Francisco ha escrito una carta a su clero, los sacerdotes de la diócesis de Roma, fechada en Lisboa el pasado sábado día 5, memoria de la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor.
La misiva, "de acompañamiento y de amistad", en la que les muestra su agradecimiento, quiere sostener a los sacerdotes en su ministerio, precisamente en estos días de verano en los que pueden descansar un poco "tras las fatigas pastorales de los meses pasados". Les recuerda, en cualquier caso, que "nuestro ministerio sacerdotal no se mide por los éxitos pastorales", ni por "el frenesí de las actividades", sino por "permanecer en el Señor para dar fruto".
La mundanidad espiritual
El núcleo del texto es "la lucha contra la mundanidad espiritual", que es "peligrosa porque es una forma de vivir que reduce la espiritualidad a la apariencia", dice el Papa: "Nos lleva a ser hombres revestidos de formas sagradas que en realidad continúan pensando y actuando según las modas del mundo. Esto nos sucede cuando nos dejamos deslumbrar por las seducciones de lo efímero, de la mediocridad y de la cotidianiedad, de las tentaciones del poder y de la influencia social. Y también por la vanagloria y el narcisismo, por las intransigencias doctrinales y los esteticismos litúrgicos... ¿Cómo no reconocer en todo eso una versión actualizada de ese formalismo hipócrita que Jesús veía en ciertas autoridades religiosas de aquel tiempo y que le hizo sufrir más que cualquier otra cosa durante su vida pública?".
La mundanidad espiritual, insiste Francisco, "se esconde detrás de buenas apariencias", y si la reconocemos y la alejamos de nosotros, "antes o después se vuelve a presentar, disfrazada de otro modo". Por lo cual pide "vigilancia interior" y "alimentar en nosotros el fuego purificador del Espíritu".
Clericalismo
El Papa se detiene durante buena parte de su carta en "un aspecto de esa mundanidad" que, "cuando entra en el corazón de los pastores" (aunque luego lo extiende a "laicos y operadores pastorales" de espíritu "pretencioso" o "arrogante"), "asume una forma específica, la del clericalismo".
Sucede "cuando nos presentamos ante la gente como seres superiores, privilegiados, colocados 'en lo alto' y por tanto separados del resto del Pueblo santo de Dios", y viviendo la autoridad "en las diversas formas del poder, sin humildad, sino con actitudes distantes y altivas".
Este servirnos "a nosotros mismos y a nuestros intereses, rodeándonos de una vida cómoda y confortable", este "cuidar nuestra imagen e incrementar el éxito" hace que "se pierda el espíritu sacerdotal, el celo por el servicio, el anhelo de atender al pueblo", y que "la preocupación se concentre en el yo: el propio sustento, las propias necesidades, las alabanzas recibidas para uno mismo y no para la gloria de Dios".
Todo esto hace el clericalsimo porque "pierde el espíritu de alabanza, el sentido de la gracia, el asombro por la gratuidad con la que Dios ama, esa confiada simplicidad del corazón que nos hace tender las manos al Señor, esperando de Él el alimento en el tiempo oportuno, en la conciencia de que sin Él nada podemos hacer".
El antídoto
"Solo cuando vivimos en esa gratuidad podemos vivir el ministerio y las relaciones pastorales en el espíritu de servicio", dice Francisco. Por eso "el antídoto cotidiano contra la mundanidad y el clericalismo es contemplar a Jesús crucificado, fijar la mirada todos los días sobre Él, que se despojó de Sí mismo y se humilló por nosotros hasta la muerte": "Contemplando las llagas de Jesús, viéndole humillado, aprendemos que estamos llamados a ofrecernos a nosotros mismos, a compartir el camino con quien está fatigado y oprimido. Ése es el espíritu sacerdotal: ser siervos del Pueblo de Dios y no sus amos, lavar los pies a los hermanos y no machacarlos bajo nuestros pies".
Vigilemos, pues, el clericalismo, concluyó el Papa, y describió los síntomas: "La pérdida del espíritu de alabanza y de la gratuidad gozosa, mientras el diablo se insinúa alimentando las quejas, la negatividad y la insatisfacción crónica por lo que no funciona, con la ironía convertida en cinismo". Pidámosle pues al Espíritu no caer, "ni en la vida personal ni en la acción pastoral, en esa apariencia religiosa llena de tantas cosas pero vacía de Dios, para no ser funcionarios de lo sagrado, sino apasionados anunciadores del Evangelio".