Este sábado tuvo lugar la última audiencia jubilar del Año de la Misericordia, eventos semanales en la Plaza de San Pedro programados por el Papa durante el Jubileo. Como es habitual, el recorrido de Francisco en papamóvil fue saludado con entusiasmo por los miles de personas presentes.
El Papa pidió que en este día se meditase en particular en “la inclusión, que refleja el actuar de Dios, que no excluye a nadie de su designio amoroso de salvación, sino llama a todos”. Esta es la invitación que hace Jesús en el Evangelio de San Mateo que se leyó al inicio de la audiencia, según recordó el Papa: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados”. Por tanto, continuó, "nadie está excluido de esta llamada, porque la misión de Jesús es revelar a cada persona el amor del Padre”.
Por otro lado, según recoge Rocío Lancho en Zenit, precisó que, por el sacramento del bautismo, “nos convertimos en hijos de Dios y en miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia”. Por eso, como cristianos, “estamos invitados a hacer nuestro este criterio de la misericordia, con el que tratamos de incluir en nuestra vida a todos, acogiéndolos y amándolos como los ama Dios”. Así evitamos encerrarnos en nosotros mismos y en nuestras propias seguridades, subrayó.
Finalmente, el Santo Padre recordó que en Evangelio nos impulsa a reconocer en la historia de la humanidad “el designio de una gran obra de inclusión” que, respetando la libertad de cada uno, “llama a todos a formar una única familia de hermanos y hermanas, y a ser miembros de la Iglesia, cuerpo de Cristo”.
A continuación, el Papa saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española, y pidió que el Señor Jesús, que a todos acoge con sus brazos abiertos en la cruz, “nos ayude a crecer como hermanos en su amor y a ser instrumentos de la misericordia y ternura del Padre”.
Para concluir, el Papa saludó a los voluntarios del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, procedentes de distintos países. Les dio las gracias “por el precioso servicio prestado para que los peregrinos pudieran vivir bien esta experiencia de fe”. Asimismo, les aseguró que a lo largo de estos meses ha notado su “discreta presencia en la plaza con el logo del Jubileo”. El Papa ha reconocido sentirse “admirado por la dedicación, la paciencia y el entusiasmo” con el que han realizado este trabajo.
Finalmente dedicó, como siempre, un saludo particular a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Recordó que ayer se recordó la memoria de San Martín de Tours, patrón de los mendicantes, de quien este año se celebra el XVII centenario de su nacimiento. Por eso, pidió a los jóvenes, especialmente a los estudiantes Erasmus de Europa, que el ejemplo del santo les suscite “el deseo de cumplir los gestos de concreta solidaridad”. Y deseó para los enfermos que la confianza en Cristo de San Martín les “apoye en las pruebas de la enfermedad”. Para los recién casados pidió que “la rectitud moral” les recuerde “la importancia de los valores en la educación de los hijos”.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta última audiencia jubilar del sábado, quisiera presentar un aspecto importante de la misericordia: la inclusión. Dios, de hecho, en su diseño de amor, no quiere excluir a nadie, sino que quiere incluir a todos. Por ejemplo, mediante el bautismo, nos hace sus hijos en Cristo, miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Y nosotros, cristianos, estamos invitados a usar el mismo criterio: la misericordia es ese modo de actuar, ese estilo, con el que buscamos incluir en nuestra vida a los otros, evitando cerrarnos en nosotros mismos y en nuestras seguridades egoístas.
En el pasaje del Evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, Jesús dirige una invitación realmente universal: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré” (11,28). Nadie está excluido a este llamamiento, porque la misión de Jesús es la de revelar a todas las personas el amor del Padre. A nosotros nos corresponde abrir el corazón, fiarnos de Jesús y acoger este mensaje de amor, que nos hace entrar en el misterio de la salvación.
Este aspecto de la misericordia, la inclusión, se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir; sin clasificar a los otros en base a la condición social, a la lengua, a la raza, a la cultura, a la religión: delante de nosotros hay solamente una persona a la que amar como la ama a Dios.
El que encuentro en mi trabajo, en mi barrio, es una persona a la que amar como lo hace Dios. ‘Pero este es de ese país, de ese otro país, de esta religión, de esta otra…’ Es una persona que Dios ama y yo debo amarla. Esto es incluir, esto es la inclusión.
¡Cuántas personas cansadas y oprimidas encontramos también hoy! Por el camino, en las oficinas públicas, en los ambulatorio médicos… La mirada de Jesús se apoya en cada uno de esos rostros, también a través de nuestros ojos. ¿Y nuestro corazón cómo es? ¿Es misericordioso? ¿Y nuestro modo de pensar y de actuar, es inclusivo? El Evangelio nos llama a reconocer en la historia de la humanidad el diseño de una gran obra de inclusión, que, respetando plenamente la libertad de cada persona, de cada comunidad, de cada pueblo, llama a todos a formar una familia de hermanos y hermanas, en la justicia, en la solidaridad y en la paz, y a formar parte de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo.
¡Cómo son verdaderas las palabras de Jesús que invita a los que están cansados y agobiados a ir a Él para encontrar descanso! Sus brazos abiertos en la Cruz demuestran que nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Ni siquiera el pecador más grande. Nadie. Todos somos incluidos en su amor y en su misericordia. La expresión más inmediata con la que nos sentimos acogidos e incluidos en Él es la del perdón. Todos necesitamos ser perdonados por Dios. Y todos necesitamos encontrar hermanos y hermanas que nos ayuden a ir a Jesús, a abrirnos al don que nos ha hecho en la Cruz. ¡No nos obstaculicemos! ¡Nadie excluido! Es más, con humildad y sencillez hagámonos instrumentos de la misericordia inclusiva del Padre. La santa madre Iglesia extiende en el mundo el gran abrazo del Cristo muerto y resucitado. También esta plaza, con su columnata, expresa este abrazo. Dejémonos implicar en este movimiento de inclusión de los otros, para ser testigos de la misericordia con la que Dios ha acogido y acoge a cada uno de nosotros.