esterilidad, recalcó el Papa, “puede tomar muchos nombres y formas cada vez que una persona siente en su carne la vergüenza al verse estigmatizada o sentirse poca cosa”.
Como ejemplo de ello, ese sentimiento “podemos vislumbrarlo en el indiecito Juan Diego cuando le dice a María ‘yo en verdad no valgo nada, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy ala, sometido a hombros y a cargo ajeno, no es mi paradero ni mi paso allá donde te dignas enviarme’”.
Esa “esterilidad” también puede estar hoy “en nuestras comunidades indígenas y afroamericanas, que, en muchas ocasiones, no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones”.
También está “en muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica”; o en jóvenes, “que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia”.
El Papa agregó que también se puede ver en “muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil, ligada muchas veces al turismo sexual”.
En este sentido, Francisco dijo que Isabel es “la primera en reconocer y bendecir a María. Es ella la que en la vejez experimentó en su propia vida, en su carne, el cumplimiento de la promesa hecha por Dios. La que no podía tener hijos llevó en su seno al precursor de la salvación”.
“En ella, entendemos que el sueño de Dios no es ni será la esterilidad, ni estigmatizar o llenar de vergüenza a sus hijos, sino hacer brotar en ellos y de ellos un canto de bendición”.
“De igual manera lo vemos en Juan Diego –indicó regresando a la historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe–. Fue precisamente él, y no otro, quien lleva en su tilma la imagen de la Virgen: la Virgen de piel morena y rostro mestizo, sostenida por un ángel con alas de quetzal, pelícano y guacamayo; la madre capaz de tomar los rasgos de sus hijos para hacerlos sentir parte de su bendición”.
De esta manera, “pareciera que una y otra vez Dios se empecina en mostrarnos que la piedra que desecharon los constructores se vuelve la piedra angular”.
“La Madre de Dios es figura de la Iglesia y de ella queremos aprender a ser Iglesia con rostro mestizo, con rostro indígena, afroamericano, rostro campesino, rostro cola, ala, cacaxtle. Rostro pobre, de desempleado, de niño y niña, anciano y joven para que nadie se sienta estéril ni infecundo, para que nadie se sienta avergonzado o poca cosa”.
Por el contrario, “para que cada uno al igual que Isabel y Juan Diego pueda sentirse portador de una promesa, de una esperanza y pueda decir desde sus entrañas: ‘¡Abba!, es decir, ¡Padre!’ desde el misterio de esa filiación que, sin cancelar los rasgos de cada uno, nos universaliza constituyéndonos pueblo”, concluyó.