En la segunda jornada del viaje a Malta, el Papa ha celebrado la Eucaristía, el acto más multitudinario, congregando a más de 20.000 fieles en la plaza de los Graneros de Floriana.
En su homilía centrada en el Evangelio de la adultera que se ha proclamado este domingo, Francisco pidió fijarse en los acusadores de la mujer. “En ellos vemos la imagen de los que se jactan de ser justos, que se jactan observantes de la ley de Dios, personas buenas y honestas. No tienen en cuenta sus propios defectos, pero están muy atentos a descubrir los de los demás. Así se presentan ante Jesús; no con el corazón abierto para escucharlo, sino ‘para ponerlo a prueba -dice el Evangelio- y poder acusarlo’”, señaló.
De este modo, el Santo Padre recalcó que “a los ojos de la gente parecen expertos de Dios, pero, precisamente ellos, no reconocen a Jesús; más aún, lo ven como un enemigo que hay que quitar del medio. Para esto, le ponen delante a una persona, como si fuera una cosa, llamándola con desprecio ‘esta mujer’ y denunciando su adulterio públicamente”.
Por ello, advirtió que estos personajes recuerdan que “también en nuestra religiosidad pueden insinuarse la carcoma de la hipocresía y la mala costumbre de señalar con el dedo. En todo tiempo, en toda comunidad. Siempre se corre el peligro de malinterpretar a Jesús, de tener su nombre en los labios, pero desmentirlo con los hechos. Y esto también puede producirse elevando estandartes con la cruz”.
Entonces, ¿cómo reconocer al discípulo de Jesús? “Por nuestra mirada, por el modo en que miramos al prójimo y nos miramos a nosotros mismos. Este es el punto para definir nuestra pertenencia. Por el modo en que miramos al prójimo: si lo hacemos como Jesús nos muestra hoy, es decir, con una mirada de misericordia; o de una manera que juzga, a veces incluso que desprecia, como los acusadores del Evangelio, que se erigen como paladines de Dios, pero no se dan cuenta de que pisotean a los hermanos”.
Por otro lado, el Papa indicó que es importante también examinar cómo se mira cada uno a sí mismo. Según explicó, “los acusadores de la mujer están convencidos de que no tienen nada que aprender. Ciertamente, su estructura exterior es perfecta, pero falta la verdad del corazón. Son el retrato de esos creyentes de todos los tiempos, que hacen de la fe un elemento de fachada, donde lo que se resalta es la exterioridad solemne, pero falta la pobreza interior, que es el tesoro más valioso del hombre”.
Por ello, invita a hablar directamente con el Señor y preguntarle: “‘Jesús, estoy aquí contigo, pero Tú, ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres que cambie en mi corazón, en mi vida? ¿Cómo quieres que vea a los demás?’. Nos hará bien rezar así, porque el Maestro no se conforma con la apariencia, sino que busca la verdad del corazón. Y cuando le abrimos el corazón en la verdad, puede hacer grandes cosas en nosotros”.
“¡Qué diferencia entre el Maestro y los acusadores! Estos habían citado la Escritura para condenar; Jesús, la Palabra de Dios en persona, rehabilita completamente a la mujer, devolviéndole la esperanza. De esta situación aprendemos que cualquier observación, si no está movida por la caridad y no contiene caridad, hunde ulteriormente a quien la recibe. Dios, en cambio, siempre deja abierta una posibilidad, Dios, en cambio, siempre deja abierta una posibilidad, y sabe encontrar caminos de liberación y de salvación en cada circunstancia”, agregó.