“Jesús transfigurado en el monte Tabor quiso mostrar su gloria a sus discípulos, no para evitarles el pasar a través de la cruz sino para indicarles a dónde lleva la cruz”, explicó Francisco este domingo antes de recitar el Angelus en la Plaza de San Pedro.
La luminosidad que caracteriza este evento extraordinario simboliza el objetivo, continuó: “Iluminar las mentes y los corazones de sus discípulos para que puedan comprender claramente quién es el Maestro. Es un destello de luz que se abre de improviso sobre el misterio de Jesús e ilumina toda su persona y toda su acción”.
Camino a Jerusalén, donde sufrirá la condena a muerte por crucifixión, “Jesús quiere preparar a los suyos a este escándalo demasiado fuerte para su fe y al mismo tiempo anunciar su resurrección, manifestándose como el Mesías, el Hijo de Dios”.
En efecto, aclaró Francisco, Jesús se estaba manifestando como un Mesías distinto respecto a las expectativas: no como un rey potente y glorioso sino como un servidor desarmado, un hombre pobre, célibe y sin casa: “Pero es precisamente a través de la cruz como Jesús alcanzará la gloriosa resurrección. Quien muere con Cristo, con Cristo resurgirá. Quien lucha junto a Él, con Él triunfará”.
“En este tiempo de Cuaresma contemplamos la cruz con devoción para comprender cada vez mejor la gravedad del pecado y el valor del sacrificio con el que el Redentor nos ha salvado... Es símbolo de la fe cristiana, el símbolo de Jesús, muerto y resucitado por nosotros. La cruz cristiana no es un utensilio de la casa o un adorno para llevar, sino un recordatorio del amor con que Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado”, concluyó.