El Papa Francisco presidió este martes la Eucaristía en la Casa Santa Marta el día en el que la Iglesia celebra la fiesta de los Ángeles Custodios. En su homilía, el Santo Padre reflexiona sobre cómo “son ellos, los Ángeles de la Guarda, la ayuda particular que el Señor promete a su pueblo y a nosotros que caminamos en el camino de la vida”.

En este caminar, insistió el Papa, es en el que “debemos ser ayudados por acompañantes, por protectores, por brújulas humanas que nos custodian de los peligros”. A su juicio, el principal de ellos es “el peligro de no caminar. Hay mucha gente que se acomoda y que no camina, y que se pasa la vida entera parado, sin moverse, sin hacer nada. Y eso es un peligro”.

Siempre en movimiento

Tal y como recoge Aciprensa, Francisco puso como ejemplo “aquel hombre del Evangelio que tenía miedo de invertir su talento. Lo había enterrado y pensó: ‘Así me quedo en paz, me quedo tranquilo porque no podré cometer un error. Mejor no arriesgarse’”.

“Hay mucha gente que, como ese hombre, no sabe caminar, que tiene miedo de arriesgarse y, como resultado, se paraliza. Frente a esa actitud, nosotros sabemos que la regla es que quien en la vida se queda parado, termina por corromperse. Es como el agua: cuando el agua se estanca, llegan los mosquitos, depositan sus huevos y todo se ponzoña. Todo”, agregó.

Por eso, “el Ángel nos ayuda y nos empuja a caminar”, explicó. No obstante, los peligros a los que se enfrenta el pueblo de Dios en su camino no se limitan a la tentación de quedarse paralizado. El Papa citó otros dos: el peligro de equivocarse de camino y el camino de abandonar el camino para dispersarse por una ‘plaza’”.

“Es ahí donde el Ángel nos ayuda a no equivocarnos de camino y a avanzar por el correcto”. “No sólo te ayudan a caminar bien, sino que incluso te muestran adónde debemos llegar”. Para ello, “debemos recurrir a la oración, debemos pedir ayuda”.

Porque “nuestro Ángel no sólo está con nosotros, sino que al mismo tiempo ve a Dios Padre. Está en contacto con Él. Por lo tanto, es el puente cotidiano desde la hora en que nos despertamos hasta la hora en que nos vamos a dormir, que nos acompaña y que establece el vínculo entre nosotros y Dios Padre”.

El Ángel de la Guarda “es la puerta diaria a la trascendencia, al encuentro con el Padre: es el Ángel que me ayuda a andar porque mira al Padre y conoce el camino. No olvidemos a este compañero en el camino”, terminó el Papa.