El Papa Francisco ha proseguido este miércoles durante la Audiencia General con sus catequesis sobre la vejez, centrándose en esta ocasión en el libro de Job y profundizando en “la prueba de la fe” y “la bendición de la espera”.
A Job –afirmó el Papa- “lo encontramos como testigo de la fe que no acepta una ‘caricatura’ de Dios, sino que grita su protesta frente al mal, para que Dios responda y revele su rostro. Y Dios al final responde, como siempre de forma sorprendente: muestra a Job su gloria pero sin aplastarlo, es más, con soberana ternura, como hace Dios, siempre, con ternura”.
Francisco se refirió a los amigos de Job que al principio acudieron a consolarle, pero que terminaron juzgándole “con sus esquema preconcebidos”. Por ello, el Santo Padre exclamó: “¡Dios nos guarde de este pietismo hipócrita y presuntuoso! Dios nos guarde de esa religiosidad moralista y de esa religiosidad de preceptos que nos da una cierta presunción y lleva al fariseísmo y a la hipocresía”.
“El punto de inflexión de la conversión de la fe se produce precisamente en el culmen del desahogo de Job, donde dice: ‘Yo sé que vive mi redentor, que se alzará el último sobre el polvo, que después que me dejen sin piel, ya sin carne, veré a Dios. Sí, seré yo quien lo veré, mis ojos lo verán, que no un extraño’ (19,25-27). Este pasaje es bellísimo”, agregó el Papa.
En este sentido, Francisco explicó que la parábola del libro de Job representa de “forma dramática y ejemplar” lo que sucede realmente en la vida. En este mundo hay personas, familias, pueblos sobre los que se abaten –señaló el Pontífice- “pruebas demasiado pesadas, pruebas desproporcionadas respecto a la pequeñez y fragilidad humana”.
“Todos hemos conocido personas así. Nos ha impresionado su grito, pero a menudo nos hemos quedado también admirados frente a la firmeza de su fe y de su amor en su silencio. Pienso en los padres de niños con graves discapacidades, o en quien vive una enfermedad permanente o al familiar que está al lado… Situaciones a menudo agravadas por la escasez de recursos económicos. En ciertas coyunturas de la historia, este cúmulo de pesos parecen darse como una cita colectiva”, relató durante su catequesis.
De este modo, se preguntó: “¿podemos justificar estos “excesos” como una racionalidad superior de la naturaleza y de la historia? ¿Podemos bendecirlos religiosamente como respuesta justificada a las culpas de las víctimas, que se lo han merecido? No, no podemos. Existe una especie de derecho de la víctima a la protesta, en relación con el misterio del mal, derecho que Dios concede a cualquiera, es más, que Él mismo, después de todo, inspira”.
“Si tú tienes en el corazón alguna llaga, algún dolor y quieres protestar, protesta también contra Dios, Dios te escucha, Dios es Padre, Dios no se asusta de nuestra oración de protesta, ¡no! Dios entiende. Pero sé libre, sé libre en tu oración, ¡no encarceles tu oración en los esquemas preconcebidos! La oración debe ser así, espontánea, como esa de un hijo con el padre, que le dice todo lo que le viene a la boca porque sabe que el padre lo entiende. El “silencio” de Dios, en el primer momento del drama, significa esto. Dios no va a rehuir la confrontación, pero al principio deja a Job el desahogo de su protesta, y Dios escucha”, concluyó.