Las actividades por la festividad de la Inmaculada Concepción empezaron para el Papa pronto, poco antes de las 6.15 de la mañana del miércoles, cuando Francisco acudió a la Plaza de España de Roma, ante la embajada española para la Santa Sede, donde se encuentra la columna dedicada a la Virgen.
Como en 2021, y de nuevo debido al coronavirus, la decisión de acudir prácticamente sólo y antes de salir el sol buscaba evitar actos con aglomeración de público.
Colocó un cesto con rosas blancas a los pies de la columna y rezó para pedirle a la Inmaculada,“ el milagro de la curación para los enfermos; de la recuperación para los pueblos que sufren gravemente por las guerras y la crisis climática; y de la conversión, para que derrita el corazón de piedra de los que construyen muros para mantener lejos el dolor ajeno”.
Después, según explicó el servicio de prensa vaticano, a las 6.20 el Papa llegó al templo de Santa María la Mayor, donde volvió a recogerse en oración delante del icono de Maria Salus Populi Romani (Salud/Salvación del Pueblo Romano). Poco después de las siete regresó al Vaticano.
A las 10 de la mañana esperaban miles de personas pese a la lluvia en la plaza de San Pedro para escucharle en la oración del Angelus.
Francisco recordó "la perfección" de María, que al estar "llena de gracia" está también "vacía de mal".
Humildad y cambios, desde lo pequeño
También recordó que el saludo del ángel inquietó a María. "No se siente halagada, sino que se turba; en vez de sentir placer, siente asombro. El saludo del ángel le parece demasiado grande para ella. ¿Por qué? Porque ella se siente pequeña por dentro. Y esa pequeñez, esa humildad, atrae la mirada de Dios. Dentro de los muros de la casa de Nazaret vemos así un rasgo maravilloso del corazón de María: cuando recibe el más alto de los cumplidos, se turba, porque siente que le atribuyen cosas que ella no se atribuía a sí misma. En efecto, María no se atribuye prerrogativas, no reivindica nada, no reconoce ningún mérito a sí misma. No se autocomplace, no se exalta. Porque, en su humildad, sabe que todo lo recibe de Dios. Por eso es libre de sí misma, completamente orientada a Dios y a los demás. María Inmaculada no tiene ojos para sí misma. Ésta es la verdadera humildad: no tener ojos para uno mismo, sino para Dios y para los demás”.
Antes de las 7 de la mañana el Papa rezaba ante la Virgen Salus Populi Romani en Santa María la Mayor
Con el anuncio del ángel, "entre las pobres paredes de una pequeña casa, Dios cambió la historia". Hoy también quiere hacer grandes cosas con nosotros en la vida cotidiana: en la familia, en el trabajo, en los ambientes de todos los días. Allí, más que en los grandes acontecimientos de la historia, la gracia de Dios ama obrar. Pero me pregunto - continuó Francisco - ¿estamos convencidos de eso? ¿O pensamos que la santidad es una utopía, algo para gente especial, una ilusión piadosa incompatible con la vida ordinaria?"
La santidad no son estampitas y estatuitas
Francisco animó a pedir a la Virgen "que nos libere de la idea engañosa de que una cosa es el Evangelio y otra la vida; que nos encienda de entusiasmo por el ideal de la santidad, que no es una cuestión de estampitas y estatuitas, sino de vivir cada día lo que nos sucede con humildad y alegría, libres de nosotros mismos, con la mirada puesta en Dios y en el prójimo que tenemos al lado. No nos desanimemos: ¡el Señor nos ha dado a todos una buena tela para tejer la santidad en la vida cotidiana! Y cuando nos asalte la duda de no ser capaces, la tristeza por ser inadecuados, dejémonos mirar por los 'ojos misericordiosos' de la Virgen, ¡porque nadie que haya pedido su ayuda ha sido jamás abandonado! ".
Recordando a los migrantes: "miremos sus ojos, sus niños"
Después de rezar el Ángelus, habló sobre su viaje a Chipre y Grecia y dijo entre otras cosas: "Mi querido hermano ortodoxo Crisóstomo me conmovió cuando me habló de la Madre Iglesia. Como cristianos seguimos caminos diferentes, pero somos hijos de la Iglesia de Jesús, que es Madre y nos acompaña, nos protege, nos hace caminar, todos hermanos. Mi deseo para Chipre es que sea siempre un laboratorio de fraternidad, donde el encuentro prevalezca sobre el enfrentamiento, donde se acoja al hermano, sobre todo cuando es pobre, descartado o migrante”.
“Repito que frente a las historias, frente a los rostros de los que emigran, no podemos callar, no podemos mirar hacia otra parte. En Chipre, como en Lesbos, pude ver en los ojos este sufrimiento: por favor, miremos a los ojos a las personas descartadas que encontramos, dejémonos provocar por los rostros de los niños, hijos de los migrantes desesperados. Dejémonos conmover por su sufrimiento para reaccionar a nuestra indiferencia; ¡Miremos sus rostros, para despertar del sueño de la costumbre!".