El Papa Francisco ha querido centrar su catequesis de este miércoles en la Audiencia General en el tema de “Misioneros de la esperanza hoy” asegurando que “el cristiano no es un profeta de desgracias. La esencia de su anuncio es lo contrario: es Jesús muerto por amor y que Dios ha resucitado en la mañana de Pascua. Este es el núcleo de la fe cristiana”.
De este modo, ante miles de personas presentes en la Plaza de San Pedro, Francisco agregaba que “si el Evangelio se hubiera acabado con el entierro de Jesús sería la historia de un profeta que se uniría a tantas biografías de personajes heroicos que han ofrecido su vida por un ideal. El Evangelio sería entonces un libro edificante y consolador, pero no tendría un anuncio de esperanza”.
Pero, “el Evangelio – agregó el Santo Padre- no se cierra con el viernes santo, va más allá, y es precisamente ese fragmento posterior el que transforma nuestras vidas”.
Según recoge Aciprensa, El Papa habló de cómo los discípulos de Jesús estaban abatidos aquel sábado santo después de su crucifixión, "aquella piedra rodada sobre la puerta del sepulcro había cerrado, también, los tres años de entusiasmo vividos junto a su Maestro de Nazareth. Parecía que todo se había terminado, y algunos, decepcionados y asustados, estaban ya abandonando Jerusalén”.
“¡Pero Jesús resucita!”, exclamó. “Este acontecimiento inesperado remueve y provoca un vuelo en la mente y en el corazón de los discípulos. Porque Jesús no resucita solo por sí mismo, como si su resurrección fuera una prerrogativa de la cual estar celoso: si asciende al Padre es porque quiere que en su resurrección participe cada ser humano y trascienda a toda criatura”.
En su catequesis, Francisco invitó a anunciar la resurrección de Jesús no sólo con palabras, sino también con hechos y con el testimonio de vida. “Jesús no quiere discípulos que solo sean capaces de repetir fórmulas de memoria. Quiere testimonios, personas que propaguen esperanza con su modo de acoger, de sonreír, de amar. Sobre todo, de amar”.
De este modo, “la misión de los cristianos en este mundo es abrir espacios de salvación, como células capaces de regenerarse y que restituyen la linfa que parecía que se había perdido para siempre”.
“Cuando el cielo se presenta todo nublado, es una bendición que se hable del sol. Del mismo modo, el verdadero cristiano no se lamenta o se enfada, sino que está convencido, por la fuerza de la resurrección, de que ningún mal es infinito, ninguna noche es sin fin, ningún hombre está definitivamente equivocado, ningún odio es invencible ante el amor”.
Francisco reconoció que, efectivamente, “en algunas ocasiones los discípulos pagarán caro esa esperanza entregada a ellos por Jesús. Pensemos en tantos cristianos que no han abandonado a su pueblo cuando han llegado las persecuciones. Pensemos en nuestros hermanos de Oriente Medio que dan testimonio de esperanza, que ofrecen la vida por ese testimonio. Estos son verdaderos cristianos, llevan el cielo en sus corazones. Miran siempre a los demás”.
“Quien ha tenido la gracia de abrazar la resurrección de Jesús puede incluso esperar lo inesperado. Los mártires de todo tiempo, con su fidelidad a Cristo, cuentan que la injusticia no tiene la última palabra en la vida”, finalizó.