“Ven Espíritu de Dios. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas”, lo dijo el Papa Francisco en la Santa Misa, en la Solemnidad de Pentecostés, celebrada en la Plaza de San Pedro, tal y como informa Renato Martinez, de Radio Vaticana.
Con esta celebración, señaló el Papa, concluye el tiempo de Pascua, estos cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu Santo. “Él es, en efecto –precisó el Pontífice– el Don pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas”. Las lecturas que la liturgia presenta este Domingo de Pentecostés, puntualizó el Santo Padre, nos presentan dos novedades: en la primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo; en el Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo.
En el día de Pentecostés –afirmó el Papa – el Espíritu bajó del cielo en forma de lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. De este modo, “la Palabra de Dios describe la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad”. En otras palabras, explicó el Pontífice, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal.
Es la misma acción del Paráclito, dijo el Papa Francisco, el que en primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. Y al mismo tiempo, agregó el Pontífice, es el mismo Espíritu quien realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía. De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.
“Para que esto se realice –subrayó el Sucesor de Pedro– es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes: la primera es buscar la diversidad sin unidad y la segunda es la de buscar la unidad sin diversidad”. Por ello, nuestra oración al Espíritu Santo –alentó el Papa– consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, y también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra.
Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, les da el Espíritu de perdón. “El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, precisó el Pontífice, este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón”. Porque el perdón –explicó el Papa– es el don por excelencia, es el amor más grande, el que nos mantiene unidos a pesar de todo, es el perdón el que libera el corazón y le permite recomenzar.
“El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías –alentó el Papa–. El Espíritu nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están”. Por ello, dijo, pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad.