En el consistorio público celebrado este sábado en la Basílica de San Pedro, el Papa creó trece nuevos cardenales, de los cuales diez son electores y tres no podrán participar en un próximo cónclave al tener más de ochenta años. Tras recibir el capelo cardenalicio, todos juntos acudieron junto con Francisco a saludar a Benedicto XVI.
Los nuevos cardenales son:
-Miguel Ángel Ayuso Guixot, comboniano, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (España, 67 años);
-José Tolentino Medonça, archivero y Bibliotecario de la Santa Romana Iglesia (Portugal, 53 años);
-Ignatius Suharyo Hardjoatmodjo, arzobispo de Yakarta (Indonesia, 69 años);
-Juan de la Caridad García Rodríguez, arzobispo de San Cristóbal de La Habana (Cuba, 71 años).
-Fridolin Ambongo Besungu, capuchino, arzobispo de Kinshasha (Congo, 59 años);
-Jean-Claude Höllerich, jesuita, arzobispo de Luxemburgo (61 años);
-Álvaro L. Ramazzini Imeri, obispo de di Huehuetenamgo (Guatemala, 72 años);
-Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia (Italia, 63 años);
-Cristóbal López Romero, salesiano, arzobispo de Rabat (Marruecos, nacido en España, 67 años);
-Michael Czerny, jesuita, subsecretario de la Sección de Migrantes del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral (Chequia, 73 años);
-Michael Louis Fitzgerald, arzobispo emérito de Nepte (Túnez) y ex presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (Reino Unido, 82 años);
-Sigitas Tamkevicius, jesuita, arzobispo emérito de Kaunas (Lituania, 80 años);
-Eugenio Dal Corso, paulino, obispo emérito de Benguela (Angola, nacido en Italia, 80 años).
El ya cardenal Ayuso Guixot leyó en nombre de los nuevos purpurados unas palabras ante el Papa en las que le aseguraron su "sincera cooperación" y la "certeza" de que les encontrará "cerca y listos para apoyarlo en la misión que Nuestro Señor le ha confiado". Luego se fueron acercando al Papa y se arrodillaron ante él para recibir el anillo y la birreta cardenalicios, de color rojo en memoria de la sangre de los mártires.
La homilía del Papa se centró en la "compasión", que destacó como "una palabra clave del Evangelio", donde "a menudo vemos a Jesús que siente compasión por las personas que sufren". Esa compasión del Señor "no es una actitud ocasional y esporádica, sino constante, es más, parece ser la actitud de su corazón, en el que se encarnó la misericordia de Dios".
Jesucristo, explicó Francisco, "encarna la voluntad de Dios de purificar al ser humano enfermo de la lepra del pecado; Él es la 'mano extendida de Dios' que toca nuestra carne enferma y realiza esta obra llenando el abismo de la separación". Por eso "Jesús va a buscar a las personas descartadas, las que ya no tienen esperanza".
"Lo divino es compasivo", insistió el Papa, "mientras parece que por desgracia lo humano está muy desprovisto de ella, y le resulta lejana". Incluso "los discípulos de Jesús demuestran con frecuencia que no tienen compasión, como en este caso, ante el problema de dar de comer a las multitudes. Básicamente dicen: 'Que se las arreglen...' Es una actitud común entre nosotros los humanos, también para las personas religiosas e incluso dedicadas al culto. Nos lavamos las manos".
"Siempre hay un pretexto, alguna justificación para mirar hacia otro lado", continuó: "Y cuando una persona de Iglesia se convierte en funcionario, este es el resultado más amargo. Siempre hay justificaciones; a veces están codificadas y dan lugar a los 'descartes institucionales', como en el caso de los leprosos: 'Por supuesto, han de estar fuera, es lo correcto'. Así se pensaba, y así se piensa. De esta actitud muy, demasiado humana, se derivan también estructuras de no-compasión".
Francisco invitó a los nuevos cardenales y a todos los presentes a plantearse una pregunta: "¿Somos conscientes de que hemos sido los primeros en ser objeto de la compasión de Dios?... ¿Está viva en vosotros esta conciencia, de haber sido y de estar siempre precedidos y acompañados por su misericordia?... Podemos preguntarnos: ¿percibo en mí la compasión de Dios? ¿Siento en mí la seguridad de ser hijo de la compasión? ¿Tenemos viva en nosotros la conciencia de esta compasión de Dios hacia nosotros?"
Y sobre su importancia, añadió: "No es una opción, ni siquiera diría que un 'consejo evangélico'. No. Se trata de un requisito esencial. Si no me siento objeto de la compasión de Dios, no comprendo su amor. No es una realidad que se pueda explicar. O la siento o no la siento. Y si no la siento, ¿cómo puedo comunicarla, testimoniarla, darla? Más bien, no podré hacerlo. Concretamente: ¿tengo compasión de ese hermano, de ese obispo, de ese sacerdote? ¿O destruyo siempre con mi actitud de condena, de indiferencia, de mirar para otro lado, en realidad para lavarme las manos?"
Francisco relacionó estos principios con la púrpura que concedía a los nuevos cardenales, y que simboliza la disposición a entregar su propia sangre por Cristo. Esa disponibilidad "es segura cuando se basa en esta conciencia de haber recibido compasión y en la capacidad de tener compasión. De lo contrario, no se puede ser leal. Muchos comportamientos desleales de hombres de Iglesia dependen de la falta de este sentido de la compasión recibida, y de la costumbre de mirar a otra parte, la costumbre de la indiferencia".