El Papa Francisco, en su alocución a los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro para el rezo del Ángelus, este domingo, ha predicado sobre el poder del perdón, y como el ser perdonados nos da la capacidad de perdonar nosotros a quienes nos dañan.
El perdón cristiano, explicó, no niega el agravio sufrido, sino que reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, es siempre mayor que el mal que comete. El bautismo que perdona nuestros pecados ya es un primer paso de perdón.
Es por eso que el Papa pide que, cuando tengamos la tentación de cerrar el corazón a quien nos ha ofendido y nos pide perdón, recordemos las palabras del Padre celestial al siervo despiadado: «Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?».
Una enseñanza que Jesucristo ha dejado plasmada no sólo en la parábola del rey misericordioso, sino también en la oración que Él mismo nos enseñó, el Padrenuestro, en donde - dijo Francisco - puso en relación directa el perdón que le pedimos a Dios con el perdón que damos a nuestros hermanos: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores».
Antes de rezar el Ángelus, el Obispo de Roma pidió a la Madre de Dios, que “conscientes de la gratuidad y la grandeza del perdón recibido de Dios” nos volvamos misericordiosos como Él.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El pasaje del Evangelio de este domingo (Mt 18.21 a 35) nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega el agravio sufrido, sino que reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, es siempre más grande que el mal que comete. San Pedro le pregunta a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? »(V. 21). A Pedro le parece lo máximo perdonar siete veces a una misma persona; y tal vez a nosotros ya nos parece mucho hacerlo dos veces. Pero Jesús responde: «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces» (v. 22), es decir, siempre. Tú debes perdonar siempre. Y confirma esto narrando la parábola del rey misericordioso y el siervo despiadado, en la cual muestra la incoherencia de aquel que fue perdonado antes y que luego se niega a perdonar.
El rey de la parábola es un hombre generoso que, tomado por la compasión, condona una deuda enorme - "diez mil talentos" - , enorme, a un siervo que le suplica. Pero ese mismo siervo, tan pronto como se encuentra con otro siervo que le debía cien denarios - es decir, mucho menos -, actúa sin piedad, haciéndolo aprisionar. La actitud incoherente de este siervo es también la nuestra cuando rechazamos el perdón a nuestros hermanos. Mientras que el rey de la parábola es la imagen de Dios que nos ama de un amor rico de misericordia tanto como para acogernos, amarnos y perdonarnos continuamente.
Desde nuestro Bautismo, Dios nos ha perdonado, condonándonos una deuda insoluble: el pecado original. Eso la primera vez. Luego, con una misericordia sin límites, Él nos perdona todas las culpas tan pronto como mostramos sólo un pequeño signo de arrepentimiento. Dios es así: misericordioso. Cuando tenemos la tentación de cerrar el corazón a quien nos ha ofendido y nos pide perdón, recordemos las palabras del Padre celestial al siervo despiadado: «Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?» (Versículos 32-33). Quien sea que haya experimentado la alegría, la paz y la libertad interior que viene del ser perdonado puede abrirse a la posibilidad de perdonar a su vez.
En la oración del Padrenuestro, Jesús quiso incluir la misma enseñanza de esta parábola. Puso en relación directa el perdón que le pedimos a Dios con el perdón que debemos conceder a nuestros hermanos, «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12). El perdón de Dios es el signo de su abrumador amor por cada uno de nosotros; es el amor que nos deja libres de alejarnos, como el hijo pródigo, pero que espera nuestro regreso todos los días; es el amor emprendedor del pastor por la oveja perdida; es la ternura que recibe a cada pecador que llama a su puerta. El Padre Celestial, nuestro Padre, está lleno, lleno de amor y quiere ofrecérnoslo, pero no puede hacerlo si cerramos nuestro corazón al amor por los demás.
Que la Virgen María nos ayude a ser cada vez más conscientes de la gratuidad y la grandeza del perdón recibido de Dios, para volvernos misericordiosos como Él, Padre bueno, lento para la ira y grande en amor. Ángelus domini...
Queridos hermanos y hermanas: Saludo con afecto a todos ustedes, romanos y peregrinos provenientes de diferentes países: familias, grupos parroquiales, asociaciones. Saludo a los fieles de La Plata (Argentina), a los oficiales de la Escuela Militar de Colombia y a los catequistas de Rho. Saludo también a los participantes en la carrera de Via Pacis, que ha pasado por lugares de culto de las diversas confesiones religiosas presentes en Roma. Deseo que esta iniciativa cultural y deportiva pueda fomentar el diálogo, la convivencia y la paz.
Un saludo a los numerosos jóvenes que vinieron de Loreto, acompañados por los frailes franciscanos capuchinos. ¡Nos traen el "perfume" del Santuario de la Santa Casa, gracias! Así como a los voluntarios de Pro Loco y los caminantes que comienzan hoy la peregrinación hasta Asís. ¡Buen camino! Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Traducción del italiano por Radio Vaticano)