La Semana Santa comenzó en el Vaticano con la Basílica de San Pedro vacía, ofreciendo unas imágenes insólitas en un Domingo de Ramos por la ausencia de fieles e incluso de bancos y por la distancia que mantenían los pocos que pudieron estar presentes en la misa, e incluso quienes la servían.
Tras la bendición de las palmas dio comienzo la misa, durante la cual, según es propio de la fecha, se leyó el relato de la Pasión según San Mateo.
En la homilía, Francisco explicó que la Semana Santa es un tiempo en el que Jesús se nos aparece como "siervo": "Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero... ¿Cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio... Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor".
Además el Señor quiso experimentar "las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono".
La traición, con el discípulo que lo vendió (Judas Iscariote), el discípulo que lo negó (Pedro), "la institución religiosa que lo condenó injustamente" (el sanedrín) y "la institución política que se lavó las manos" (Poncio Pilato, representante del poder romano). La traición nos duele "porque nacimos para amar y ser amados", así que "no podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor".
Ese dolor de Cristo en la traición debe servir para examinarnos nosotros "interiormente": "Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos". Pero Él cargó sobre sí nuestra propia infidelidad para que, "en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado" y seguir adelante.
Jesús también fue abandonado, por los suyos y según gritó en la Cruz antes de expirar, por el Padre, aunque Francisco explicó el sentido de ese "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46): "Son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales".
"¿Y todo esto para qué?", continuó el Papa: "Una vez más, por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos".
También ante "el drama de la pandemia" esa certeza nos consuela. Por eso Francisco concluyó la homilía con una referencia a la situación creada por el coronavirus: "¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando en este tiempo nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve... Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer".
Como hacen "los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás".
"Sentíos llamados a jugaros la vida", le dijo el Papa a los jóvenes, dado que desde hace 35 años se celebra en este día la Jornada Mundial de la Juventud: "No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor... como hizo Jesús por nosotros".