En la audiencia de los miércoles que se ha llevado a cabo en el Aula Pablo VI el Papa Francisco reflexionado sobre “rezar a Dios por los vivos y por los muertos” y ha cerrado así la serie de catequesis sobre la misericordia.
Según recoge Zenit, en el resumen de la catequesis que el Pontífice hace en español, el Santo Padre ha explicado que concluimos este ciclo de catequesis reflexionando sobre dos obras de misericordia: una espiritual que pide rogar a Dios por vivos y difuntos, y otra corporal que invita a enterrar a los muertos.
Para los cristianos, ha observado Francisco, la sepultura es un acto de piedad y de fe, pues esperamos en “la resurrección de la carne”. De este modo, ha señalado que durante la eucaristía “confiamos a los difuntos a la misericordia de Dios con un recuerdo sencillo pero lleno de significado”. Rezamos –ha asegurado– para que estén con Él en el paraíso y con la esperanza de que un día también nosotros nos encontremos con ellos en ese misterio de amor que, si bien no comprendemos plenamente, sabemos que es verdad porque Jesús nos lo ha prometido.
Asimismo, el Santo Padre ha reconocido que este recuerdo de rogar por los difuntos está unido también al de rogar por los vivos, “que junto con nosotros cada día enfrentan las dificultades de la vida”. El Papa ha subrayado que todos, vivos y difuntos, “estamos en comunión”. En esa comunidad “de quienes han recibido el bautismo, se han nutrido del Cuerpo de Cristo y hacen parte de la gran familia de Dios”, ha afirmado.
A continuación, Francisco ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. De este modo, les ha invitado a rezar unos por otros “para que las obras de misericordia corporales y espirituales se conviertan cada vez más en el estilo de nuestra vida”.
Hoy, el Santo Padre ha dirigido dos llamamientos al final de la audiencia. Uno con ocasión de la Jornada Mundial contra el SIDA que se celebra este jueves y otro por la Conferencia internacional sobre la protección del patrimonio en las zonas en conflicto que se celebra en Abu Dhabi del 2 al 3 de diciembre.
Es así como Francisco ha recordado que millones de personas conviven que la enfermedad del SIDA y solo la mitad de ellos tienen acceso a las terapias. Por eso ha invitado a rezar por ellos y por sus seres queridos y promover la solidaridad para que también “lo más pobres” se puedan beneficiar de “diagnósticos y cuidados adecuados”. De aquí su llamamiento para que “todos adopten comportamientos responsables para prevenir una ulterior difusión de esta enfermedad”.
Por otro lado, ha explicado que por iniciativa de Francia y de los Emiratos Árabes Unidos, con colaboración de la UNESCO, se celebrará en Abu Dhabi, del 2 al 3 de diciembre, una Conferencia internacional sobre protección del patrimonio en las zonas en conflicto. Un tema que “es actual lamentablemente”, ha observado el Papa. Por ello “en la convicción de que la tutela de las riquezas culturales constituye una dimensión esencial de la defensa del ser humano”, el Santo Padre ha deseado que este evento “marque una nueva etapa en el proceso de actuación de los derechos humanos”.
Después de los saludos en las distintas lenguas, el Pontífice ha dirigido, como es habitual, un saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Así, ha recordado que hoy se celebra la fiesta del apóstol Andrés, hermano de san Pedro. Es por ello que el Papa ha pedido a los jóvenes que su carrera hacia el sepulcro del Señor, les recuerde “que nuestra vida es una peregrinación hacia la Casa del Padre”. Por otro lado, a los enfermos les ha pedido que “su fuerza en el afrontar en el martirio” les sostenga cuando “el sufrimiento parece insoportable”. Y finalmente ha deseado para los recién casados que “su apasionado seguimiento al Salvador” les lleve a comprender la importancia del amor en su nueva familia.
También ha aprovechado la ocasión para dedicar unas palabras y felicitar al patriarca Bartolomé y la Iglesia de Constantinopla, que celebra hoy a su patrón, San Andrés.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado a la misericordia. Pero la misericordia debe continuar, ¡eh!, las catequesis terminan. Agradezcamos al Señor por todo esto y conservémoslo en el corazón como consolación y fortaleza.
La última obra de misericordia espiritual pide rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. A esta podemos unir también la última obra de misericordia corporal que invita a enterrar a los muertos.
Puede parecer una petición extraña esta última; en cambio, en algunas zonas del mundo que viven bajo el flagelo de la guerra, con bombardeos de día y de noche siembran temor y víctimas inocentes, esta obra es tristemente actual.
La Biblia tiene un hermoso ejemplo al respecto: aquel del viejo Tobías, quien, arriesgando su propia vida, sepultaba a los muertos no obstante la prohibición del rey (Cfr. Tob 1,1719; 2,2-4). También hoy existen algunos que arriesgan la vida para dar sepultura a las pobres víctimas de las guerras. Por lo tanto, esta obra de misericordia corporal no es ajena a nuestra existencia cotidiana. Y nos hace pensar a lo que sucede el Viernes Santo, cuando la Virgen María, con Juan y algunas mujeres estaban ante la cruz de Jesús.
