"Habiendo recibido el parecer del Dicasterio para la Causa de los Santos, con nuestra autoridad apostólica, concedemos que Juan Pablo I sea llamado en adelante beato". Con estas palabras, el Papa Francisco daba por concluida en el Vaticano la beatificación del conocido como "Papa de la sonrisa", Albino Luciani, que reinó durante 33 días hasta su repentino fallecimiento el 28 de septiembre de 1978. Su festividad tendrá lugar el 26 de agosto.
Pese a que el comienzo de la celebración estuvo marcada por la lluvia, esta no impidió la asistencia de miles de fieles y prosiguió con la presentación de una gran imagen del nuevo beato colocada en el gran pórtico de la basílica de San Pedro.
Segundos después de que que se desvelase la imagen, fue presentada e inciensada la reliquia del nuevo beato, un texto escrito por el mismo Juan Pablo I con el programa de las catequesis que ofrecería el 13 -sobre la fe-, el 20 -sobre la esperanza- y el 27 -su última enseñanza, sobre la caridad- de septiembre de 1978.
Tras el agradecimiento al Papa Francisco del obispo de Belluno-Feltre, Renato Marangoni, y el postulador de la causa, el cardenal Beniamino Stella, continuó la celebración de la Santa Misa con la lectura del Evangelio que relata el camino de Jesús a Jerusalén rodeado por una multitud de discípulos y seguidores.
Juan Pablo I, "un amor que se da hasta el extremo"
A todos ellos, mencionó Francisco, Jesús les dirigió un discurso muy exigente, ya que "los que no le amen más que a sus seres queridos, el que no cargue con su cruz o el que no renuncie a todo lo que posee, no pueden ser discípulos suyos".
Siguiendo la vida de Juan Pablo I -y especialmente su última catequesis-, Francisco contrapuso a ella "las razones mundanas" que pueden llevarnos a seguir a Jesús, ya que "detrás de una perfecta apariencia religiosa se puede esconder la búsqueda del prestigio personal, del deseo de tener una posición, las cosas bajo control o el ansia de conseguir privilegios".
"Si alguno le sigue con estos intereses personales, se ha equivocado de camino", sentenció Francisco: "El Señor quiere otra actitud, seguirlo no significa participar de un desfile triunfal, significa cargar la cruz, tomar con Él las propias cargas y las de los demás y hacer de la vida un don, de gastarla imitando el amor misericordioso que tiene por nosotros, de tomar decisiones que comprometen la totalidad de nuestra existencia".
En este sentido, situó al Papa Luciani recién beatificado como ejemplo de "un amor que se da hasta el extremo, sin medida y sin límite": "Jesús desea que su discípulo no anteponga nada a este amor, ni los afectos más entrañables ni los bienes más grandes. Y para ello es necesario mirarlo más a Él y no a nosotros, aprender a amar y a obtener el amor del crucificado".
La homilía de Francisco durante la beatificación giró en torno a la primera catequesis de Juan Pablo I y el amor entre Dios y los fieles.
Amar sin temer la cruz, el silencio o la persecución
A continuación, citó la enseñanza impartida por el ya beato Juan Pablo I el 27 de septiembre de 1978 según la cual los fieles son "objeto de un amor por parte de Dios que nunca decae, que nunca se eclipsa en nuestra vida y que resplandece siempre sobre nosotros y en las noches más oscuras".
Mirando al Crucificado, continuó Francisco, "estamos llamados a purificarnos de nuestras ideas distorsionadas sobre Dios, a amarlo a Él y a los demás en la Iglesia y en la sociedad, incluso a los enemigos. A amar aún a costa de que cueste la cruz del sacrificio, el silencio, la incomprensión o la persecución: como dijo Juan Pablo I, `si se quiere besar a Jesús crucificado, no puedes menos que inclinarte hacia la cruz y dejar que te pinchen algunas espinas de la corona del Señor".
En este sentido, llamó a seguir el ejemplo del beato y "amar hasta el extremo, con todas las espinas, no a medias o con la vida tranquila".
"Si por miedo a perdernos renunciamos a darnos, dejamos las cosas incompletas, las relaciones, el trabajo, los sueños, las responsabilidades, incluso la fe", expresó, instando a "apostarlo todo por el bien" y "comprometernos verdaderamente por los demás": "Jesús nos pide esto, `vive el Evangelio y vivirás la vida, no a medias sino hasta el extremo´".
"Vivió el Evangelio sin concesiones"
"El nuevo beato vivió de este modo, con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo venciendo la tentación de poner el `yo´ en el centro buscando la propia gloria. Al contrario, siguió el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde y se consideró a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado a escribir", relató.
Francisco se refirió a una de las principales hojas de ruta que guiaron el pontificado del Papa beato y que presidió su propio escudo bajo el lema "humilitas". "Por eso [Juan Pablo I] decía: `Siervos, inútiles somos. Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor y una Iglesia con rostro sereno, sonriente, que no está enfadada ni es impaciente, que no cierra las puertas y no endurece los corazones".
Concluyó la homilía invitando a rezar a "este padre y hermano" y pedir su intercesión para obtener "la sonrisa del alma, aquella sonrisa transparente, que no engaña, la sonrisa del alma. Supliquemos aquello que él solía decir: `Señor, tómame como soy con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tu deseas´".
Concluida la ceremonia, Francisco rezó el Ángelus y dirigió una breve plegaria por el fin de la guerra en Ucrania: "Quiero dirigir mi oraciona la Virgen para que obtengamos el don de la paz en el mundo, especialmente en la martirizada Ucrania. Que ella, la Virgen Maria, la primera y perfecta discípula del Señor, nos ayude a seguir el ejemplo de santidad de vida de san juan pablo I".