Desde la ventana del Palacio Apostólico, en una mañana fresca y soleada, el Papa Francisco ha dedicado su mensaje de antes de Ángelus de este segundo domingo de Cuaresma a analizar la escena bíblica de la Transfiguración.
Jesús sube al monte con Pedro, Santiago y Juan (Mt 17, 1-9) y tienen una visión especial. "Ven la luz de la santidad de Dios brillando en el rostro y en los vestidos de Jesús, imagen perfecta del Padre", detalla el Papa.
"Han visto el esplendor del Amor divino encarnado en Cristo. Un anticipo del paraíso", afirma Francisco.
En parte, es una sorpresa para los discípulos porque llevaban años ya con Jesús "¡y nunca se habían dado cuenta de su belleza! Solo ahora se dan cuenta, con inmensa alegría".
El Papa considera que Jesús quiere prepararles para más adelante, para "reconocer en Él la misma belleza cuando suba a la cruz y su rostro quede desfigurado".
No convertir lo místico en algo falso y artificial
Al apóstol Pedro, señala el Papa Francisco, "le gustaría detener el tiempo, poner la escena en "pausa", quedarse allí y prolongar esta maravillosa experiencia; pero Jesús no se lo permite”, prosiguió.
"Su luz, en efecto, no puede reducirse a un ‘momento mágico’. Se convertiría, entonces, en algo falso, artificial, que se disolvería en la niebla de los sentimientos pasajeros. Al contrario, Cristo es la luz que guía el camino, como la columna de fuego para el pueblo en el desierto (cf. Ex 13,21). La belleza de Jesús no aleja a los discípulos de la realidad de la vida, sino que les da fuerza para seguirle hasta Jerusalén, hasta la cruz".
La enseñanza de este texto es que hay que estar con Jesús, "incluso cuando no es fácil comprender todo lo que dice y hace por nosotros" y "reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz".
Ver la luz de Cristo en la gente del día a día
El Papa añade que viviendo con Jesús "aprendemos a captar la misma belleza en los rostros de las personas que caminan a nuestro lado cada día: familiares, amigos, compañeros, aquellos que de las formas más diversas nos cuidan".
"¡Cuántos rostros luminosos, cuántas sonrisas, cuántas arrugas, cuántas lágrimas y cicatrices hablan de amor a nuestro alrededor!", exclamó el Papa, invitando a aprender a reconocerlos y llenarnos nuestro corazón de ellos.
También nos anima a ponernos en camino para llevar a los demás la luz que hemos recibido, con las obras concretas del amor (cf. 1 Jn 3, 18), sumergiéndonos más generosamente en nuestras ocupaciones cotidianas, amando, sirviendo y perdonando.
"¿Reconocemos la luz del amor de Dios en nuestra vida? ¿Lo reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos aman? ¿Buscamos a nuestro alrededor signos de esta luz, que llena nuestros corazones y los abre al amor y al servicio? ¿O preferimos los fuegos de paja de los ídolos, que nos alejan y nos encierran en nosotros mismos?", planteó el Pontífice.
Y finalizó, como acostumbra, pidiendo la intercesión de la Virgen María, para que Ella, "que conservó la luz de su Hijo en su corazón, incluso en la oscuridad del Calvario, nos acompañe siempre en el camino del amor".
La tragedia de los naufragados
El Papa también volvió a comentar -ya lo hizo el domingo pasado- la tragedia de los naufragados en el Mar Mediterráneo cuyos cuerpos sin vida llegan a Italia.
Se refirió a los fallecidos en Cutro, cerca de Crotone, al sur de Italia, el 26 de febrero, que fueron más de 60 personas, incluyendo varios niños, y no estaban lejos de la costa.
El Pontífice expresó su reconocimiento y gratitud a la población y a las instituciones locales por su solidaridad y acogida "a estos hermanos y hermanas nuestros". Al mismo tiempo, el Santo Padre renovó su llamamiento a todos "para que no se repitan tragedias como esta". Y con vehemencia, exclamó: "¡Que se detenga a los traficantes de seres humanos, que no sigan disponiendo de la vida de tantos inocentes!".
"¡Que los viajes de la esperanza no se conviertan nunca más en viajes de la muerte! ¡Que las aguas claras del Mediterráneo no se ensangrenten más con incidentes tan dramáticos!", clamó Francisco, pidiendo, por último, "que el Señor nos dé la fuerza para comprender y llorar".