Esta mañana, el Papa Francisco, reunido con los peregrinos en la Plaza de San Pedro, reflexionó sobre el Evangelio de Lucas 20, 27-38, que “nos ofrece una maravillosa enseñanza de Jesús sobre la resurrección de los muertos”.
El Papa describe la situación en la que se ve implicado Jesús: “es interrogado por algunos saduceos, los cuales no creían en la resurrección y por lo tanto lo provocan con una pregunta insidiosa. Se trata de un caso paradójico, basado en la Ley de Moisés: ¿de quién será esposa, en la Resurrección, una mujer que tuvo siete maridos sucesivos, todos hermanos entre sí, que murieron uno tras otro?”.
La respuesta de Jesús, afirma el Papa, le permite no caer en la trampa “y responde que los resucitados en el más allá ‘no toman ni mujer ni marido: porque, de hecho, no pueden morir más, porque son iguales a los ángeles y, porque son hijos de la resurrección, son hijos de Dios’ (vv. 35-36)”.
La vida pertenece a Dios
Francisco profundiza afirmando: “Con esta respuesta, Jesús invita en primer lugar a sus interlocutores – y a nosotros también – a pensar que esta dimensión terrena en la que vivimos ahora no es la única, sino que hay otra, ya no sujeta a la muerte, en la que se manifestará plenamente que somos hijos de Dios. Es un gran consuelo y esperanza escuchar esta palabra sencilla y clara de Jesús sobre la vida más allá de la muerte; la necesitamos mucho sobre todo en nuestro tiempo, tan rico en conocimientos sobre el universo, pero tan pobre en sabiduría sobre la vida eterna”.
“Jesús responde que la vida pertenece a Dios, que nos ama y se preocupa tanto por nosotros, hasta el punto de vincular su nombre al nuestro: es “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Dios no es el dios de los muertos, sino de los vivos; porque todos viven por él”. (vv. 37-38).
Vínculo, comunión y fraternidad
El Papa prosigue: “Aquí se revela el misterio de la resurrección, porque se revela el misterio de la vida: la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y vínculos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida si se tiene la presunción de pertenecer sólo a uno mismo y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte”.
Finalizó la reflexión pidiendo “Que la Virgen María nos ayude a vivir cada día en la perspectiva de lo que afirmamos en la parte final del Credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo que vendrá”.