Después de su muerte, fue José de Arimatea, un hombre rico, miembro del Sanedrín pero convertido en discípulo de Jesús, y ofreció para él un sepulcro nuevo, escavado en la roca. Fue personalmente donde Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús: una verdadera obra de misericordia hecha con gran valentía (Cfr. Mt 27,57-60). Para los cristianos, la sepultura es un acto de piedad, pero también un acto de gran fe.
Depositamos en la tumba el cuerpo de nuestros seres queridos, con la esperanza de su resurrección (Cfr. 1 Cor 15,1-34). Es este un rito que perdura muy fuerte y apreciado en nuestro pueblo, y que encuentra repercusiones especiales en este mes de noviembre dedicado en particular al recuerdo y a la oración por los difuntos.
Rogar por los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio que nos han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor por habérnoslos donado y por su amor y su amistad. La Iglesia ruega por los difuntos en modo particular durante la Santa Misa. Dice el sacerdote: «Acuérdate también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano).
Un recuerdo simple, eficaz, lleno de significado, porque encomienda a nuestros seres queridos a la misericordia de Dios. Oremos con esperanza cristiana que estén con Él en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos en ese misterio de amor que no comprendemos, pero que sabemos que es verdad porque es una promesa que Jesús ha hecho.
Todos resucitaremos y todos permaneceremos por siempre con Jesús, con Él.
El recuerdo de los fieles difuntos no debe hacernos olvidar también de rogar por los vivos, que junto a nosotros cada día enfrentan las pruebas de la vida. La necesidad de esta oración es todavía más evidente si la ponemos a la luz de la profesión de fe que dice: «Creo en la comunión de los santos».
Es el misterio que expresa la belleza de la misericordia que Jesús nos ha revelado. La comunión de los santos, de hecho, indica que todos estamos inmersos en la vida de Dios y vivimos en su amor. Todos, vivos y difuntos, estamos en la comunión, es decir, unidos todos, ¿no?, como una unión; unidos en la comunidad de cuantos han recibido el Bautismo, y de aquellos que se han nutrido del Cuerpo de Cristo y forman parte de la gran familia de Dios. Todos somos de la misma familia, unidos. Y por esto oramos los unos por los otros.
¡Cuántos modos diversos existen para orar por nuestro prójimo! Son todos válidos y aceptados por Dios si son hechos con el corazón. Pienso en modo particular en las mamás y en los papás que bendicen a sus hijos en la mañana y en la noche – todavía existe esta costumbre en algunas familias, bendecir al hijo es una oración; pienso en la oración por las personas enfermas, cuando vamos a visitarlos y oramos por ellos; en la intercesión silenciosa, a veces con las lágrimas, en tantas situaciones difíciles, orar por estas situaciones difíciles.
Ayer ha venido a Misa en Santa Marta un buen hombre, un empresario. Pero debía cerrar su fábrica porque no podía y lloraba este hombre, joven, lloraba y decía: “Yo no puedo dejar sin trabajo a más de 50 familias. Yo podría declarar la bancarrota de la empresa, yo me voy a casa con mi dinero, pero mi corazón llorará toda la vida por estas 50 familias”.
¡Este es un buen cristiano! Ora con las obras, ora: ha venido a misa a orar para que el Señor le dé una salida, no solo para él, él lo tenía: el fracaso. No, no por él: por las 50 familias. Este es un hombre que sabe orar, con el corazón y con los hechos, sabe orar por el prójimo. Es una situación difícil. Y no busca la vía de salida más fácil: “Que ellos vean”, no.
Este es un cristiano. Me ha hecho mucho bien escucharlo, mucho bien. Y tal vez existen muchos así, hoy, en este momento en el cual tanta gente sufre por la falta de trabajo; pienso también en el agradecimiento por una bella noticia que se refiere a un amigo, un pariente, un compañero… “ìGracias, Señor, por esta cosa bella!, también esto es orar por los demás, así. Agradecer al Señor cuando las cosas son hermosas. A veces, como dice San Pablo, «no sabemos orar como es debido; pero es el Espíritu que intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8,26). Es el Espíritu que ora dentro de nosotros.
Abramos, pues, nuestro corazón, de modo que el Espíritu Santo, escrutando los deseos que están en lo más profundo, los pueda purificar y llevar a cumplimiento. De todos modos, por nosotros y por los demás, pidamos siempre que se haga la voluntad de Dios, como en el Padre Nuestro, porque su voluntad es seguramente el bien más grande, el bien de un Padre que no nos abandona jamás: orar y dejar que el Espíritu Santo ore por nosotros.
Y esto es bello en la vida: ora agradeciendo, alabando a Dios, pidiendo algo, llorando cuando hay alguna dificultad, como aquel hombre, muchas cosas. Pero siempre el corazón abierto al Espíritu porque ora por nosotros, con nosotros y por nosotros.
Concluyendo estas catequesis sobre la misericordia, comprometámonos a orar los unos por los otros para que las obras de misericordia corporales y espirituales se conviertan siempre más en el estilo de nuestra vida. Las catequesis, como he dicho al inicio, terminan aquí. Hemos hecho el recorrido de las 14 obras de misericordia, pero la misericordia continua y debemos ejercitarla en estos 14 modos. Gracias.
(Traducción del italiano por Renato Martinez para Radio Vaticano)