Tras almorzar en la Nunciatura, Francisco mantuvo el sábado por la tarde un encuentro con los obispos de Madagascar en la catedral de la Inmaculada Concepción de Andohalo, en Antananarivo.
Como suele ser habitual en estos actos con los responsables de las diócesis locales que mantiene en sus viajes apostólicos, el Papa dibujó ante ellos el modelo de pastor que desea según el patrón del Evangelio: “Es la paternidad espiritual que impulsa al obispo a no dejar huérfanos a sus presbíteros, y que se puede 'palpar' no sólo en la capacidad que tengamos de abrir las puertas a todos los sacerdotes, sino también en nuestra capacidad de ir a buscarlos para acompañarlos cuando estén pasando por un momento de dificultad”, dijo.
Los obispos han de ser siempre padres disponibles para sus sacerdotes, y han de acogerlos "con amor especial": "Los obispos, considerándolos sus hijos y sus amigos, dispuestos a escucharlos y a tratarlos con confianza, han de dedicarse a impulsar la pastoral conjunta de toda la diócesis".
El Papa destacó las dificultades de la labor pastoral a la que unos y otros se enfrentan. Pero son sembradores, y quien siembra ha de hacerlo con esperanza: "El sembrador cansado y preocupado no baja los brazos, no abandona y menos aún quema su campo cuando algo se malogra. Sabe esperar, confía, asume las contrariedades de su siembra, pero jamás deja de amar aquel campo encomendado a su cuidado; incluso si viene la tentación, tampoco escapa encomendándoselo a otro”.
Peligro de connivencia
Francisco reivindicó también el derecho de los obispos "a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano". Por eso "nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos”.
Sin embargo, "la dimensión profética relacionada con la misión de la Iglesia requiere, en todas partes y siempre, un discernimiento que no suele ser fácil. En este sentido, la colaboración madura e independiente entre la Iglesia y el Estado es un desafío permanente, porque el peligro de una connivencia nunca está muy lejos, especialmente si nos lleva a perder la mordiente evangélica”.
“El signo distintivo de ese discernimiento", añadió, "será que el anuncio del Evangelio incluye de suyo la preocupación por toda forma de pobreza: no sólo asegurar a todos un decoroso sustento, sino también para que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno”. Porque "los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio”.
Francisco advirtió contra la tentación de valorar la evangelización en términos de planificación y resultados: “Un pastor que siembra evita controlarlo todo, da espacio para las iniciativas, deja crecer en distintos tiempos y no estandariza; no exige más de la cuenta, no menosprecia resultados aparentemente más pobres. También esta fidelidad al Evangelio nos hace pastores cercanos al pueblo de Dios, comenzando por nuestros hermanos sacerdotes, que son nuestro prójimo más prójimo y deben recibir un cuidado especial de nuestra parte”.
El Papa exhortó asimismo a los obispos malgaches a fomentar las vocaciones a la vida consagrada y a discernirlas para asegurar su autenticidad. Uno es el principio rector: “La llamada fundamental sin la cual las otras no tienen razón de ser, es la llamada a la santidad", santidad que es "la cara más bella de la Iglesia”.
Eso incluye a los laicos, cuyo ámbito de apostolado propio es el mundo, donde deben comprometerse, dijo, con generosidad y responsabilidad: "Deseo dar la bienvenida a todas las iniciativas que en cuanto pastores tomen para la formación de los laicos y no dejarlos solos en la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo".
Dos mujeres
Francisco concluyó su intervención invitando a los obispos a inspirarse en "dos mujeres que custodian esta catedral".
Imagen de la Virgen que custodia la ciudad de Antananarivo.
Una es la Santísima Virgen, "que con sus brazos abiertos hacia el valle y las colinas parece abrazarlo todo". La otra es la Beata Victoria Rasoamanarivo, cuya tumba en una capilla del templo catedralicio visitaría nada más concluir el acto con los obispos: "Supo hacer el bien, custodiar y extender la fe en tiempos difíciles".
La Beata Victoria Rasoamanarivo (1848-1894) fue educada en el animismo pero en cuanto se convirtió al cristianismo, recibiendo el bautismo a los 15 años, quiso ser religiosa. Pero sus padres se opusieron y la casaron a la fuerza con un hombre que fue un esposo indigno. Entonces quisieron forzarla a divorciarse, pero ella quiso ser fiel a su compromiso y se negó. Cuando su marido, víctima de un accidente, estaba a punto de morir, pidió el bautismo, que ella misma le administró. Desde entonces, Victoria se entregó a defender y sostener capillas y colegios católicos que eran cerrados en un contexto de persecución anticristiana.
A la Virgen y a ella, concluyó el Papa, "les pedimos que ensanchen siempre nuestro corazón, que nos enseñen la compasión de las entrañas maternas que la mujer y Dios sienten ante los olvidados de la tierra y nos ayuden a sembrar paz y esperanza”.